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Tapa

Más verde del que imaginábamos

El país consumió un 30% de su vegetación natural, la mayor parte en los últimos 50 años

lalo de almeida/samba photoEn los últimos dos meses, mientras todo el mundo miraba hacia la Amazonia y el presidente de la República cuestionaba los datos sobre el avance de la deforestación en la región norte obtenidos por el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales, permanecía escondido en la página del Ministerio del Medio Ambiente (MMA) en internet un documento mostrando cuánto ya se deforestó en Brasil por motivo de la ocupación humana y lo que resta de las vegetaciones naturales. El área deforestada de la Selva Amazónica  corresponde a un 21% de lo que ya se transformó en campos, plantaciones y ciudades en el país. De acuerdo con ese documento, el mapa de la cobertura vegetal de los biomas brasileños, ya se derribaron en Brasil 2,5 millones de kilómetros cuadrados (km2) de vegetación autóctona desde el inicio de la colonización por parte de los europeos. Es el equivalente a un 30% del territorio nacional ó 4,5 veces el de  Francia, uno de los mayores países de Europa.

Elaborado a partir de imágenes de satélite de 2002, el documento representa la versión más actual y abarcadora del estado de la vegetación que cubre el país. Puede ser útil por diversos motivos. En primer lugar, porque permite conocer  cuánto cada uno dos los seis principales ecosistemas (la Amazonia, el Bosque Atlántico, el Cerrado [Sabana], el Pantanal, las Pampas y la Caatinga) aún preserva de vegetación suficiente para mantener condiciones de lluvia, calidad del suelo y clima adecuados para albergar vida humana o animal.

En segundo lugar, la identificación de cuanto aún existe de cada ecosistema debe auxiliar al Brasil a cumplir compromisos internacionales asumidos en los últimos años, como la Convención sobre Diversidad Biológica, que prevé que hasta el 2010 por lo menos un 10% de cada región ecológica del mundo esté efectivamente conservada. “Sólo es posible alcanzar esa meta cuando se conoce el área ocupada por cada tipo de vegetación”, dice la agrónoma Maria Cecília Wey de Brito, secretaria de Biodiversidad y Selvas del MMA. Además de orientar la fiscalización de las áreas naturales más amenazadas del país y la creación de unidades de conservación, ese análisis, si se repite en el futuro, puede mostrar el impacto de la deforestación en la emisión de gas carbónico, asociado al aumento de la temperatura del planeta ?los datos disponibles actualmente se basan en las emisiones de mediados de la década de 1990.

El análisis hecho por el ministerio refleja cinco siglos de historia de la ocupación del país moldeados por los deseos y posibilidades de los gobernantes, los empresarios y los ciudadanos comunes. Representa lo que el historiador Caio Prado Júnior llamó el sentido de la evolución geopolítica de un pueblo en su clásico Formación del Brasil contemporáneo y debería servir de base para la discusión y la planificación de lo que se quiere para Brasil en las próximas décadas. “La colonización del país adoptó un patrón predatorio de ocupación que, en parte, prevalece hasta hoy, basado en el uso del fuego y en la sensación de que los recursos naturales son inagotables”, afirma el historiador ambiental José Augusto Padua, de la Universidad Federal de Río de Janeiro e investigador visitante de la Universidad de Oxford, Inglaterra. “En la Amazonia estamos viendo la trágica repetición de esa forma arcaica de hacer que las fronteras avancen. El predominio de quemas se justificó en el pasado, por ser la forma más eficiente disponible en la época, que aumentaba la productividad del suelo en un corto período. Hoy en día ya no se justifica”, explica Padua.

