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ENTREVISTA

Maria Victoria de Mesquita Benevides: El derecho a la democracia

La socióloga fue impulsora de la creación del campo de la educación en derechos humanos en Brasil

Léo Ramos Chaves

Especializada en ciencia política, la socióloga Maria Victoria de Mesquita Benevides es nieta de la baronesa Maria José Villas Boas Antunes de Siqueira de Mesquita (1862-1953), pero nunca obtuvo beneficios significativos debido a su origen. Su madre, viuda a los 43 años al final de su décimo embarazo, animó a sus seis hijas a encontrar una profesión y a ser independientes. De Mesquita Benevides siguió el consejo. Esta fluminense nacida en la ciudad de Niterói forjó una carrera como docente e investigadora, y en la actualidad es profesora titular jubilada de la Facultad de Educación de la Universidad de São Paulo (FE-USP).

En una entrevista que duró toda una tarde, en la sala de estar de su hogar, en São Paulo, De Mesquita Benevides se refirió a su investigación sobre el gobierno de Juscelino Kubitschek (1902-1976), realizada durante la dictadura militar brasileña (1964-1985), y a sus estudios sobre los partidos políticos, proponiendo argumentos que evidencian de qué manera la desigualdad traba el avance de la democracia en Brasil.

Su producción más reciente se centra en el campo de la sociología de la educación, particularmente en la educación para la democracia. Su trayectoria de 27 años en la FE-USP permitió trasladar concepciones formuladas en la ciencia política a los campos de la educación y de los derechos humanos. En ese recorrido, trabajó con el concepto de ciudadanía activa, desarrollando ideas para defender la participación política a través de mecanismos institucionales que trascienden las elecciones, incluyendo los plebiscitos y referéndums. De manera didáctica, comenta que su trabajo en la Comisión de Derechos Humanos Dom Paulo Evaristo Arns, fundada en 2019, la ha estimulado a seguir adelante durante la pandemia. Viuda desde hace cuatro años del astrónomo y profesor de la USP Paulo Benevides Soares (1939-2017), ella tiene tres hijos y cinco nietas.

Edad 79 años
Especialidad
Sociología política y sociología de la educación
Institución
Facultad de Educación de la Universidad de São Paulo (FE-USP)
Estudios
Título de grado (1971) en ciencias sociales, maestría (1975) y doctorado (1980) en sociología en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas (FFLCH) de la USP
Producción
30 artículos científicos y 13 libros

¿Le parece que empecemos hablando sobre su infancia?
Yo soy una “flumioca”, es decir, una mezcla de fluminense y carioca. Nací en Niterói, pero crecí en la ciudad de Río de Janeiro. Viví con mis hermanos, mi madre y mi abuela materna en una casa en el barrio de Rio Comprido hasta que me casé. La familia de mi madre era de Niterói y la de mi padre, del estado de Minas Gerais. Éramos 10 hermanos. Yo soy la octava, o la novena, porque tengo una hermana gemela. Mi infancia estuvo signada por muertes y pérdidas. Cuando tenía 20 años, mi hermano mayor, José Jeronymo, se alistó como voluntario en la Fuerza Expedicionaria Brasileña. En noviembre de 1944, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial [1939-1945], murió en combate en Italia. Por entonces, yo tenía 2 años y mi mamá cursaba el final del embarazo de su décimo hijo. Tras recibir la noticia, mi papá sufrió un infarto y falleció. Además de la pérdida de mi hermano mayor, también murió otro debido a un accidente doméstico. De aquella época recuerdo la inmensa admiración que teníamos por nuestra madre, quien soñaba con ser médica. Era una mujer valiente. Su abuelo había sido médico y la primera hija de él también. Esta hermana fue la única mujer de su clase en la Facultad de Medicina de la que entonces era la Universidad Nacional, en Río de Janeiro.

