Imprimir Republish

ENTREVISTA

Margareth Dalcolmo: Las cicatrices de la pandemia

La médica habla sobre las dificultades que se les presentaron a los profesionales de la salud para hacer frente al covid-19, los dramas de los pacientes que ha atendido y el probable aumento de los casos de tuberculosis en los próximos años

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

El 13 de abril, O Globo publicó una crónica escrita por la doctora Margareth Pretti Dalcolmo en donde reseñaba los dos años transcurridos desde que comenzó a escribir para ese periódico y volvía a exponer motivos de inquietud, porque otras variedades del coronavirus aún pueden causar epidemias locales. “Debemos seguir atentos a las medidas de contención, además de vacunar masivamente y aplicar la cuarta dosis a toda la población adulta”, enfatizó en el texto.

Desde el comienzo de la pandemia, Dalcolmo no ha dudado en asumir el rol de lo que ella llama una “completa arpía”, llegando a recomendar la cancelación de las fiestas familiares de Navidad en 2020, cuando todavía no había vacunas contra el covid-19 en Brasil. Su capacidad para comunicarse con el público en general de manera simple y cordial la ha convertido en una de las principales voceras de la ciencia durante la pandemia.

En esta entrevista, concedida a través de una plataforma de video el 12 de abril, desde su despacho en la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), además de relatar sus vivencias en el transcurso de la pandemia, Dalcolmo advierte sobre el probable aumento de los casos de tuberculosis –su área de investigación– en Brasil, en los próximos años, como consecuencia de la disminución de la cantidad de personas que acudieron a los centros médicos para someterse al diagnóstico y continuar con el tratamiento en 2020 y 2021.

Edad 67 años
Especialidad Neumología
Instituciones Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz) y Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC-RJ)
Estudios Título de grado en medicina por la Escuela de Medicina de la Santa Casa de Misericordia de Vitória, Espírito Santo (1978), doctorado en neumología por la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp, 1999)
Producción 77 artículos, 2 libros técnicos (coautora)

Durante la pandemia, además de los estudios sobre el covid-19, usted no ha dejado de lado su línea de investigación de la tuberculosis.
Solo he avanzado con las investigaciones que estaban en curso, no empecé ninguna nueva. La tuberculosis sigue siendo una enfermedad de alta prevalencia en Brasil. Ocupamos el 19º puesto entre los países con más casos en el mundo, con aproximadamente 75.000 nuevos casos cada año. La mortalidad también es elevada, casi 5.000 personas mueren anualmente en Brasil a causa de la tuberculosis.

¿Cómo ha interferido el covid-19 en el tratamiento de la tuberculosis?
El impacto ha sido devastador, especialmente en Brasil. Según los datos del Ministerio de Salud, hubo una reducción del 40 % en el número de pruebas moleculares de diagnóstico aplicadas en el país, porque los servicios dejaron de funcionar durante la pandemia. Esto significa que las personas con síntomas no han sido diagnosticadas y otras, que seguían un tratamiento, no han sido controladas. Por lo tanto, es probable que muchas hayan abandonado el tratamiento, que es largo, como mínimo por seis meses. Y lo que es más grave aún: los individuos portadores de formas resistentes de tuberculosis, cuyo tratamiento es más prolongado, probablemente no han sido diagnosticados y estén transmitiendo la enfermedad. La propia OMS [Organización Mundial de la Salud] admite que el retroceso en el control mundial de la tuberculosis a causa del covid-19 ha sido de ocho a diez años. La OMS ha cambiado su discurso y ya no habla de la erradicación de la enfermedad en el mundo en los próximos 30 años, a pesar de que los tratamientos han avanzado y los métodos de diagnóstico molecular actuales, incluso en Brasil, donde se los ha implementado en la red del SUS [Sistema Único de Salud], permiten que una persona con síntomas respiratorios acuda a atenderse y reciba el diagnóstico en solo 24 horas, o como aquí en la Fiocruz, en tres horas.