Evidentemente no son solamente las partes de la Selva Amazónica las que desaparecen, consumidas por el fuego y por las sierras eléctricas. Al reunir informaciones sobre todo el país, el análisis del ministerio también muestra que hubo pérdidas aún mayores en otros ecosistemas, aunque en ritmos diferentes. El primero en sentir el peso de las hachas fue el Bosque Atlántico, que es también el más devastado. Ya cayeron 751 mil km2, o un 30% de lo que se taló hasta hoy en Brasil. Inicialmente explotado de modo selectivo, pues sólo el palo brasil interesaba, esa selva que se extendía por una estrecha franja de la costa que va de Río Grande do Norte a Río Grande do Sul fue lentamente sustituida — primero por ingenios de azúcar y, más tarde, por las principales ciudades brasileñas — y casi desapareció. Lo que queda sobrevive en áreas de relieve montañoso y de difícil acceso, como las laderas de Serra do Mar, en el litoral sudeste y sur, o en unidades de conservación.

“El ejemplo del Bosque Atlántico, posiblemente el caso más impresionante de devastación de la historia moderna, tiene que ser debatido para que la sociedad brasileña piense si desea el mismo destino para los otros ecosistemas’, dice Padua. Con el avance tecnológico del siglo pasado, la capacidad de que el ser humano interfiera en el ambiente aumentó mucho.

lalo de almeida/samba photoEl Brasil Central
La transformación del paisaje fue mucho más rápida en el Cerrado [sabana], el segundo más extenso ecosistema brasileño, menor solamente que la  Amazonia. En 40 años perdió 800 mil km2 de su fisonomía, que varía de campos a selvas impenetrables. La construcción de Brasilia al final de la década de 1950 incentivó el poblado del Brasil Central, entonces visto como prioritario por el gobierno federal. Investigadores de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa, sigla en portugués) desarrollaron semillas resistentes al clima más seco y técnicas para reducir la acidez del suelo, transformando las tierras del centro-oeste, antes desfavorables a la agricultura, en una de las regiones más productivas del país. Hoy, además de extensas haciendas de ganado, el Cerrado concentra más de la mitad de la producción nacional de maíz,  soja y frijol.

Aunque las atenciones aún se vuelvan para la Amazonia — y con cierta razón, en un final, es la mayor selva tropical húmeda del planeta, capaz de influenciar el clima en el mundo —, lo que sobró de los otros ecosistemas es igualmente importante desde el punto de vista de la biodiversidad. “Tal vez merezcan hasta más atención, toda vez que albergan muchas especies que se volvieron raras por causa de la extensión de la deforestación”, afirma Giselda Durigan, investigadora del Instituto Forestal de São Paulo. En el Cerrado cada área de 10 mil m2 puede contener hasta 400 especies de plantas, cuya supervivencia puede ser fundamental para mantener las características del suelo y del clima del área en que se encuentran. También la vegetación agreste característica del nordeste de Brasil, conocida como Caatinga, el único ecosistema enteramente brasileño, exhibe una variedad de vida que va mucho más allá de las tunas y las especies de cactus. Cerca de 900 especies de árboles, arbustos, cactus y bromelias viven en esa vegetación casi siempre seca y gris que se disemina por el nordeste brasileño. En esa región la vegetación también no escapó ilesa de la ocupación humana, que data del inicio de la colonización. La Caatinga perdió 300 mil km² de vegetación natural (un 12% de lo que se derrumbó en el país) por la agricultura, en la cría de cabras, en la explotación de yeso, en la siderurgia y más recientemente por el cultivo de frutas a orillas del río São Francisco. Aunque esté ocupada en casi toda su extensión, al fin y al cabo 20 millones de personas viven en un área que corresponde a un poco más que el territorio de Portugal y España juntos, es uno de los pocos ecosistemas que exhibieron una pequeña recuperación del área en los últimos tiempos, según el geógrafo Jurandyr Ross, profesor de la Universidad de São Paulo (USP). “Es que la agricultura tradicional, de subsistencia y la ganadería extensiva alteran poco el ambiente”, afirma Ross, que mostró esas transformaciones en el libro Eco-geografía de Brasil, de 2006.

Del análisis del ministerio, también emergen diferentes formas de ocupación y de relación humana con los espacios naturales. Grandes propiedades agropecuarias explotan las tierras en el centro-oeste y en el sur de la Amazonia, mientras ciudades apiñadas de gente crecen sobre las áreas costeras antes cubiertas por el Bosque Atlántico. En el sur del país, ciudades menores dividen el espacio con pequeñas propiedades de producción intensiva. Escenario de disputa de tierras entre portugueses y españoles al inicio de la colonización, las llanuras pampeanas, uno de los menores ecosistemas del país, abrigaron más tarde oleadas de emigrantes que explotaron la madera de sus bosques de araucaria y los pastos naturales.