¿Cómo era la vida en una familia con tantas mujeres?
Tuvimos una educación rigurosa. Nuestra madre siempre nos decía: “El matrimonio no es una profesión”. Nos estimulaba a ser independientes, a estudiar y a forjarnos una carrera. Ahora quedamos cuatro hermanos: un varón y tres mujeres. Otro de los puntos fuertes de mi madre era su posicionamiento político. Era discretamente de izquierda, dentro de una familia muy tradicional, monárquica y religiosa. Las tres hermanas de mi mamá eran monjas. Mi abuelo materno era de origen alemán, de religión luterana. Por la rama paterna, mi abuela, con quien conviví muy poco, era una baronesa. La familia de mi padre era muy rica, pero cuando se casó ya había sido desheredado. A mi padre lo enviaron a estudiar a Londres, en Inglaterra, cuando tenía 9 años. Estudió ingeniería en Londres, filosofía en Francia y arquitectura en Florencia (Italia). Vivió en Europa hasta los 32 años, siempre en gran estilo, pero cercano a la “gauche”, con la cual colaboraba económicamente. Cuando regresó a Brasil, había gastado una fortuna y su madre, ya viuda, consideró un descaro que siguiera haciendo uso de la herencia familiar. Para casarse con mi madre, mi abuelo materno le exigió que tuviera un empleo público, lo que no fue difícil gracias a su título de ingeniero. En casa, todos trabajaban y contábamos con becas de estudios. Recuerdo el comentario de una amiga, que resume lo vivido en aquella época: “Tu familia come en vajilla de porcelana de la Compañía de las Indias y con cubiertos de plata, pero comen arroz con frijoles, huevo y carne picada”. Vivíamos en una casa con bibliotecas en cada habitación y también teníamos una capilla. Estudiábamos francés e inglés. Todos tenemos hijos y nietos, y siempre hemos pasado juntos mucho tiempo, pero eso cambió con la llegada de la pandemia.

¿Cómo llegó a la sociología?
Me casé en febrero de 1964, en vísperas del golpe militar. Mi marido, Paulo Benevides, era un ingeniero graduado en el Instituto Tecnológico de Aeronáutica, donde también estudió astronomía. Recibió una invitación del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) de Francia, para trabajar en el Observatorio de Besanzón. Nos mudamos en marzo y nos quedamos allá cuatro años y medio. Al principio, casi no teníamos noticias de Brasil. Las llamadas telefónicas eran caras. Seguíamos la situación del país a través del periódico Le Monde. Besanzón es una ciudad pequeña, de origen medieval, con 100.000 habitantes, pero cuenta con una universidad, teatros, museos e incluso una orquesta sinfónica. Nuestro primer hijo nació allí. Regresamos a Brasil en 1968, justo después del Acto Institucional Número 5 (AI-5). Vinimos a São Paulo porque a mi marido lo contrataron en el Instituto de Astronomía y Geofísica de la USP. En 1963 yo había ingresado a la carrera de sociología y política en la PUC-RJ. Cuando llegamos aquí, pedí el traslado a ciencias sociales en la USP. Siempre estudié becada, incluso en la PUC. Para el máster y el doctorado obtuve una beca de la FAPESP. Mi investigación posdoctoral y la de libre docencia las pude desarrollar con fondos aportados por el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico [CNPq] y el Social Sciences Research Center.

Ya era madre de un niño cuando ingresó a la USP. ¿Qué recuerda de la carrera?
Mi vida en la USP fue buena, pero no fue una experiencia universitaria típica. No participé en grupos políticos ni en la vida social de los estudiantes. Cuando empecé mi maestría en sociología, tenía tres hijos pequeños: Daniel, André y Marina. No podía contar con la ayuda de mi familia, que vivía en Río de Janeiro. Era un ama de casa de las de antes, es decir, sabía cocinar y coser. Fue duro, pero para mí era absolutamente importante tener hijos. Ni siquiera podía imaginarme no ser madre.

La democracia requiere trabajo. Exige un esfuerzo de los gobernantes y de los gobernados. Hay que participar e informarse