¿Qué es lo que está fallando en la red de atención?
El tratamiento es gratuito, e incluye la entrega de medicamentos de alto costo. El problema es que no se hace el diagnóstico a tiempo. La gente llega tarde y no se le advierte de los riesgos de transmisión. Los medios de comunicación y los organismos gubernamentales no hacen hincapié en el hecho de que cualquier persona que tenga tos con o sin secreciones durante más de dos semanas debe buscar atención médica. La tuberculosis es una enfermedad respiratoria, que se transmite al toser o estornudar, como el covid-19, por lo que ha habido una interacción entre ambas enfermedades, aunque una es bacteriana y la otra viral. Los síntomas se superponen, por lo que actualmente todo aquel que presente síntomas persistentes, acompañados de fiebre, pérdida de peso o cansancio debería someterse a una prueba de detección, tanto del covid-19 como de la tuberculosis.

¿Cuáles son los grupos de mayor riesgo en el caso de la tuberculosis?
Antaño, esta era una enfermedad asociada a los bohemios y los poetas, pero ahora ha perdido ese lirismo. La epidemia del sida le ha arrebatado esa iconografía. Hoy en día se concentra entre la segunda y la cuarta década de vida, por lo tanto, se trata de gente joven, en etapa productiva. Es por ello que tiene un impacto social y económico enorme. La OMS utiliza la expresión “costos catastróficos de la enfermedad”, que consume un alto porcentaje d los ingresos, alrededor del 20 % en el caso de la tuberculosis. Muchas personas dejan de trabajar. Los más vulnerables son los ancianos y los niños. Hemos vacunado a los recién nacidos con la BCG cuando todavía se encuentran en la maternidad, y nuestra cobertura era ejemplar, del 100 %. Pero debido al deterioro del SUS, el alcance de la BCG ha descendido, y esto es un escándalo [en 2020 la tasa de vacunación neonatal fue de un 75 %, por debajo del mínimo esperable del 90 %].

¿Cuáles son sus expectativas para los próximos años?
En los próximos dos años habrá un aumento de la cantidad de casos, porque la tuberculosis es una enfermedad lenta, no es como el covid-19, que enferma a una persona en pocos días. Quienes se infectan con esta bacteria tardan meses en presentar los primeros síntomas. En los años venideros diagnosticaremos a los que se contagiaron ahora, durante el transcurso de la pandemia.

¿Cómo puede mitigarse esta situación?
Es muy importante alertar a la población a través de los medios de comunicación. Debemos hacer que la gente tome conciencia de que tiene que ir al médico sin demora, no hay por qué esperar a enfermarse y perder peso. Cada paciente con diagnóstico de tuberculosis genera al menos cuatro contactos estrechos que deben ser estudiados. De esos cuatro, generalmente uno está enfermo. Es una enfermedad respiratoria de muy fácil transmisión, el bacilo permanece en el aire varias horas. La tuberculosis tiene un gran componente social porque su transmisión está directamente relacionada con el entorno. El riesgo de contagio es mayor para quienes conviven en un rancho con otras cinco personas que para aquellos que viven en una casa amplia, con techos altos. La tuberculosis también ha ascendido socialmente y ya no afecta solamente a la gente pobre. Hoy en día, las personas con inmunodeficiencia, que poseen seguro médico y pueden adquirir medicamentos, forman parte de un grupo de riesgo importante. Los diabéticos también. Ellos son susceptibles al contagio porque la diabetes es una enfermedad derivada de fallas en la inmunidad celular. En la actualidad representan alrededor de un 15 % de los pacientes con tuberculosis. Los que padecen artritis reumatoide, lupus eritematoso sistémico, psoriasis, enfermedad de Crohn, en definitiva, todos aquellos en tratamiento con fármacos inmunosupresores, también son más propensos a adquirir tuberculosis.

Usted fue una de las coordinadoras en Brasil de un test con la vacuna BCG para el tratamiento de los pacientes con covid-19. ¿En qué estado se encuentra ese estudio?
Ya lo hemos finalizado y estamos en la fase de follow up [seguimiento de los pacientes]. Se trata de un estudio multicéntrico internacional, que abarca a cinco países: Inglaterra, Países Bajos, Australia, Brasil y España. Júlio Croda, también de la Fiocruz, y yo, somos los investigadores principales en Brasil. Fuimos el país que reclutó más voluntarios, 2.700 profesionales de la salud, y ahora estamos terminando el análisis para publicarlo. Pretendíamos comprobar si la BCG, al provocar una reacción inmunológica muy heterogénea, podía propiciar inmunidad contra el virus, principalmente entre la población de mayor edad. Particularmente, no creo que la BCG pueda evitar el covid-19, pero tal vez sea útil para atenuar la gravedad de los casos. Es una hipótesis. La evaluación final estará lista a finales de año.

