Una nueva enfermedad infecciosa importada desde China amenaza a la población brasileña. Aún se la conoce poco y los científicos vienen realizando hallazgos sucesivos al respecto a medida que se propaga por todo el mundo. Es el final del siglo XIX y la pandemia de peste bubónica ha llegado al puerto de Santos, en las costas del estado de São Paulo. El país necesita con urgencia una vacuna para proteger a su población.
El gobierno federal respondió a esa emergencia sanitaria con la creación, en 1900, del Instituto Federal de Sueroterapia en una finca abandonada en el barrio de Manguinhos, en la zona norte de la ciudad de Río de Janeiro, a orillas de la bahía de Guanabara. La dirección general estuvo a cargo del barón de Pedro Afonso, propietario del Instituto Municipal de Vacunas, que producía la vacuna antivariólica. Para la dirección técnica se le cursó una invitación a un científico de 28 años, experto en sueros y microbiología del afamado Instituto Pasteur de París: Oswaldo Gonçalves Cruz (1872-1917). Al año siguiente también se fundaría el Instituto Butantan, en São Paulo, con la misma finalidad, e inicialmente llamado Instituto Serumtherapico.
En tan solo seis meses, el Instituto Federal de Sueroterapia logró producir las primeras dosis del suero para el tratamiento y la vacuna preventiva para la peste bubónica. Pero pronto surgió un desacuerdo entre sus líderes. Según el historiador Jaime Larry Benchimol, investigador de la Casa de Oswaldo Cruz (COC-Fiocruz), el científico ya tenía en mente un instituto dedicado a la enseñanza y la investigación, en la misma línea del Instituto Pasteur. Pero esa no era la meta del barón, que acabó desvinculándose de la institución en 1902.
Entonces Oswaldo Cruz asumió la dirección plena del instituto y, un año más tarde, la Dirección General de Salud Pública (DGSP), desde donde lanzó una campaña contra las tres grandes amenazas a la salud que enfrentaba la población brasileña a principios del siglo XX: la peste bubónica, la viruela y la fiebre amarilla. Exigió la notificación obligatoria de los casos e impulsó la caza de las ratas, hospedadoras de las pulgas infectadas con la bacteria Yersinia pestis. Además de la creación de una brigada de agentes sanitarios para ocuparse del trabajo de desratización, la DGSP les abonaba una pequeña suma de dinero a los habitantes que les llevaran roedores, vivos o muertos, a los brigadistas. Esa iniciativa generó un nuevo tipo de comercio y también de fraude en la ciudad de Río de Janeiro: hubo quienes empezaron a criar ratas para vendérselas al gobierno.
De la revuelta a la medalla
Para controlar la fiebre amarilla, Oswaldo Cruz se dedicó a eliminar los focos del mosquito Stegomya fasciata (más tarde denominado Aedes aegypti), que el médico cubano Carlos Finlay (1833-1915) había señalado unos veinte años antes como el transmisor de la enfermedad. En aquella época, la comunidad médica internacional no le prestó atención a esa teoría, que sería comprobada recién en 1900, el mismo año de la creación del Instituto de Sueroterapia de Manguinhos, desterrando las creencias al respecto de los aires pestilentes, los miasmas.
La estrategia de Cruz consistió en dividir la ciudad en diez distritos sanitarios, comandados por comisarios de Salud e impuso una inspección rigurosa, que incluía multas para los propietarios de los inmuebles insalubres. En un comienzo, el sanitarista fue objeto de chistes y caricaturas, ganándose además el jocoso mote de “General Matamosquitos”. Pero pronto cundió la indignación popular contra la “patrulla de los focos”, que podía ingresar a las viviendas sin autorización de sus propietarios e incluso trasladar enfermos sin su consentimiento. El descontento derivó en una revuelta cuando se instauró la obligatoriedad de vacunarse contra la viruela, en 1904.
Según Benchimol, la resistencia fue generalizada: desde positivistas que no admitían la injerencia del Estado en las libertades individuales hasta gente con temor a que la vacuna las dejase “avacados”, es decir, con rasgos vacunos, dado que la misma se producía a partir del cowpox (pústula de vaca), una enfermedad bovina similar a la viruela. Al día siguiente a la promulgación de la ley ya había disturbios en las calles, reprimidos por las fuerzas policiales. Los enfrentamientos duraron alrededor de una semana y dejaron un saldo de 30 muertos, 110 heridos y 945 arrestos. “La población lo pagó con creces: además de la feroz represión, en 1908 tuvo que soportar una epidemia de viruela que mató a casi 6.400 personas”, relata el historiador.
“El mismo país que se rebeló contra una vacuna ideó posteriormente uno de los programas de inmunización más sólidos del mundo, que logró controlar muchas enfermedades”, recuerda la socióloga Nísia Trindade Lima, presidenta de la Fiocruz. “Pese a todo, como hemos podido comprobar con la aparición reciente de nuevos brotes de sarampión, esos logros no son permanentes”.
Pese a los percances, los equipos capitaneados por Oswaldo Cruz lograron detener las epidemias. En 1907, la fiebre amarilla fue declarada bajo control en Río de Janeiro, un hito por el que obtuvo el reconocimiento internacional, con la medalla de oro que se le entregó en el 14º Congreso Internacional de Higiene y Demografía de Berlín, en Alemania. En 1908, se le impuso al instituto el nombre de su director, quien se mantuvo en el cargo hasta 1916.
Los científicos de la institución también comenzaron a ser requeridos para combatir enfermedades en el interior del país. Se enviaron expediciones científicas a varios estados. Por ejemplo, fue en el norte de Minas Gerais, en la ciudad entonces llamada São Gonçalo das Tabocas (hoy en día, Lassance), donde en 1909 Carlos Chagas (1879-1934) descubrió la tripanosomiasis americana, la enfermedad de Chagas. Un hito triple: identificó al protozoario causante de la enfermedad, al cual se lo bautizó con el nombre de Trypanosoma cruzi, en homenaje a Oswaldo Cruz, al insecto vector (la vinchuca) y las características clínicas de la enfermedad, que hasta entonces era confundida con el paludismo o la anquilostomiasis. Más de 80 años después, en 1990, la primera patente internacional de la Fiocruz sería referente un kit para el diagnóstico de la dolencia en cuestión.