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Desarrollo

Los cimientos de la innovación

La escasa inversión pública y privada en tecnologías estratégicas y potencialmente disruptivas puede comprometer la competitividad industrial brasileña

Alexandre Affonso

En un ambiente económico cada vez más competitivo, diversos países están incrementando sus inversiones en las llamadas tecnologías transversales, que tienen el potencial de atravesar y transformar diversos sectores productivos. En un informe publicado recientemente por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), se analizó el desempeño de los países en seis tecnologías transversales consideradas estratégicas para el futuro de la industria –inteligencia artificial y robótica, biotecnología, energía, materiales, nanociencia y nanotecnología, y optoelectrónica– y muestra que Brasil no logra estar a la par de este esfuerzo global. El estudio Unesco science report: The race against time for smarter development  se basó en datos de la producción científica extraídos de la base Scopus, de la editorial Elsevier. Sus resultados apuntan un escenario de estancamiento –y en algunos casos, de retroceso– de la producción brasileña de conocimiento en esas áreas. El país pasó de una cota de 6.699 artículos en 2015 a 8.596 en 2019, un aumento del 28,3 %, pero este es el peor rendimiento entre las naciones emergentes que conforman el Brics, que incluye también a Rusia, India, China y Sudáfrica. Las cifras representan un retroceso en la ya endeble contribución brasileña a la producción internacional en estas áreas: en 2015, Brasil aportaba el 1,9 % de las publicaciones sobre tecnologías transversales, y en 2019 ese porcentaje cayó al 1,8 %.

Las seis tecnologías seleccionadas tienen importancia estratégica para la competitividad científica y económica, la superioridad tecnológica y la seguridad de las naciones; no es casual que en 2019 hayan congregado el 18 % de la producción científica internacional. El peor desempeño de Brasil se registró en optoelectrónica, un área clave para mejorar la capacidad de transmisión de datos y como sostén de la próxima generación de los sistemas de comunicación, como en el caso de la tecnología 5G. En este campo, Brasil registró en ese período una merma de un 16 % en la cantidad de publicaciones: de 405 en 2015 a 341 en 2019. La situación es igualmente delicada en nanociencia y nanotecnología. En 2019 hubo 293 publicaciones en esta área, 37 más que en 2015. “Estas áreas comportan la concepción de dispositivos complejos y dependen de una industria electrónica y de materiales que aún no se ha consolidado en Brasil”, dice el físico Osvaldo Novais de Oliveira Junior, del Instituto de Física de São Carlos en la Universidad de São Paulo (IFSC-USP).

El rendimiento brasileño fue algo mejor en biotecnología. El país registró un crecimiento del 51 % en la cantidad de trabajos en esta área, pasando de 684 artículos en 2015 a 1.032 en 2019. Estas cifras representan un leve aumento de la participación del país en el esfuerzo internacional en este segmento de investigación. En 2015, Brasil aportó el 4,1 % de los estudios en biotecnología a nivel mundial; en 2019, ese porcentaje subió al 5,5 %. Para Carlos Alberto Moreira-Filho, docente de la Facultad de Medicina de la USP, “el rendimiento brasileño está más bien relacionado con las investigaciones en áreas de interés de la agroindustria, tales como el control biológico de plagas, la mejora genética de variedades de cultivo y, en menor medida, a los desarrollos modernos de este campo en la medicina, con estudios sobre el ADN recombinante y anticuerpos monoclonales, por ejemplo”. Para Novais de Oliveira, del IFSC-USP, las cifras reflejan la consolidación de la base tecnológica agroindustrial brasileña, con instituciones produciendo estudios con inversión permanente y a largo plazo, y una intensa cooperación con empresas, algo que no se aplica a otras áreas.

En los últimos años, la evolución de la producción de artículos científicos sobre tecnologías transversales en todo el mundo puede entenderse como un termómetro de la preocupación de las naciones por hacer que sus empresas operen en lo que se considera como la frontera tecnológica –lo que se conoce como manufactura avanzada o industria 4.0, con procesos de fabricación integrados, conectados e inteligentes–, para poder elevar su competitividad y su potencial exportador. “La universidad no genera demanda, sino que responde a las necesidades de la sociedad, ofreciendo conocimiento y mano de obra calificada”, dice Renato Pedrosa, docente del Departamento de Política Científica y Tecnológica de la Universidad de Campinas (Unicamp). Él explica que los países con baja actividad industrial demandan menos en este sentido. “El bajo rendimiento de Brasil en la producción científica sobre estas tecnologías no sorprende, dado que en el país no hay una financiación de la investigación adecuada y tampoco una demanda interna de las compañías productoras de bienes de alta tecnología competitivas a nivel internacional”.

