Todo el mundo sabe que el consumo excesivo de bebidas alcohólicas es perjudicial. La cuestión, para los gobiernos que definen las políticas públicas y para quienes les gusta beber, es: ¿cómo se define que es excesivo?
La respuesta no es sencilla y varía a la luz de los nuevos conocimientos. El umbral de lo tolerable depende, además de la graduación alcohólica de la bebida y de la cantidad consumida, de factores tales como la edad, el sexo, la constitución física, la genética, el estilo de vida y el estado de salud general del consumidor. Aun definidas las variables principales, no existe un consenso en la literatura científica.
Pero sí existe cierta convergencia en el sentido de que no hay ninguna medida segura. Incluso en cantidades mínimas, el alcohol conlleva riesgos para la salud, principalmente problemas cardíacos, cáncer, trastornos mentales y cirrosis, además de la posibilidad de involucrarse en accidentes y en casos de violencia física.
Esta convergencia ha llevado a una revisión por parte de los gobiernos de diversos países de las recomendaciones de ingesta moderada de bebidas alcohólicas, tal como lo expone el editor Marcos Pivetta en el reportaje que ilustra la portada de la presente edición.
Hace cuatro años, la revista informaba del cambio en la forma de medir el kilogramo, la última de las siete unidades fundamentales que hasta entonces seguía calculándose con base en un objeto físico (véase el video). La medición del tiempo ya se había modificado en la década de 1960, con la adopción de relojes atómicos para estimar la duración de 1 segundo, que pasó a definirse por el tiempo de transición de niveles de 1 átomo de cesio 133 [133Cs] en reposo.
Así es como la ciencia mide el tiempo, pero, ¿cómo cronometra los segundos el cerebro? Investigadores de la Universidad Federal del ABC (UFABC), en São Paulo, que buscan descifrar cómo codifican las distintas áreas cerebrales el transcurso de intervalos breves, descubrieron que esta actividad no la realiza de manera constante una sola zona del cerebro, tal como se pensaba. Al menos dos regiones trabajan en forma coordinada y consecutiva en la ejecución de esta tarea, según lo muestran experimentos con ratas.
La fiebre amarilla, una enfermedad contra la cual no existe una cura, es objeto de una investigación prometedora que están llevando a cabo científicos brasileños de la Universidad de São Paulo (USP) y de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), en colaboración con pares estadounidenses. Se identificaron dos anticuerpos humanos con potencial para generar un tratamiento que, cuando se lo aplicó a roedores y monos, les permitió a estos sobrevivir a la infección causada por el virus responsable de este tipo de fiebre hemorrágica.
Sin dejar de tener presente que estos resultados aún son preliminares, la posibilidad de un tratamiento para una afección que provoca la muerte de entre un 20 % y un 50 % de los pacientes, apunta un nuevo camino en los estudios de esta enfermedad endémica en Brasil.
Para continuar con un tema relacionado, el reportaje de la página 36 muestra que la inversión pública brasileña en investigaciones referidas a enfermedades tropicales desatendidas ha registrado una merma considerable en el país durante las últimas décadas. La fiebre amarilla ya no forma parte de ese grupo, compuesto por enfermedades como la lepra y la esquistosomiasis, que afectan principalmente a poblaciones y países pobres.
El tema es complejo, incluso para los adultos, por eso para los educadores resulta oportuna la reciente publicación de un libro gratuito con 62 fichas sobre la muerte, el duelo y la memoria. Compilada por dos historiadores de las universidades federales de Uberlândia y Pelotas y destinada a los alumnos de la enseñanza básica, esta obra tiene como meta introducir, desde los primeros años de la educación en las escuelas, el debate acerca de cómo lidiar con las cuestiones relacionadas con la finitud humana, en forma crítica, reflexiva y basándose en la ciencia.
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