Imprimir Republish

SOCIOLOGÍA

Las semillas de la desconfianza

Un diccionario recoge la multiplicidad de formas de negacionismo que confunden a la opinión pública en Brasil y en el resto del mundo

Patricia Baik

“El negacionismo mata”, advertía la nota divulgada en marzo del año pasado por el Pacto por la Vida y por Brasil, un grupo compuesto por seis organizaciones de la sociedad civil, entre ellas la Academia Brasileña de Ciencias (ABC). El documento reclamaba la adopción urgente de medidas para contener la pandemia de covid-19 por parte del Gobierno Federal que, entre otros hechos, había arremetido contra las recomendaciones de aislamiento y distanciamiento social de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y minimizado las consecuencias de la infección provocada por el virus Sars-CoV-2, que ha causado la muerte de casi 700.000 personas en el país. Por entonces, la ABC también se había posicionado “en contra del uso y la promoción, incluso por asociaciones médicas, de tratamientos que no habían sido comprobados científicamente, así como en oposición a las iniciativas antivacunas en el país”, escribe la investigadora Dominichi Miranda de Sá, de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), en la entrada sobre la academia que encabeza el recientemente publicado Dicionário dos negacionismos no Brasil [Diccionario de negacionismos en Brasil] (Cepe Editora).

Con énfasis en Brasil, pero sin dejar de lado el contexto mundial, la obra reúne 112 entradas que abordan fundamentalmente la variedad de negacionismos, desde el climático hasta el estadístico, así como de cuestiones que giran en torno al tema, como es el caso de las teorías conspiranoicas. “De una manera general, los negacionismos pueden entenderse como procesos colectivos que pugnan de manera organizada por descalificar a la ciencia en pos de intereses que pueden ser políticos, económicos y morales, por ejemplo. Es una táctica que no tiene nada de inocente”, dice el sociólogo José Luiz Ratton, de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE), quien junto al también sociólogo José Szwako, del Instituto de Estudios Sociales y Políticos de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (Iesp-Uerj), compiló el libro. “En los últimos 15 años, estos negacionismos han pasado de los márgenes a un lugar de centralidad en el discurso público, algo que puede explicarse debido a múltiples factores, entre ellos, la masividad del acceso a internet. En la actualidad, además de la ciencia, también el rol del estado y la democracia están en la mira de estos ataques”.

La historiadora Simone Petraglia Kropf, del Programa de Posgrado en Historia de la Ciencia y la Salud de la Fiocruz, coincide. “Hay ciertas dudas de parte del público lego que son legítimas, no solo porque los conocimientos cambian, sino también porque la ciencia no debe ser inmune a las críticas. Pero el negacionismo es un fenómeno de otra esfera: lo que se propone es erosionar la confianza de la opinión pública en la propia autoridad de la ciencia y de sus instituciones, al entrar en confrontación con consensos ya establecidos sobre determinados temas recurriendo a mentiras y distorsionando los hechos”, dice la autora del artículo en el diccionario sobre el negacionismo científico.

La idea del diccionario surgió a partir de los debates entablados por Ratton y Szwako en los encuentros de la Asociación Nacional de Posgrado e Investigación en Ciencias Sociales (Anpocs) y de la Sociedad Brasileña de Sociología, en los últimos dos años. Algunos los 104 autores que firman las entradas participaron en estos eventos. “La mayoría de los expertos están vinculados a instituciones educativas, nacionales y extranjeras, en áreas tales como derecho, periodismo, antropología y salud. Los negacionismos son procesos complejos y multifactoriales, con impactos sobre diversos campos del conocimiento, que adhieren a diversas agendas y articulan temas dispares”, explica Szwako. Entre ellos sobresalen el negacionismo antigénero, que se caracteriza por su oposición a las discusiones sobre género y a los activismos asociados a la temática, como el feminismo y los movimientos LGBTQIA+, y el globalismo, un término del cual se han apropiado los ideólogos de la extrema derecha para referirse a un supuesto proyecto de poder de la izquierda, que tendría, entre sus actores, a instituciones como la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El objetivo sería la destrucción de los valores cristianos y la implantación del socialismo en Occidente.

El término negacionismo ha sido reconocido el año pasado por la Academia Brasileña de Letras, con su incorporación al Vocabulario Ortográfico de la Lengua Portuguesa. Pese a la evidencia adquirida durante la pandemia, el vocablo no es nuevo. “Proviene del francés négationisme y surgió después de la Segunda Guerra Mundial [1939-1945] para caracterizar el discurso de los que negaban el exterminio de los judíos y otros grupos durante el Holocausto, a despecho del consenso y las evidencias aceptadas por la mayoría de los historiadores”, informa Kropf.

El negacionismo fue incorporado como término al vocabulario ortográfico de la lengua portuguesa

Según el historiador Marcos Napolitano, de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (FFLCH-USP), la noción de negacionismo histórico está intrínsecamente ligada a las actividades de grupos organizados, especialmente de extrema derecha y antisemitas, en Estados Unidos y en Europa. “Hasta la década de 2000, estaban estructurados en redes restringidas, de escaso alcance, y divulgaban sus ideas principalmente por medio de libros y artículos. Con la aparición de las redes sociales, el mensaje se amplificó”, dice el autor del artículo sobre negacionismo histórico en el diccionario (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 316).