“Las selvas y los campos húmedos son las áreas de las Pampas más destruidas por la ocupación humana”, cuenta el geógrafo Heinrich Hasenack, de la Universidad Federal de Río Grande do Sul, que coordinó el relevamiento cartográfico de las Pampas. “Todavía hoy en día se cría el ganado como hace 200 años, sin el manejo adecuado ni el control del número de animales en los campos de vegetación natural”, afirma Hasenack. Por esa razón, las Pampas, hoy totalmente ocupadas, perdieron 87 mil km2 de su vegetación original, un 3,5% de lo que se devastó en el territorio nacional, para la industria, la ganadería de engorde y las plantaciones de maíz, soja, uva y arroz, que contaminan las cuencas de los ríos Ibicuí y Jacuí, de modo similar a lo que ocurre en otras partes de Brasil.

El ecosistema que permanece más íntegro es también el que ocupa la menor área del país: el Pantanal, protegido por las aguas que periódicamente cubren campos y selvas durante varios meses del año. Alimentado por las abundantes lluvias que caen en su cabecera, en la transición entre el Cerrado y la Amazonia, el río Paragüay mantuvo ciudades y cerca de 3 mil haciendas de ganado restringidas a los bordes sur y este del Pantanal. Desde el inicio de la colonización en el siglo XVIII, allí fueron consumidos 17 mil km2, menos de un 1% del área deforestada en Brasil (vea el gráfico). “La vegetación del Pantanal se mantiene conservada porque el pantanero usa la tierra de modo sostenible”, comenta João dos Santos Vila da Silva, especialista en monitoreo por satélite de la Embrapa que coordinó el relevamiento cartográfico del Pantanal. Al menos en ese ecosistema, que se extiende por el sur de Mato Grosso y por todo Mato Grosso do Sur, el uso más adecuado de la tierra no se debe  a la conciencia ecológica, sino a la experiencia práctica. “Los propietarios saben que, si plantan pasto con especies exóticas, como la ‘braquiaria’, la inundación del año siguiente destruye todo”, explica.

lalo de almeida/samba photoDisparidades
Aunque represente la situación de los campos y selvas brasileños en el 2002, el análisis del MMA actualiza y detalla las informaciones colectadas entre 1970 y 1985 por el Radam Brasil, el mayor proyecto nacional de relevamiento cartográfico de la vegetación, del relieve y del uso del suelo. Alguien puede preguntarse por qué un documento que costó al ministerio 3 millones de reales y parece tan importante permaneció desconocido, sin ser ampliamente divulgado ni debatido, por tanto tiempo. Ni Bráulio Dias, director del Programa Nacional de Biodiversidad del ministerio y coordinador del estudio, sabe responder, pero reconoce que podría haber sido diferente: “Ese trabajo no ganó divulgación a la altura de la que merecía.

Quien examinó el análisis se sorprendió con el hecho de, que en algunos casos, las tasas de deforestación sean menores que las señaladas por otros estudios. En el Cerrado, los datos del MMA indican que un 40% del área original fue alterada, mientras que un estudio publicado en el 2006 por la organización no gubernamental Conservación Internacional de Brasil sugiere que la proporción degradada es de un 60%. Parte de la divergencia se explica por la metodología adoptada en cada estudio. El MMA consideró vegetación natural las áreas en recuperación o usadas para la cría de ganado en las cuales los pastos no fueron plantados. Pero, para los especialistas, muchas de esas áreas no deberían ser contabilizadas como vegetación natural, pues, si fuesen abandonadas, difícilmente volverían a  regenerarse y abrigar vida animal. “Nuestros números no indican que las áreas preservadas de cada ecosistema estén en buen estado de conservación”, afirma Bráulio Dias.