En cuanto a su maestría, ¿cómo se le ocurrió investigar el gobierno de Kubitschek?
Me encantaba investigar y estaba interesada en conocer todo sobre la política brasileña, debido a la coyuntura del momento. Me enamoré de la tesis del politólogo Braz José de Araújo [1941-2004], que abordaba la política exterior de Jânio Quadros [1917-1992], y que la había defendido en 1970. Conversando con mi marido, que era del campo de las ciencias exactas, pero que culturalmente era muy abierto, me sugirió que hiciera mi máster sobre Juscelino [Kubitschek], haciendo hincapié en el hecho de que su gobierno transcurrió durante un período tenso –entre el suicidio de Getúlio Vargas [1882-1954] y la renuncia de Jânio Quadros–, pero marcó profundamente la historia de la industrialización y de la democracia brasileña que, tal como sabemos, es limitada. Le presenté un proyecto al politólogo Francisco Weffort [1937-2021] y la idea le gustó. Lo que yo quería era entender qué fue lo que garantizó la estabilidad del gobierno de JK en una época tan turbulenta. Entrevisté a 15 miembros de distintas agrupaciones políticas, tales como el Partido Social Democrático (PSD) y el Partido Laborista Brasileño (PTB, por sus siglas en portugués), además de al propio Kubitschek, quien me dijo: “Fui el único presidente civil posterior al Estado Novo [1937-1945] que gobernó en conformidad con la Constitución”. Esta primera entrevista tuvo lugar el 1º de abril de 1974, justo cuando se cumplían 10 años de la suspensión de sus derechos políticos. Cuando estábamos charlando, recibió una llamada telefónica y se puso muy nervioso. Tuve escalofríos y sentí miedo de que él pudiera sufrir un infarto. Cuando colgó el teléfono, me contó que la suspensión de sus derechos políticos como votante había llegado a su fin, pero seguía estando inhabilitado para postularse a cargos electivos.

Su máster llamó la atención de intelectuales y políticos, y el libro que dio como resultado fue considerado una obra de referencia sobre el gobierno de JK. ¿Qué piensa de la repercusión de ese trabajo suyo?
La defensa de la tesina la realicé en noviembre de 1975, justo después del asesinato del periodista Vladimir Herzog [1937-1975]. La sala estaba repleta, con la presencia de personalidades tales como el sociólogo Florestan Fernandes [1920-1995], el crítico literario Antonio Candido [1918-2017] y el historiador Caio Prado Junior [1907-1990]. La temática de la maestría, con énfasis en la relación entre la democracia y el desarrollo, y la época en la que lo desarrollé contribuyeron a llamar la atención. El periódico Jornal do Brasil, por ejemplo, le dedicó una página completa presentando a la investigación con el título: “Una profesora demuestra en una tesis por qué no cayó el gobierno de JK”. Mi tesina, modestia aparte, se parecía a una tesis doctoral, debido a la originalidad del tema, a sus referencias teóricas y a las entrevistas. En ella, señalé que la relativa estabilidad política del gobierno de Kubitschek podía atribuirse a tres factores: a la cooptación de los militares, comprometidos con el desarrollo nacional; a la alianza entre el PSD y el PTB, en la cual confluían los intereses de la burguesía agraria y de los trabajadores urbanos; y al Programa de Metas, que impulsó el proceso de industrialización y multiplicó el empleo.

¿Cómo fue investigar el gobierno de Kubitschek en plena dictadura?
Tuve una buena recepción en todas las entrevistas. No tenía filiación con ningún grupo político y cargaba erróneamente la fama de ser rica, algo que nunca fui. Eso evitó que se me mirara con desconfianza. No era una “subversiva”. Mi investigación dio lugar a la edición del libro intitulado Governo Kubitschek – Desenvolvimento econômico e estabilidade política: 1956-1961, publicado por la editorial Paz e Terra, en 1976. Al principio, no me di cuenta del impacto que generaría. Kubitschek asistió a la presentación, que se llevó a cabo en la Casa de Rui Barbosa, en Río de Janeiro. Un mes después falleció. De cierto modo, el éxito fue un contrapeso para mí. El entorno académico es muy competitivo y yo no lo soy.

Archivo personalCon Juscelino Kubitschek, durante la presentación de su libro, en 1976Archivo personal

Qué le ocurrió?
Suponía que mi camino sería una carrera académica. En 1982, se abrieron dos vacantes para el Departamento de Ciencias Sociales de la FFLCH. Me recomendaron que no me postulara, porque supuestamente no tenía el perfil deseado. Para entonces ya había publicado dos libros y tenía un buen currículum. Poseía un respaldo sólido debido al máster. Pero me dijeron que el departamento prefería a alguien más joven, en el comienzo de su carrera, y que estuviera más ligado a la sociología y no tanto a la ciencia política. Ya tenía 40 años, y finalmente no me inscribí en el concurso. Los elegidos fueron Elisabeth Lobo [1943-1991] y Régis Stephan de Castro Andrade [1939-2002]. Siempre tuve una relación excelente con ambos.