En contraste con la situación que vive Brasil, en Estados Unidos parece haber un consenso entre las distintas alas del gobierno acerca de la necesidad de revitalizar sus empresas para hacer frente a la amenaza de China y de otras naciones a su liderazgo económico y tecnológico. El país ha priorizado una serie de plataformas tecnológicas en sectores estratégicos, tales como el de la inteligencia artificial, la computación cuántica y la tecnología de punta en redes móviles. Una de las medidas principales adoptadas por el gobierno estadounidense fue lo que se denomina Manufacturing USA, una red de instituciones creada en 2014 para promover la cooperación entre las empresas e instituciones académicas en proyectos de investigación y desarrollo (I&D) de nuevas tecnologías y procesos de manufactura avanzados, además de la capacitación de mano de obra. Estados Unidos ha creado 16 institutos desde 2012, cada uno centrado en un proceso o tecnología. Entre todos, abarcan 1.291 organizaciones, de las cuales 844 son empresas manufactureras y el 65 %, fábricas de pequeño y mediano porte. Se estima que esta estrategia aportará anualmente 2,3 billones de dólares a la economía estadounidense, ayudando a crear más de 12 millones de empleos e impulsando una porción significativa de las investigaciones en el sector privado en áreas tecnológicas estratégicas para el futuro de la industria del país.

Más recientemente, el Congreso estadounidense ha comenzado a debatir el Endless Frontier Act. Se trata de una iniciativa que propone la creación de un departamento de tecnología e innovación en la National Science Foundation (NSF) la principal agencia de fomento de la ciencia básica del país, que contempla una inversión de más de 100.000 millones de dólares durante los próximos cinco años en investigaciones en campos tales como inteligencia artificial y robótica, energía, computación cuántica, tecnologías avanzadas de comunicación y gestión de datos (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 304).

También China se ha percatado de la importancia de las tecnologías transversales y, desde hace décadas, invierte en mecanismos institucionales tendientes a estimular su desarrollo y que sus empresas lo adopten, una estrategia que ha llevado a la formación de grandes conglomerados empresariales –como Huawei, en el área de la tecnología de la información y la comunicación, y Yingli Green Energy y Mingyang, en el campo de la energía–, que hoy en día disputan el liderazgo mundial en diversos sectores estratégicos. Este esfuerzo se intensificó en 2015 con la puesta en marcha de una política industrial para reducir la dependencia de estas y otras empresas de los proveedores externos de alta tecnología para 2025. El gobierno chino espera que sus empresas sigan ampliando su participación en el mercado global de automóviles eléctricos, tecnologías agrícolas, ingeniería marítima y aeroespacial, materiales sintéticos, biomedicina, infraestructura ferroviaria y robótica.

El país asiático también aspira a convertirse en un centro mundial de innovación en inteligencia artificial para 2030, al igual que la India, que incrementó en un 189 % su producción científica en esta área entre 2015 y 2019. “El interés de las naciones por esta tecnología va más allá de sus aplicaciones en los sectores productivos”, informa la ingeniera electricista Roseli Francelin Romero, del Instituto de Ciencias Matemáticas y Computación (ICMC) de la USP. “También existe la posibilidad de combinarla con las tecnologías de redes de comunicación y análisis de grandes volúmenes de datos, que sirven como base para las soluciones en ciberseguridad”. Para Novais de Oliveira, del IFSC-USP, “el concepto de seguridad nacional ya no se circunscribe a la capacidad bélica de los países, sino que se extiende también al desarrollo de tecnologías que garanticen la seguridad cibernética y reduzcan su dependencia para la obtención de recursos estratégicos”.