¿Qué enseñanzas le ha dejado la pandemia sobre el país, sobre los seres humanos y sobre usted misma?
He redactado un artículo que saldrá publicado mañana [13 de abril] en O Globo al cual he titulado “Más de dos años, muchas cicatrices”, porque ya hace dos años que empecé a escribir las crónicas en ese periódico cada semana y la pandemia nos ha dejado muchas cicatrices. Conozco las epidemias, fui parte del grupo del Ministerio de Salud que hizo frente al H1N1 hace 17 años y he visto de cerca otras epidemias, como la del ébola en el África subsahariana. Pero cuando comenzó la pandemia de covid-19 quedó claro que al ser una enfermedad de transmisión respiratoria su impacto sería dramático en Brasil y emularía lo observado en los países que nos precedieron. En mi primera entrevista, el 13 de marzo de 2020, dije: “Contamos con dos armas: el SUS y el distanciamiento social”. Pero en ese momento no sabíamos que nos enfrentaríamos a lo que yo denomino una tensión innecesaria y equivocada, el embate entre la retórica política y nuestro discurso basado en evidencias científicas. Convivimos con esta tensión desde un primer momento.

¿Se refiere a la promoción de medicamentos sin una eficacia comprobada?
En mayo de 2020, cuando los estudios de fase III de la cloroquina recién estaban empezando, un grupo de investigadores elaboró un documento demostrando, a partir de los estudios de reposicionamiento del fármaco, que la cloroquina no funcionaría contra el covid-19. Un año después, revisamos el documento e incluimos los estudios de fase III [un ensayo clínico realizado con un gran número de personas para evaluar la eficacia del medicamento]. Aun así, tuvimos que convivir con esa idea errónea y lidiar con las expectativas de las familias. En varias ocasiones estaba tratando a un paciente y sus familiares me abordaban diciéndome: “¿No va a darle cloroquina a mi hijo, a mi marido? Y yo les contestaba que no, que no utilizaba ese medicamento porque sabía que no funcionaba. Esa polémica fue contraindicada, perjudicial, e incluso diría perversa, y no solo con la cloroquina, sino también con la ivermectina. Varios alcaldes compraron millones de comprimidos e hicieron de ello una bandera política, y ahora ya se ha demostrado claramente que la ivermectina es realmente buena para tratar la pediculosis y la helmintiasis, pero no para el covid-19. Brasil ha sido escenario de estudios de fase III de vacunas espectaculares, tales como la CoronaVac y las de Janssen, AstraZeneca y Pfizer. ¿Por qué no las encargamos en el momento en que se estaban llevando a cabo los estudios? Por cuestiones políticas. No nos anticipamos a comprar las vacunas y cuando quisimos hacerlo, ya no había. La salvación fueron las dos agencias públicas nacionales: el Butantan, con la CoronaVac, y la Fiocruz, con la transferencia de tecnología para producir la vacuna de AstraZeneca en Brasil. Todo el mundo comenzó a vacunar en diciembre de 2020 y Brasil, solo a finales de enero de 2021. Empezó tarde, pese a haber sido el país con más voluntarios en la fase III de los estudios. Aparte de estas paradojas, se difundió la idea de que no era necesario el distanciamiento ni el uso de mascarillas.