¿Y su doctorado?
En mi tesis estudié a la UDN [Unión Democrática Nacional] desde su fundación, en 1945, hasta el golpe de Estado, en 1964, un evento del cual ese partido fue protagonista. En la conclusión de mi tesis afirmaba que en el surgimiento de la UDN estuvieron implicados grandes liberales, como, por ejemplo, Virgílio de Melo Franco [1897-1948], integrantes de la izquierda democrática y socialista, pero todo terminó en una “tristeza decadente y vil”. Esta afirmación me valió un comentario del sociólogo y politólogo Bolívar Lamounier, uno de los miembros del tribunal evaluador, que nunca pude olvidar: “Puedes ser una buena investigadora, pero finalmente acabaste emitiendo un juicio sobre la UDN”. De mis investigaciones sobre los partidos políticos surgieron libros tales como A UDN e o udenismo – Ambiguidades do liberalismo brasileiro [editorial Paz e Terra, 1981] y O PTB e o trabalhismo – Partido, sindicato e governo em São Paulo [editorial Cedec/Brasiliense, 1989].

¿Su trabajo en el Centro de Estudios de la Cultura Contemporánea modificó su trayectoria como investigadora?
En 1977 participé en la fundación del Cedec, y trabajé ahí hasta 1985. Solo me fui porque me aprobaron en el concurso para la Facultad de Educación. Los años en el Cedec me abrieron la posibilidad de elaborar nuevos estudios, además de proporcionarme una enriquecedora convivencia con investigadores y políticos, tanto de Brasil como del exterior, todos interesados en las condiciones de la necesaria democratización. Empecé a analizar, por ejemplo, la violencia urbana y los derechos de ciudadanía.

¿Cómo fue el concurso para entrar a la Facultad de Educación?
En 1985, el sociólogo y jefe del Departamento de Filosofía y Ciencias de la Educación, Celso de Rui Beisiegel [1935-2017], quien conocía mi trabajo, me invitó a formar parte del cuerpo docente. Recuerdo que le dije: “Pero yo no sé nada de educación, nunca leí a Jean Piaget [1896-1980], por ejemplo”. Me respondió que la facultad estaba necesitando a alguien para que diera clases de sociología política. Resulté aprobada en el concurso y, durante los 27 años que pasé allí, dirigí 12 maestrías y 15 doctorados, fui docente de la carrera de grado y del posgrado, y creé una asignatura sobre derechos humanos.

Su trabajo en la FE-USP, ¿cuánto incidió en su pensamiento y en su forma de ver el mundo?
Como politóloga, me he centrado en el diálogo entre la educación y la democracia, tratando de entender qué es una educación realmente emancipadora. También comencé a interesarme por la educación y la cultura brasileña y organicé una asignatura sobre el tema, a partir de las obras de los sociólogos Gilberto Freyre [1900-1987] y Sérgio Buarque de Holanda [1902-1982], y de los críticos literarios Antonio Candido y Roberto Schwartz. Allí fui feliz y acabé teniendo una ventaja: como no era una educadora, no tenía que disputar ningún espacio. Nunca quise ser directora de la facultad, como así tampoco ser miembro del Consejo Estadual de Educación, por ejemplo. La única vez que competí por algo fue en 1996, cuando concursé para el cargo de profesora titular. Las candidatas éramos tres y me quedé con la única vacante. Para entonces, ya estaba trabajando con los derechos humanos. Fui parte de la Cátedra Educación para la Paz, de la propia USP, con el apoyo de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura [Unesco]. Colaboré en la implementación en la facultad del campo de la educación en derechos humanos que, con el tiempo, se convirtió en un área que se expandió a otras universidades, facultades y organizaciones de la sociedad civil. Actualmente, integro Consejo Deliberativo del Instituto Vladimir Herzog, del Centro Sérgio Buarque de Holanda en la Fundación Perseu Abramo y de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos Dom Paulo Evaristo Arns. También soy miembro de la Red Brasileña de Educación en Derechos Humanos y de la Secretaría de Derechos Humanos y Ciudadanía de la ciudad de São Paulo. Todas estas entidades cuentan con sus planes de educación en derechos humanos.

También ha tenido una intensa presencia institucional en la USP.
Cumplí dos mandatos como delegada de la FE en el Consejo Universitario. Tanta era mi participación que, en cierta ocasión, el rector le pidió a la dirección de mi facultad que no eligieran más a Benevides. “Cada vez que ella levanta la mano empalidezco”, dijo. También tuve dos mandatos en la Comisión de Legislación y Recursos y en la Comisión de Relaciones Internacionales. Mi vida universitaria fue intensa y terminé conociendo todo Brasil porque me invitaban asiduamente para integrar jurados en varios estados del país.