Semejante disparidad también puede observarse cuando se evalúan los remanentes del Bosque Atlántico. Para el ministerio, un 71% de esa vegetación ya fue destruida y restan casi un 27%. En las cuentas de la Fundación SOS Bosque  Atlántico, que hace casi 20 años acompaña y mide la degradación de ese ecosistema, sólo están preservados un 7%. Jean Paul Metzger, ecólogo de la USP que investiga las consecuencias de la alteración del Bosque Atlántico para animales y plantas, comparó los datos del ministerio relativos a São Paulo con los del SOS Bosque Atlántico. Concluyó que en ambos casos hay errores. “El relevamiento cartográfico del MMA sobrestima la cobertura forestal, en particular por incluir vegetación en estadio muy inicial de regeneración en la categoría de selva. En tanto, el análisis del SOS Bosque Atlántico subestima el área de vegetación remanente”, dice Metzger. Por las cuentas de Metzger, cerca de un 10% de la selva se mantiene bien conservada. Francisco Kronka, coordinador del Inventario Forestal de São Paulo de 2003, que hizo el levantamiento cartográfico de los remanentes de vegetación natural en el estado, dice estar preocupado con la posible superestimación de las áreas conservadas. “Ese documento debe servir de base para un inventario nacional que, a partir de una misma metodología y de informaciones de un mismo período, intentaría ajustar las estadísticas sobre la cobertura vegetal del país, que cada autor cita de modo diferente”, comenta Kronka. Investigadores del área ambiental ven en los datos más optimistas una trampa. “Mucha gente puede hacer un razonamiento simplista y pensar que, si en 500 años deforestamos solamente un 30%, aún es posible derrumbar mucha más selva hasta que se llegue al límite legal de un 80% establecido por el Código Forestal Brasileño para la mayor parte del país”, dice Giselda, autora de estudios sobre el Cerrado.

“De ninguna manera esos números significan una autorización para deforestar”, afirma el geólogo Edson Sano, de la Embrapa, responsable por el levantamiento cartográfico en el Cerrado. Bráulio Dias, coordinador general del trabajo, coincide. “Algunas personas creen que nuestros datos están disminuyendo el grado de amenaza a los ecosistemas. Pero no queremos pintar una situación ni mejor ni peor que lo que de hecho está. Todo levantamiento cartográfico tiene limitaciones de escala”, dice. “Muchas áreas que hoy se encuentran protegidas en unidades de conservación del Cerrado eran usadas para pasto hasta hace 20 años atrás, antes de que fueran desapropiadas. Si no hubiesen sido consideradas como vegetación natural, varias de esas áreas de protección no existirían.”

Crecimiento
El 30% de los bosques brasileños consumidos en los últimos 500 años contribuyó a que Brasil se convirtiese una de las diez mayores economías del mundo, con un PIB de dos mil billones, aunque en gran parte dependiente de productos agropecuarios. ¿Será que el país, para desarrollarse económicamente y reducir las desigualdades sociales, tendrá que seguir el ejemplo de naciones más desarrolladas que pusieron abajo integralmente sus selvas?

La respuesta dependerá de las elecciones que se hagan ahora. Y hay quien crea en una salida más harmoniosa, en la cual el aumento de la generación de riquezas no signifique la destrucción de áreas verdes como la Amazonia. “Necesitamos superar el patrón de uso extensivo del suelo y crear formas intensivas que se valgan de la tecnología para aumentar la productividad con el mínimo de ocupación del espacio”, dice Padua. Una salida sería aprovechar mejor las tierras deforestadas que no producen todo lo que podrían. En las tierras fértiles de São Paulo o de Paraná, por ejemplo, la productividad agropecuaria se encuentra en el límite permitido por el estadio actual de desarrollo científico, pero en otras áreas aún es posible aumentar la producción. Varios estudios muestran una enorme proporción de áreas deforestadas y subutilizadas en el país. El desempeño del propio Cerrado podría mejorar. “Actualmente usamos 80 millones de hectáreas del Cerrado para producir 120 millones de toneladas de granos”, afirma Sano. “Es posible duplicar esa producción sin derrumbar 1 hectárea más de selva.”

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