¿Podrían producirse otras olas de covid-19?
No creo que tengamos otras olas devastadoras, pero sí va a haber epidemias debido a la subvariante BA.2 de ómicron u otras nuevas variantes. Cada una de ellas se comportará de manera diferente en cada lugar. En Brasil, sigue habiendo entre 100 y 200 muertos diarios por covid-19. Son demasiadas personas para una enfermedad que puede prevenirse con la administración de vacunas. Las dos enfermedades por coronavirus que precedieron a la actual, causadas por los virus Sars-CoV-1, que provoca el Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SRAG), y Mers-CoV, responsable del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (SROM), [en inglés SARS y MERS], prácticamente han desaparecido. Hoy en día solamente se registran casos aislados en China y en Oriente Medio, donde surgieron inicialmente esas enfermedades, pero el Sars-CoV-2, el causante del covid-19, no va a desaparecer de nuestras vidas: habrá casos en todo el mundo que irán apareciendo de manera endémica. A este virus se lo ha incorporado al panel viral que utilizamos para evaluar a los pacientes en los que se sospecha una enfermedad viral, junto con el H1N1, H3N2, la gripe, los adenovirus y los rinovirus.

No creo que tengamos otras olas devastadora, pero sí tendremos epidemias a causa de ómicron 2 u otras nuevas variantes

¿Cuándo puede decirse que una pandemia ha terminado?
Podemos decir que ha terminado cuando desaparece o se convierte en una endemia, que es lo que ocurrirá con el covid-19 cuando la cifra de muertes se acerque a cero y cuando la curva de casos se reduzca radicalmente de manera casi vertical. Todavía no puede afirmarse que el covid-19 es endémico porque sigue muriendo demasiada gente. Solo conseguiremos una buena protección y evitaremos los brotes cuando toda la población mayor de 18 años se encuentre vacunada con cuatro dosis. Ahora en Brasil tenemos lo que se llama una inmunidad híbrida, con muchas personas que han sobrevivido a la enfermedad y fueron vacunadas. Por desgracia, el discurso antivacunas se ha propagado entre las familias, porque la vacunación infantil aún es exigua, mucho menor que la deseable. Y es una lástima, porque a los brasileños les encantan las vacunas. El país había recibido en 2016 el certificado de erradicación del sarampión y lo perdió en 2019, porque hemos empezado a tener sarampión en adultos. La vacunación contra el sarampión ha disminuido mucho en Brasil por varias razones, la principal es la acefalía en el PNI [Programa Nacional de Inmunizaciones]. En teoría estábamos en buenas condiciones para hacer frente a la pandemia, pero en la práctica no ha sido así.

En una conferencia que usted realizó en julio de 2020 en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de São Paulo (IEA-USP), comentó que la pandemia fue un desafío a la omnipotencia de los médicos, que creían que iban a poder salvar a todos los pacientes.
En efecto, porque empezamos a perder pacientes. Tuvimos que ser más humildes ante una nueva enfermedad. También hemos perdido a muchos médicos y enfermeros. Teníamos que atender en simultáneo a los pacientes graves, lidiar con la muerte, consolar a las familias y convivir con nuestros propios temores. Los primeros pacientes que hospitalizamos y que, eventualmente perdimos, fueron aquellos que desarrollaban neumonía, evolucionando a síndrome respiratorio agudo grave o trombosis y embolias, cuadros para los cuales no teníamos una respuesta clara, no sabíamos qué era exactamente lo que ocurría. Rápidamente, tanto los médicos más experimentados como los más jóvenes, dedicados a los cuidados intensivos, ingresamos en una curva de aprendizaje compulsivo e intenso que perdura hasta los días actuales.

¿Qué han aprendido?
Necesitábamos entender por qué un paciente que ingresaba a urgencias caminando y hablando podía tener solamente un 85 % de oxigenación, algo casi incompatible con la vida. No tenía neumonía, tenía trombosis. Poco después, la revista Nature calificó al covid-19 como una storm disease, o enfermedad de tormentas, porque comprometía toda la microcirculación en el cuerpo. Luego los patólogos la definieron como una endotelitis, una enfermedad del endotelio que afecta a la capa íntima de la microcirculación. El virus provoca una viremia [carga viral] fenomenal al principio, y después disminuye. Esto es suficiente para afectar la circulación e incluso el sistema nervioso central, lo que justifica los cuadros de encefalitis y las secuelas neurológicas del llamado covid largo. Entonces nos dimos cuenta que teníamos que tratar a los pacientes de manera diferente. Se trata de una enfermedad sistémica, para la que no existían remedios específicos. Pudimos salvar a pacientes en grave estado apelando a lo que se denominan buenas prácticas de cuidados intensivos. En Alemania, la mortalidad por covid-19 fue baja porque cuenta con una gran estructura de terapia intensiva y al principio de la epidemia los pacientes allí eran más jóvenes, procedentes de las estaciones de esquí. En tanto, en Estados Unidos, que no cuenta con un sistema público de salud, la gente se moría en sus casas. Durante los primeros seis meses, muchos de nosotros nos quedábamos en el hospital o dormíamos en hoteles, por temor a volver al hogar y llevarles el virus a nuestros familiares.