La democracia brasileña ocupa un lugar central en su producción académica. ¿Cuáles son los retos actuales que usted vislumbra?
En Brasil, nunca hemos vivenciado una experiencia verdaderamente democrática, en el sentido de que podamos contar realmente con una soberanía popular. Siempre hemos estado sometidos a la intemediación de los grupos económicos y de la gente que históricamente ostenta el poder en el país. En las encuestas de Latinobarómetro, un estudio de opinión pública que se lleva a cabo anualmente con la participación de unos 20.000 entrevistados de 18 países de América Latina, se mide el nivel de adhesión a la democracia de la población. Ante la pregunta “si hubiera trabajo y comida para todos, ¿prefiere vivir en una dictadura o en una democracia?”, en Brasil es factible la posibilidad de un “me da lo mismo” o incluso que se opte por la dictadura. Nuestro problema principal es la desigualdad abisal. Hemos vivido casi 400 años de esclavitud legal y, hoy en día, todavía hay trabajadores sometidos a condiciones de esclavitud. Los estudios muestran que la democracia tiene más posibilidades de consolidarse y funcionar allí donde la clase media es la porción mayoritaria de la población, como es el caso de algunos países europeos. Por citar un ejemplo personal, he vivido en Francia durante la década de 1960, en plena vigencia del Estado de bienestar social. Cuando estaba embarazada, necesité una mujer para ayudarme a limpiar, que venía a casa una vez por semana durante dos horas. Cuando ella terminaba nos tomábamos un té y luego se iba manejando en su automóvil, un popular coche Renault. Cuando ella quedó embarazada, se hizo los exámenes prenatales en el mismo lugar en que me hice los míos y tuvo a su bebé en la misma clínica que yo. Nuestros hijos asistían a la misma escuela. ¿Te imaginas en Brasil, a patrona y empleada en un mismo ginecólogo y a sus chicos yendo a la misma escuela? Durante los años que viví en ese país europeo, mi marido formaba parte de la elite intelectual y jamás supimos de nadie que enviara a un hijo a una escuela privada. La escuela pública es verdaderamente una institución democrática en la mayoría de los países europeos.

Archivo personalCon el crítico literario Antonio CandidoArchivo personal

Qué tiene de particular la clase media brasileña?
En nuestra sociedad tiene arraigo la noción, naturalmente equivocada, de que los privilegios son derechos. Siempre les he dicho a mis alumnos que la palabra “privilegio” viene del latín privilegium, que significa ley privada, lo que es un absurdo en sí mismo, porque no existe ley privada. Toda ley es pública. La clase media y la clase alta se han acostumbrado a los privilegios de clase. Por ejemplo, en el contexto de una inflación de un 10 %, lo último que se le ocurriría a la mayoría de los patrones y patronas sería ajustar el sueldo de sus empleados en ese porcentaje. Pero es la misma gente que se va a quejar del aumento del IPTU [el impuesto inmobiliario urbano] en Jardins [un barrio de alto nivel de la capital paulista]. Y la clase media siempre fue racista. Este es uno de los temas que empecé a tratar en el campo de los derechos humanos. Es difícil afirmar que uno no es racista. Incluso hoy en día, la negación del racismo se desmorona ante preguntas tan sencillas como: “¿Has tenido algún profesor o un amigo negro? ¿Tus hijos tienen amigos negros? Si tu hija se enamorara de un negro, ¿la familia lo aceptaría?”. Las respuestas siguen siendo vergonzosas. Las primeras consecuencias del racismo arraigado son la violencia y la desvalorización del trabajo. Hay una diferencia enorme entre el trabajo manual y el trabajo intelectual. Aunque el empleo intelectual sea solamente burocrático y mal remunerado, aún se lo considera de más valor que el trabajo realizado por un excelente albañil, carpintero, un electricista o incluso que los quehaceres domésticos. Las posturas de esta naturaleza también dificultan la comprensión de lo que es la democracia y los derechos en Brasil.

