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Memoria

Reflejos del hambre

En 1865, un médico del estado brasileño de Pará describió una enfermedad ocular causada por la alimentación deficiente, habitual entre las personas negras esclavizadas

Negras vendedoras de angu, litografía de 1835 de Jean Baptiste Debret, que retrataba la mala alimentación de los esclavizados en Brasil

Colección de la Fundación Biblioteca Nacional

“Os hago saber, señores, sobre una enfermedad que tuve ocasión de observar en Río de Janeiro a principios del año 1864.” Así comienza un artículo publicado en junio de 1865 en Annaes Brazilienses de Medicina, la revista que publica la Academia Nacional de Medicina, escrito por el oftalmólogo Manoel da Gama Lobo, oriundo de Pará (1831-1883). Se trata de la primera descripción que se hiciera en Brasil de una enfermedad a la que llamó oftalmia brasileña y hoy en día se la conoce como xeroftalmia o hipovitaminosis A, causada por la falta de vitamina A. La deficiencia de este micronutriente es un problema mundial hasta el día de hoy: afecta a unas 19 millones de mujeres embarazadas y a 190 millones de niños en edad preescolar, en su mayoría en África y en el Sudoeste asiático, según datos divulgados por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Gama Lobo describió la evolución de la enfermedad, que destruye gradualmente las estructuras del globo ocular y puede causar ceguera, a partir de la observación de cuatro niños esclavizados, de entre 16 meses y 5 años. Eran muy delgados, padecían profusas diarreas, tenían los párpados pegados, impidiéndoles abrir ojos, y la conjuntiva –la membrana transparente que cubre la parte blanca del ojo– seca. Aunque eran tratados con colirios y se les proporcionaba buena alimentación, todos morían, como máximo, en seis meses. La química Leonor Maria Pacheco Santos, de la Universidad de Brasilia (UnB), señala el que aparentemente haya sido el único error del tratamiento: en uno de los niños, el médico consideró que una secreción que presentaba el ojo era pus y lo apretó para extraerla, lo que habría contribuido a agravar la pérdida de visión.

Academia Nacional de Medicina y Colección de la Fundación Biblioteca Nacional Gama Lobo criticaba a los hacendados que trataban mal a los esclavizados. Arriba, el final del artículo en el que describió la hipovitaminosisAcademia Nacional de Medicina y Colección de la Fundación Biblioteca Nacional

Pero el médico paraense concluyó, correctamente, que la causa de las alteraciones oculares era “la falta de nutrición conveniente y suficiente a la que se encuentran sometidos los esclavos [sic] de los hacendados… el organismo, en escasez de principios vitales, no puede proveer los principios necesarios para la nutrición de la córnea”. A su juicio, la pérdida de visión era una de las consecuencias de un marcado deterioro del organismo, que también ocasionaba bronquitis crónicas, diarreas, debilidad y postración.

“Gama Lobo realizó un trabajo notable, al articular el hambre y la miseria de los niños y de sus madres con los síntomas de la deficiencia visual, cuando todavía no se habían descubierto las vitaminas”, dice el nutricionista Francisco de Assis Guedes de Vasconcelos, de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC). Él redacto con Pacheco Santos un artículo sobre el médico paraense, que salió publicado en 2007 en la revista História, Ciências, Saúde – Manguinhos.

Wikimedia Portada del libro Historia Naturalis Brasiliae, de Willem Piso y George Marcgraf, publicado en los Países Bajos en 1648, en latín, que incluye informes de lesiones oculares asociadas a la mala alimentación en BrasilWikimedia

Recién en 1912, la química Marguerite Davis (1887-1967) y el bioquímico Elmer McCollum (1879-1967), ambos estadounidenses, identificaron en la Universidad de Wisconsin-Madison (EE. UU.), un micronutriente cuya carencia limitaba el crecimiento de las ratas criadas en laboratorio y causaba xeroftalmia. Lo que inicialmente fue denominado factor accesorio soluble en grasa, más tarde rebautizado como vitamina A –la primera que se descubrió– resultó ser importante para mantener el funcionamiento de los bastones, las células de la retina que captan la luz nocturna, para la hidratación de la superficie ocular, incluyendo la producción de lágrimas, para la renovación de las células y para el desarrollo de los huesos, los dientes y el cabello.