¿En qué momento llegó a sentir miedo?
Cuando me enfermé, en abril de 2020. Una se queda esperando que llegue el octavo o noveno día, porque sabe que ahí es cuando va a empeorar. No es una enfermedad que esperas a que se te pase porque vas a mejorar, no, una espera que empeore. Quien tuvo covid-19 o vio de cerca a alguien que lo tuvo ha sentido ese miedo, el del quiebre definitivo como consecuencia del aislamiento. Cuando un paciente ve cerrarse la puerta de la unidad de urgencias o de la terapia intensiva, no sabe si va a volver a ver a las personas que ama y queda sumido en una soledad extrema. Son pocos los que entran allí, y siempre con equipo de protección, para evitar el contagio. Tuvimos que aprender a comunicarnos de otra manera con los pacientes. Solo éramos ojos, nada más, ojos detrás de gafas graduadas y de los shields protectores [máscaras transparentes de acetato que cubren todo el rostro], con el contacto mínimo indispensable y siempre con guantes. Muchos de los que pasaron por esto y estaban despiertos, conectados todo el tiempo a una máquina de oxígeno de alto flujo, permanentemente lúcidos, debían convivir con ese terror de ver acercarse a la gente, también temerosa.

Tuvimos que aprender otra manera de comunicarnos con los pacientes. Éramos solo ojos, con un contacto mínimo

¿Cómo afrontó sus propias pérdidas personales durante la pandemia?
Ha sido difícil. Mi hermana se enfermó gravemente de covid-19 y casi se muere. Perdí a cuatro colegas de promoción y amigos íntimos, mi querida hijastra falleció en noviembre y ahora mi marido [Candido Antônio José Francisco Mendes de Almeida, 1928-2022], hace ya un mes y medio, pero no de covid-19, sino por muerte súbita. Estaba leyendo un libro intitulado L’avenir de ela vie [El futuro de la vida, de Michel Salomon, 1927-2020]. Fue lo que Simone de Beauvoir [1908-1986] llamaría una muerte suave. Es un momento de duelo y de reorganización de la vida. He recibido muestras de afecto y solidaridad de gente que nunca había visto, eso me impresionó mucho. Es una experiencia muy nueva, porque estoy habituada a recibirlas de los amigos, de la familia, de mis pacientes, pero no de personas que ni siquiera conozco, que me hablan de manera entrañable, como si me hubieran conocido de antes. Todo ese afecto me ha sensibilizado mucho.