El concepto de democracia participativa es el eje de sus reflexiones. ¿En qué consiste exactamente?La democracia es un régimen político en el que el poder está –o debería estarlo– en manos de la soberanía popular. Esto significa que, en última instancia, el pueblo es soberano. Sin embargo, todo lo que constituye la democracia, incluso la soberanía popular, está subordinado al Estado de derecho y a la Constitución. El Estado de derecho puede entenderse como la vigencia y la transparencia de una norma que es igual para todos, con pleno respeto de las minorías y un control entre los distintos poderes. Además, priman los derechos humanos, que deben ser reconocidos por el Estado y por la sociedad. Su concreción deriva de los principios constitucionales y de las conquistas sociales. Los derechos sociales, económicos y ambientales –que, entre nosotros, son los más vulnerados– deben estar garantizados por las políticas públicas, dejando siempre abierto el espacio para la promoción de nuevos derechos. O sea, como dice el jurista Fábio Konder Comparato, los derechos humanos siguen una línea que va de los derechos del individuo a los derechos de los pueblos, de los grupos sociales y hasta los derechos de toda la humanidad, con un compromiso por el futuro de las nuevas generaciones. En lo concerniente a los derechos de la humanidad, hoy en día se destacan el derecho a la vida en este planeta, a la salvaguardia del equilibrio climático y del medio ambiente, de una economía sostenible y de los pueblos originarios y tradicionales.

Si las dictaduras también pueden ser vistas como capaces de proporcionar empleo y alimentos, ¿por qué sería mejor la democracia?
Un régimen totalitario puede llegar a garantizar derechos económicos y asegurarse de que la gente no se muera de hambre, pero se priva a la sociedad de otros derechos igualmente relevantes, tales como aquellos que se relacionan con la libertad de expresión, la diversidad cultural, religiosa, política y de género. Existe un vínculo esencial entre la democracia y la garantía de los derechos humanos.

¿En qué consiste la ciudadanía activa, un concepto en el que también ha estado trabajando?
Mi tesis de libre docencia trata sobre la democracia participativa y en ella reflexioné al respecto de los instrumentos de una democracia directa, tales como el referéndum, el plebiscito y las iniciativas populares legislativas. Estos mecanismos constitucionales permiten perfeccionar el sistema de la democracia representativa. Estudié cómo funcionan en Europa, en algunos países de América del Sur y en Estados Unidos, donde suele ponérselos en práctica cada dos años, principalmente en estados como California y Oregon. La ciudadanía activa es lo opuesto de la pasiva, que está relacionada solamente con la observancia de la ley y los deberes del ciudadano. La ciudadanía activa es el derecho y el deber del pueblo a la participación política, a los procesos democráticos de control y fiscalización de los poderes. Y esto implica no solo votar, sino también esforzarse por intervenir en los procesos decisorios, manteniéndose informado y participando en debates comunitarios que pueden llevarse a cabo en grupos vecinales o en los partidos políticos. La democracia exige un esfuerzo, tanto de los gobernantes como de los gobernados.

¿Su bagaje intelectual ha contribuido de alguna manera para seguir avanzando en este momento que atraviesa el país?
Estoy jubilada, pero durante la pandemia he participado en tribunales de tesis en cinco oportunidades, en campos tan diversos como filosofía, derecho y comunicación. Sigo estando interesada especialmente en las propuestas con miras a reducir la brutal desigualdad social, incluso la desigualdad educativa. En estos casi dos años de pandemia, mis nietas han tenido clases a distancia y presenciales, han hecho cursos de idiomas y rindieron exámenes de ingreso a la universidad, es decir, no han perdido casi nada en términos de educación formal. Pero las pérdidas han sido tremendas para la inmensa mayoría de los niños y jóvenes de las familias que, de por sí, ya eran vulnerables. Muchos han pasado hambre, porque la única comida con que contaban se las proporcionaba la escuela. Tuve covid-19, pero ya estaba vacunada y los síntomas fueron leves. Estuve aislada en una casa confortable, siempre pensando en los amigos que murieron o debieron ser intubados. En la gente que pasaba hambre o vivía en la calle. Cuando pensaba en todo eso, lo que me mantuvo fuerte fue mi presencia en la Comisión Arns, fundada al comienzo del gobierno actual por 22 personas para denunciar y combatir las violaciones de los derechos humanos en todo el país. Más que mi bagaje intelectual, lo que me ha sostenido y ayudado a lidiar con la ansiedad social y política durante la pandemia ha sido mi participación en la Comisión.

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