En el libro intitulado Geografia da fome [Geografía del hambre] (editorial O Cruzeiro, 1946), el médico pernambucano Josué de Castro (1908-1973), además de reconocer el mérito de Gama Lobo, dice que el primero que notó la ceguera nocturna –una de las manifestaciones de la falta de vitamina A– entre los soldados y los pobres de Brasil, fue el médico Willem Piso (1611-1678), quien acompañó al conde Maurício de Nassau (1604-1679) durante la ocupación holandesa en Pernambuco. El registro de las lesiones oculares, que Piso atribuyó a una alimentación deficiente, forma parte del libro Historia Naturalis Brasiliae, escrito por él junto al matemático y naturalista alemán George Marcgraf (1610-1644), publicado en 1648 en los Países Bajos, en idioma latín. En 1883, corroborando las observaciones de Gama Lobo, el también oftalmólogo Hilário Soares de Gouveia (1843-1923), docente de la Facultad de Medicina de Río de Janeiro, descubrió que los negros esclavizados en los cafetales de lo que entonces era la provincia de São Paulo, también padecían ceguera nocturna.

“Incluso a la luz de los conocimientos de aquella época, la dieta [de los esclavizados] ya se consideraba inadecuada”, comentó la historiadora Márcia Amantino, de la Universidade Salgado de Oliveira, en un artículo también publicado en 2007 en História, Ciências, Saúde – Manguinhos. La alimentación básica, descrita por Gama Lobo en su estudio, consistía en frijoles o calabaza cocinados con angu [harina de maíz o de arroz, cocida en agua y sal] y, una o dos veces por semana, carne seca; muy poco, según él, para alguien que madrugaba a las 3 de la mañana y trabajaba duro hasta las 9 de la noche. “Si la alimentación fuera buena y se los hubiese tratado bien, no solo las habrían padecido menos enfermedades sino que el trabajo se habría multiplicado, como consecuencia de la lozanía de los trabajadores”, comentaba el médico en su artículo. También notó que la enfermedad era rara y los negros vivían más donde se les proporcionaba una buena alimentación, incluyendo pescado y frutas, como en las provincias de Amazonas, Pará, Rio Grande do Sul y Mato Grosso.

Internet Archive Book Images / Flickr Imágenes de lesiones oculares del libro Leçons sur l’exploration de l’oeil, de François Follin y Louis Thomas, publicado en París, en 1863Internet Archive Book Images / Flickr

Por el contrario, en las regiones productoras de azúcar y café, por lo general no se prestaba atención a la alimentación y a las enfermedades de los esclavizados. Como semblanza de una época, Amantino cita a Salazar, un traficante de esclavizados en O escravocrata [El esclavista], la obra escrita en 1884 por Artur de Azevedo (1855-1908): “El negro no tiene licencia para estar enfermo. Mientras respire, ha de poder trabajar con la azada, lo quiera o no. Para los males de los negros, hay un remedio supremo, infalible y único: el bacalhau [‘bacalao’, látigo de cuero]. ¡Denme un negro moribundo y un bacalhau, y les mostraré si no puedo dejarlo ágil y espabilado con media docena de latigazos!”. La literatura también se hizo eco de las consecuencias de la mala alimentación entre la población brasileña con obras como la novela A fome [El hambre], de 1890, alusiva a la pronunciada sequía que se vivía en aquella época en el estado Ceará, del escritor Rodolfo Teófilo (1853-1932), dice Vasconcelos, de la UFSC.

“Gama Lobo era un abolicionista y criticaba a los propietarios rurales que maltrataban a los esclavizados. Decía: ‘Se engañan los hacendados que piensan que los negros son de otra naturaleza distinta a la humana”, comenta Pacheco Santos. “Era un progresista, afiliado a la Escuela Tropicalista de Bahía, que reunía a científicos militantes”, reitera Vasconcelos. Luego de estudiar en las facultades de medicina de Bahía y Río de Janeiro, Gama Lobo trabajó como médico en el Arsenal de Guerra de la Corte, en Río de Janeiro, y viajó a Alemania para especializarse en oftalmología. “El médico, cuyo carácter ya era, de por sí, inquieto, fue perfeccionándose en Alemania, al trabar contacto con las dos grandes corrientes de la medicina de la época, que cobraron fuerza en la segunda mitad del siglo XIX”, comenta el nutricionista e historiador José Divino Lopes Filho, de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG).