Usted se ha convertido en una personalidad mediática. ¿Cómo es que fue a parar a la televisión?
Ese fue otro aprendizaje, yo no entendía nada de eso. A principios de marzo de 2020, fui parte del grupo que asesoró a Luiz Henrique Mandetta [Ministro de Salud desde enero de 2019 hasta abril de 2020]. Júlio Croda todavía estaba en el ministerio [como director del Departamento de Inmunizaciones y Enfermedades Transmisibles de la Secretaría de Vigilancia Sanitaria]. Pasamos tres días revisando las proyecciones del síndrome gripal y del síndrome respiratorio agudo grave para predecir el rumbo de la pandemia en Brasil. De ahí me fui a una reunión de la Sociedad de Neumología en São Paulo y grabé un video en vivo resumiendo las primeras medidas preventivas decididas por el grupo de Brasilia. Esa fue la primera vez que utilicé la palabra tsunami: “Fíjense cómo el mar está retrocediendo, son los países que nos precedieron: las olas van a ser muy potentes, esto será una catástrofe en Brasil”. Siete horas después estaba por irme a dormir y mi colega, el neumólogo Mauro Gomes, con quien había grabado el video, me envió un mensaje diciéndome que nuestra entrevista ya sumaba 200.000 visualizaciones. Con total inocencia le pregunté: “¿Eso es mucho o poco?”. Él soltó una carcajada: “No tienes ni idea de lo que es eso”. Al día siguiente me hallaba en el aeropuerto de Congonhas, en São Paulo, de regreso a Río de Janeiro, y se comunica conmigo Camila Bonfim, una periodista de TV Globo y me dice: “Doctora Margareth, usted grabó una entrevista que lleva 400.000 visualizaciones. ¿Podría venir a la emisora para realizar una nota en vivo?”, y acepté. Esa fue la primera gran entrevista sobre el covid-19, el 14 de marzo. Al otro día comenzarían los programas especiales de seis horas. Empezaron a llamarme a mí y al virólogo Amilcar Tanuri, de la UFRJ [Universidad Federal de Río de Janeiro], hasta que en abril, le comuniqué a los empleados del programa que ya no era conveniente que siguiera asistiendo al estudio de grabación, porque la tasa de transmisión del covid-19 era muy alta, y debíamos empezar a hacer las cosas vía internet. A finales de abril me enfermé de covid-19. Luego regresé a la televisión, pero en modo online.

¿Cómo ha lidiado con tanta visibilidad?
Es un trabajo arduo. En 2020 concedí hasta ocho entrevistas en un mismo día, para periódicos y programas de televisión  de Brasil y del exterior. A veces perdía la paciencia y decía que ya había repetido lo mismo cuatro veces ese día. Y me respondían: ¡Pero doctora!, conmigo no ha hablado aún”. Siempre he trabajado mucho y suelo ser bastante reservada. Sin embargo, que la gente me reconozca y me pida hacer una selfie cuando entro a un supermercado a hacer las compras es para mí algo insólito, pero muy simpático. Siempre que hablé dije la verdad. A finales de 2020, recuerdo que un periodista me interpeló: “¿Realmente está diciendo que no hay que reunirse con la familia para pasar la Navidad?”. Le respondí: “Lo diré nuevamente con mayor vehemencia de lo que ya lo he hecho”. Y le dije al público: “No se puede hacer una fiesta de Navidad, no pueden reunirse con la familia, no pueden reunirse más de cinco personas. Aunque se hayan hecho el test, tienen que utilizar mascarilla, si tienen abuelo y abuela, manténganse alejados, si tienen niños, aléjense”. Una arpía total, pero supe decirlo de manera que la gente lo cumpliera. Muchos me decían: “Doctora, ya había organizado todo y lo cancelé porque usted lo pidió. Solo recibí a mis hijos, y de lejos”. En ese momento aún no había vacunas. En 2021 no dije nada más al respecto, pero hasta que mejorara, con varios colegas salimos a decir al público que la situación estaba empeorando, que el número de casos aumentaba y que la transmisión era muy alta.

Esa es una postura inusual entre los médicos, que suelen sr moderados…
No fui la única. Júlio Croda, Rosana Richtmann [del Instituto de Infectología Emílio Ribas], Renato Kfouri [de la Sociedad Brasileña de Inmunizaciones], Alexandre Naime Barbosa [de la Universidade Estadual Paulista, la Unesp] y Marco Sáfadi [de la Facultad de Ciencias Médicas del Hospital Santa Casa de São Paulo] también han sido bastante francos. Formamos un buen equipo, e incluso hemos hecho a un lado a colegas que defendían posturas con las que nunca estuvimos de acuerdo, porque no tenían pruebas consistentes. Fui igual de estricta cuando formé parte del grupo designado aquí en Río de Janeiro en 2020 por el exgobernador Wilson Witzel para hacer frente al covid-19. También fueron parte de ese grupo Paulo Buss, quien fue presidente de la Fiocruz, José Temporão, que fue ministro, Roberto Medronho y Amilcar Tanuri, ambos de la UFRJ. Trabajábamos a destajo y elaboramos el documento que le entregamos al secretario de Salud a finales de abril, sin saber que él estaba involucrado en hechos horribles [de corrupción]. A diferencia del gobernador de São Paulo, que cada día se reunía con el grupo de médicos que lo asesoraba, en Río nunca fuimos recibidos por el gobernador. De todos modos, redactamos un documento y dijimos: “La situación ha empeorado, hagamos un lockdown [cierre] firme en la ciudad”. Finalmente, decidimos disolver el grupo y dos días más tarde se produjo el escándalo con el secretario de Salud, Edmar Santos. Solo seguí trabajando en el grupo Com Ciência, coordinado por Jerson Lima, presidente de la Faperj [Fundación de Apoyo a la Investigación Científica del Estado de Río de Janeiro]. Fue una dura experiencia. Por eso es que hablo de las cicatrices.