El negacionismo histórico no se limita al tema del Holocausto, sino que involucra también otros episodios. En el caso de Brasil, esto incluye a la dictadura militar (1964-1985). “El negacionismo histórico y el revisionismo ideológico casi siempre son acciones que pretenden borrar o volver a contar el evento originario para atenuar la responsabilidad de los perpetradores y evitar resarcir a las víctimas. Se trata de una práctica que incluso adoptan los gobiernos, como en el caso del genocidio armenio, ocurrido a principios del siglo XX y hasta hoy no reconocido por Turquía”, explica Napolitano.

Según el investigador, el negacionismo histórico y el revisionismo ideológico no son sinónimos de revisión historiográfica, que propugna una renovación de la mirada sobre el pasado a partir de investigaciones y evidencias científicas. “La revisión historiográfica es bienvenida y necesaria para el trabajo del historiador, porque es fruto del avance del conocimiento, del cambio de perspectivas, de nuevas preguntas que emergen en la sociedad y de la aparición de nuevas fuentes primarias”, señala. “El negacionismo y el revisionismo ideológico, al contrario, buscan generar confusión con ideas estrafalarias e impedir el debate, esencial no solo para la ciencia, sino también para la sociedad”.

Estrategias reutilizadas
En el libro Merchant of doubt: How a handful of scientists obscured the truth on issues from tobacco smoke to global warming (Mercaderes de la duda. Cómo un puñado de científicos ocultaron la verdad sobre el calentamiento global, en español), los historiadores estadounidenses Erik Conway, del Instituto de Tecnología de California, y Naomi Oreskes, de la Universidad Harvard, revelan los ardides utilizados por la industria del tabaco a partir de la década de 1950 para refutar la conexión, científicamente comprobada, entre el tabaquismo y enfermedades como el cáncer. La obra, publicada en Estados Unidos en 2010 por la editorial Bloomsbury Publishing [Capitán Swing Libros, 2018, en español], aún no se ha editado en Brasil.

Patricia Baik

“En el seno de esta estrategia, pueden discernirse al menos tres rasgos importantes”, escriben Szwako y el politólogo Luiz A. Campos, del Iesp-Uerj, en la entrada dedicada a Oreskes. El primero de ellos es la cooptación de científicos que, aun sin ser expertos en cáncer, respaldaron con sus títulos académicos iniciativas que sembraban dudas sobre las investigaciones ya consolidadas en la materia. “Una segunda marca es la reunión de estos ‘especialistas’ en organizaciones de la sociedad civil dedicadas a refutar las teorías más aceptadas y difundir interpretaciones alternativas, los llamados think tanks”. Por último, el tercer punto sería la manipulación de los medios de comunicación y la producción de falsas controversias en los espacios mediáticos. “Los periodistas deben ser precavidos a la hora de elegir las fuentes. No es inusual que los periódicos, revistas y, más recientemente, los sitios web pongan en el candelero a nombres antes irrelevantes o controvertidos en debates especializados. La práctica de escuchar a ambas partes es esencial para el periodismo, pero en algunos casos, esta puede llevar a confrontar posiciones que, en realidad, no son equiparables”, dice Szwako.

Estas estrategias fueron adoptadas desde finales de los años 1980, sobre todo por la industria del petróleo, para difundir el negacionismo climático, según refiere el politólogo Carlos Milani, del Iesp-Uerj y coordinador del Observatorio Interdisciplinario del Cambio Climático (Oimc), de la misma institución. “Desde su creación, en 1988, el IPCC [Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático] ha generado un amplio consenso en torno a la alta probabilidad de que la raíz del cambio climático se encuentre en las actividades humanas. Uno de los villanos sería la liberación de CO2, el principal gas responsable del aumento del efecto invernadero, provocado, entre otros factores, por la quema de combustibles fósiles. Esto ha encendido una luz roja para los productores de petróleo”, dice el experto, autor de la entrada sobre el tema en el diccionario.

Según Milani, así como en países tales como Estados Unidos, el Reino Unido y Australia, el negacionismo climático está vinculado con la economía de la combustión, en Brasil, esta genealogía arranca en la década de 2000 y está ligada principalmente al agronegocio. “Una parte de la industria no quiere renunciar a una porción de sus beneficios y adopta prácticas negacionistas. Por otro lado, el ciudadano común, que se resiste a cambiar sus hábitos, encuentra en el discurso negacionista un refugio”, dice.

La lucha contra el negacionismo no es una tarea fácil, especialmente en tiempos de realidad virtual, reconocen los especialistas. “Una opción es que el Poder Judicial determine que las plataformas como YouTube corten los ingresos de los canales que propagan desinformación y discursos de odio, pero es difícil realizar este control en redes tales como WhatsApp y Telegram”, afirma Szwako. Para Kropf, de la Fiocruz, las instituciones científicas deben afianzar sus lazos con la sociedad, promoviendo la inclusión y la diversidad en sus planteles. “Cuando la gente puede constatar los beneficios concretos que la ciencia trae a sus vidas, confía en la ciencia y no se pliega a los discursos negacionistas”, concluye.

Republicar