Brasil ha tardado en darse cuenta de la importancia de estas tecnologías. “La industria brasileña, basada predominantemente en la absorción de soluciones generadas en el exterior, se encuentra en una etapa exploratoria de incorporación de estas tecnologías”, dice el economista Mariano Laplane, del Instituto de Economía de la Unicamp. Según él, esto se debe al bajo nivel de inversión del sector en la ampliación y modernización de sus plantas de producción, que está relacionado con la contracción del mercado interno y con la dificultad de las empresas brasileñas para competir a nivel internacional. Un estudio realizado entre noviembre de 2019 y junio de 2020 por investigadores de la Unicamp y de las universidades federales de Río de Janeiro (UFRJ) y Fluminense (UFF) ilustra este panorama. Tan solo el 5 % de las 982 empresas que se evaluaron opera en la frontera tecnológica. “Casi la mitad de ellas trabajan con soluciones digitales obsoletas y no está en sus planes modificarlo en los próximos años”, subraya el economista João Carlos Ferraz, del Instituto de Economía de la UFRJ, uno de los autores del trabajo. “Las que están en una mejor situación son las compañías de gran porte, que realizan I&D, capacitación de personal y exportan”.

El país cuenta con mecanismos para financiar la transición tecnológica de las empresas nacionales, especialmente las pequeñas y medianas, hacia ambientes productivos y de prestación de servicios basados en tecnologías digitales. Dos de ellos son ofrecidos por la Financiadora de Estudios y Proyectos (Finep): el Finep Inovacred 4.0 y el Finep IoT, que operan con recursos del Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (FNDCT) y son concedidos como préstamos con intereses. Sin embargo, dado el declive de la actividad industrial, las empresas suelen rechazar estos recursos porque más adelante deberán devolverlos, incluso si las tecnologías en las que invirtieron no dan el retorno esperado. “Las empresas más grandes pueden superar este obstáculo más fácilmente porque invierten en I&D o contratan agentes intermediarios para desarrollar soluciones a medida para problemas específicos”, añade Laplane.

Esta situación conlleva riesgos para el futuro de la industria brasileña. La falta de un plan estratégico que estimule la creación de empresas de base tecnológica y la modernización de las existentes puede agravar la vulnerabilidad tecnológica del país. “La creación e implementación de políticas que estimulen el desarrollo de tecnologías transversales y faciliten su uso por las empresas tienden a conducir a la formación de competencias y a la consolidación de una base tecnológica propia, capaz de definir tendencias globales”, dice el sociólogo Glauco Arbix, de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la USP, expresidente de la Finep. “Al no invertir en su industria, Brasil renuncia a convertirse en un eslabón importante de las cadenas de valor mundiales, limitándose a ser un mero consumidor de productos y exportador de commodities”.

Pero aún hay tiempo para cambiar este panorama. La influencia de estas tecnologías se considera disruptiva a corto plazo en pocos segmentos industriales. En la mayoría de ellas, la transformación será gradual, según datos del informe Indústria 2027, elaborado por economistas de la Unicamp y de la UFRJ para la Confederación Nacional de la Industria – CNI (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 264).

El gobierno federal lanzó en 2019 la Cámara Brasileña de la Industria 4.0, que, bajo la coordinación de los ministerios de Economía y de Ciencia, Tecnología e Innovación (MCTI), promueve el diálogo entre el sector público y los representantes de la industria y el mundo académico para poner en marcha iniciativas destinadas a la adopción de tecnologías transversales por la industria brasileña. “El MCTI también se articula para impulsar la investigación sobre estas tecnologías”, dice Paulo Alvim, secretario del área de Emprendimientos e Innovación del ministerio. En mayo, el organismo anunció, en colaboración con la FAPESP y el Comité Gestor de Internet en Brasil (CGI.br), la creación de seis centros de investigación de inteligencia artificial en el país, centrados en las áreas de salud, agricultura, industria y ciudades inteligentes.

Es verdad que en el camino hay obstáculos, empezando por la crisis de financiación del sistema nacional de CT&I, que compromete no solo el desarrollo de la investigación en estas áreas, sino también la formación de recursos humanos calificados para desarrollarlas e incorporarlas a los procesos fabriles. “Esperamos poder aumentar las inversiones en cuanto se desbloquee el FNDCT”, dice Alvim, en referencia al enredo que impide la liberación de sus recursos (lea el artículo “Futuro incierto” en la edición online de Pesquisa FAPESP). “El plan contempla una inversión de hasta 100 millones de reales durante este año en tecnologías transversales en universidades y empresas a través de llamados a la presentación de propuestas del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq) y del programa de subvenciones económicas de la Finep”.

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