Me encanta leer una buena novela, pero he leído bastante sobre la historia de las epidemias, que es la historia de la propia humanidad, especialmente en Occidente

¿Por qué se marchó de Río cuando era una adolescente?
Mis antepasados y abuelos son originarios del norte de Italia. Inmigrantes que se radicaron en el estado de Espírito Santo. Mis padres nacieron en Vale do Canaã y en Colatina, donde se casaron y luego nací yo, pero cuando tenía dos años, vinimos a Río de Janeiro. Asistí a un colegio de monjas, el Divina Providência, y luego al Colegio Bennett, de clase media alta, era muy buena alumna y también comprometida, en una época de intensa ebullición de los movimientos estudiantiles. Mis padres tenían miedo de que me quedara en Río de Janeiro cuando ellos regresaron a Vitória. Tenía 17 años y fui allá muy disgustada: más allá de la familia no conocía a nadie, mis amigos estaban en Río. Por cierto, amigos que conservo hasta el día de hoy, cultivados con la mejor savia de la vida. Fue el año del examen de ingreso a la facultad. Pasé gran parte de mi adolescencia diciendo que quería se diplomática, pero cambié de idea ese año. Era la época del gobierno militar, una época muy difícil. Lo mío era cuidar a la gente, cuidar a mis abuelos era un placer para mí. Les dije a mis padres que iba a rendir el examen de ingreso a medicina a mediados de año y quedaron perplejos, porque yo venía del área de las ciencias humanas. Hice un trueque: les daba a mis compañeros clases de inglés, historia, geografía y portugués, y ellos me enseñaban física y química. La facultad fue una experiencia extraordinaria, nunca he dudado, siempre me gustó todo, pero ello no me ha hecho perder el gusto que siempre tuve por la literatura. Llevaba conmigo a las guardias en la cartera La montaña mágica y en los recesos leía como Hans Castorp escalaba la montaña mágica.

¿Cuáles fueron los profesores que influyeron más en su elección?
En la facultad, tuve un excelente jefe del servicio de neumología, que después fue amigo mío hasta su muerte, José Luís Loureiro Martins [1943-1998]. También aprendí mucho con Jayme dos Santos Neves [1909-1998], un sabio. En la residencia, ya en Río, tuve mentores inolvidables: Haroldo Meyer, Germano Gerhardt y Newton Bethlen [1916-1998]. Rita Levi-Montalcini [neuróloga italiana, 1909-2012, Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1986], para mí también fue una fuente de inspiración por su capacidad para conciliar la vida de la mujer y la de investigadora en una época mucho más difícil que la nuestra, aunque no la haya conocido personalmente.

¿Cómo han sido sus lecturas durante la pandemia?
He leído bastante menos de lo que me hubiera gustado, debido a la necesidad de estar al día con tantos artículos médicos, pero los libros han seguido llegando, de parte de amigos, académicos. Me encanta leer una buena novela, me fascina, pero acabé leyendo mucho sobre la historia de las epidemias, que en realidad es la propia historia de la humanidad, especialmente en Occidente. Siempre leí mucho. Ahora mismo estoy leyendo Leçons d’un siècle de vie, de Edgar Morin, y Um dia chegarei a Sagres, de Nélida Piñon, y ya tengo separado el ensayo La gran gripe, de John Barry, y D’un siècle à l’autre, de Regis Debray, para leerlos a continuación. En mi casa los libros están en todos lados, hasta en el baño. Si un invitado demora, ya sé que se ha puesto a leer algo.

Republicar