Wellcome Images / Wikipedia Oftalmoscopio de la década de 1860, diseñado por el oftalmólogo alemán Richard Liebreich, en una caja de un fabricante británico (la der.), y otro de origen francés, de los años 1880, en una caja de una empresa escocesa, que se utilizaron para realizar exámenes ocularesWellcome Images / Wikipedia

La teoría infecciosa, defendida por el químico francés Louis Pasteur (1822-1895) y el microbiólogo alemán Robert Koch (1843-1910), atribuía el origen de muchas enfermedades a los microorganismos, con base en las evidencias halladas por ambos. La otra, asociaba a las enfermedades con las deficiencias alimentarias y fue influenciada por los hallazgos de tres científicos: el químico francés Antoine Laurent de Lavoisier (1743-1794), quien relacionó la combustión (quema controlada) de los alimentos con la respiración celular, medida por medio de aparatos que él mismo había inventado; el fisiólogo alemán Max Rubner (1854-1932), quien en 1883 determinó el poder energético de las proteínas, carbohidratos y lípidos, y el patólogo neerlandés Christiaan Eijkman (1858-1930), quien descubrió el origen del beriberi, a causa de la falta de vitamina B1. Rubner ganó el Premio Nobel de Medicina o Fisiología en 1919 y Eijkman, en 1929. “Ambas teorías se disputaron en distintos momentos el origen de las enfermedades, como en el caso del beriberi, que inicialmente era considerado una enfermedad causada por microorganismos”, dice Lopes Filho. “Gama Lobo regresó a Brasil con las ideas científicas más modernas de su época”.

En Río de Janeiro, el médico paraense fue el primer jefe del Servicio Oftalmológico del Hospital Santa Casa de Misericordia. También llevó a cabo estudios sobre la fiebre amarilla e identificó otra enfermedad ocular: la retinitis sifilítica, derivada de la sífilis, en 1863. Al año siguiente, describió un brote de conjuntivitis purulenta, que se caracteriza por el cierre de los párpados y la inflamación de la conjuntiva, ambas en la revista Annaes Brasilienses de Medicina. Hasta su muerte, a los 52 años, cuando volvía en barco de otro viaje a Europa, publicó sus estudios en revistas médicas de Brasil, Portugal y Alemania.

Tras la Abolición de la esclavitud, en 1888, los informes de ceguera por desnutrición comenzaron a ralearse, excepto en las épocas de sequías intensas en el nordeste. A principios de la década de 1980, debido a una grave sequía, Pacheco Santos encontró en el interior del estado de Paraíba y en el hospital de la Universidad Federal de Paraíba (UFPB), en el municipio de João Pessoa, niños de hasta 2 años con ceguera causada por desnutrición, como se informa en un artículo de mayo de 1984 en la revista Journal de Pediatria. Los estudios ayudaron a sentar las bases de un programa nacional para reducir la hipovitaminosis A, creado en 1986, cancelado en 1997 y revitalizado en 2005, mediante la distribución de cápsulas de vitamina A destinadas a niños de hasta 5 años, en el marco de las campañas de vacunación múltiple, en los centros básicos de salud; el nutriente se concentra en el hígado, que lo va liberando poco a poco.

La distribución de cápsulas para los niños en las campañas de vacunación mitigó la falta de vitamina A en Brasil

“Los índices de hipovitaminosis A son indudablemente menores que los del pasado, pero el programa nacional aún debe llegar a las comunidades más pobres, especialmente porque ese estrato de la población es el que padece la inseguridad alimentaria”, advierte Lopes Filho. En 2019, según el Estudo Nacional de Alimentação e Nutrição Infantil [Estudio Nacional de Alimentación y Nutrición Infantil] (Enani-2019), del Ministerio de Salud, la región donde se registró el mayor índice de deficiencia de vitamina A entre los niños menores de 5 años fue el centro-oeste (un 9,5 %) y la menor, el sudeste (un 4,3 %). Sin embargo, según advierte Vasconcelos, el “desmantelamiento del sistema público de salud y de los programas sociales”, el aumento del desempleo y la pandemia de covid-19 incrementan el riesgo de inseguridad alimentaria: en 2017 y 2018, más de 10 millones de brasileños informaron que pasaban hambre, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 297).

“La vitamina A tiene efectos en todo el organismo, ya que mantiene la integridad del epitelio interno de los pulmones, los intestinos y el globo ocular”, reitera Pacheco Santos, una de las autoras de un estudio publicado en julio de 1994 en la revista médica The Lancet, que revela una merma de un 23 % de las diarreas en los niños del municipio de Serrinhas, estado de Bahía, en comparación con el grupo de control, tras el suministro del suplemento vitamínico. Ella hace hincapié en la importancia de consumir alimentos ricos en vitamina A, como la manteca y la leche entera, además de legumbres y verduras con alto contenido de betacaroteno, que en el interior del organismo se transforma en vitamina A. “Además de la zanahoria, la calabaza y el mango, de color amarillo intenso”, dice, “disponemos de otras fuentes, tales como el moriche (buriti en Brasil), el pequi o nuez souari y el fruto (dendê, como se lo conoce en Brasil) de las palmeras Elaeis guineensis y E. oleifera, del cual se obtiene el aceite de palma. El aceite de moriche es una de las fuentes con mayor contenido de este nutriente en todo el mundo”.

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