Una infancia pobre en la zona rural de Paracatu, en el estado brasileño de Minas Gerais, cercana a la región inmortalizada por João Guimarães Rosa en Gran sertón: Veredas, no fue un obstáculo para que el agrónomo Ruy de Araújo Caldas, de 84 años, llegara hasta donde llegó: se convirtió en un referente de los estudios sobre bioquímica vegetal en el país y un gestor de la ciencia, la tecnología y la innovación con desempeño de funciones en el gobierno, en universidades públicas y privadas y en una empresa de investigación científica. La enfermedad de Chagas, que acometió a toda su familia ‒a él, a su padre, a su madre y a cinco hermanos‒, tampoco se interpuso en su trayectoria científica. Cuando le diagnosticaron la enfermedad, en la década de 1970, decidió estudiar la respiración del Trypanosoma cruzi, al que se refiere como un “parásito muy inteligente”.
A los 84 años, Caldas lleva casi tres décadas jubilado de la Universidad de Brasilia (UnB). Allí desarrolló la mayor parte de su carrera junto a su esposa, la bióloga estadounidense Linda Styer Caldas [1945-2007], con quien tuvo tres hijos. La conoció durante su doctorado en la Universidad del Estado de Ohio, en Estados Unidos, se casaron y vinieron a la Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz de la Universidad de São Paulo (Esalq-USP). Poco después cambiaron Piracicaba por Brasilia, al recibir una oferta laboral inmejorable. Actualmente Caldas sigue viviendo en la capital federal y alterna entre la vida académica y la administración de sus propiedades rurales: es ganadero y caficultor. Trabaja en la Universidad Católica de Brasilia (UCB), donde organizó el programa de posgrado en ciencias genómicas y biotecnología y fue prorrector de investigación y posgrado. En los últimos años también ha pasado algunas temporadas en Goiânia, Campo Grande y Piracicaba, ayudando a planificar iniciativas científicas y a implementar programas de maestría y doctorado en instituciones públicas y privadas. Accedió a recibir a Pesquisa FAPESP para la siguiente entrevista.
Bioquímica vegetal
Institución
Universidad Católica de Brasilia
Estudios
Ingeniero agrónomo graduado en la Universidad Rural del Estado de Minas Gerais, la actual Universidad Federal de Viçosa (UFV, 1964), maestría en nutrición mineral de plantas en la Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz de la Universidad de São Paulo (Esalq-USP, 1967) y doctorado en bioquímica vegetal por la Universidad del Estado de Ohio (EE. UU., 1970)
Usted nació en un medio rural, donde vivió estrecheces económicas y dificultades para acceder a la educación. ¿Cómo superó estas barreras?
Vivía en Paracatu, Minas Gerais, una localidad de la época del ciclo del oro, aislada del mundo. Mi madre solía repetir que la educación era la cosa más fundamental. Había cursado la primaria con maestras del normal y se convirtió en maestra de escuela rural: daba clases en un rancho de paja. Nos mandó a estudiar con otra maestra, muy activa, que se llamaba Janaína Silva Neiva. El estudio me gustaba, pero también me gustaba mucho el campo. Para hacer el cuarto grado de la primaria fui a la ciudad. No quería hacer el gymnasium [la actual enseñanza fundamental II] y le mentí a mi tío Zecão, quien me criaba y vivía en el campo. Le dije que ya había terminado el examen de admisión. Él fue a caballo hasta la ciudad, descubrió que no era cierto y contrató a una profesora, Eva Mundim, para que me diera un curso intensivo en enero para rendir el examen de ingreso.
¿Le fue bien?
Conseguí aprobar y fui a hacer el gymnasium en Paracatu. Pero mis padres se habían mudado a Barretos, en São Paulo, y en 1952 me fui allá. Muchos profesores que se habían graduado en la Facultad de Filosofía de la USP se habían ido a trabajar en el interior. En Barretos tuvimos la suerte de contar con docentes muy calificados en el gymnasium Mario Vieira Marcondes. Uno de ellos era Jorge Abreu, autor de un libro de historia general. Me causó una gran impresión cuando nos narraba la historia de los griegos, de Sócrates, Demóstenes, Pitágoras, por lo que pensé: qué cosa estupenda ser un pensador, un estudioso. Ése fue un punto de viraje. Allá en Barretos, me gustaba trabajar en la huerta. Cuando terminé el gymnasium regresamos a Paracatu y yo me dediqué a hacer una huerta para mi padre, pero quería seguir aprendiendo. Un agrónomo de Paracatu recién graduado en Viçosa, Tarso Botelho, me sugirió: “¿No te gustaría hacer la técnica en Viçosa?”. Me inscribí y así lo hice. Allí conocí a un profesor de química, Walter Brune [1912-2004], con un doctorado en Alemania. Me gustó mucho y cambié la horticultura por la química. Fueron estas dos figuras claves, un historiador y un químico, quienes me mostraron la importancia del conocimiento.
¿Y cómo fue que se convirtió en investigador?
El profesor Walter Brune nunca dictaba clases puramente teóricas. Llegaba con dos o tres carritos de laboratorio con reactivos, discutíamos la teoría y realizábamos los experimentos allí nomás en el aula. Al principio de mi carrera de agronomía, montamos un proyecto para medir el contenido de vitamina C de las frutas del Cerrado [la sabana brasileña]. Fue entonces cuando empecé a entender un poquito del método científico. Al final de la carrera, en 1964, conseguí realizar una pasantía en el Instituto Agronómico de Campinas [IAC], en el Departamento de Suelos, para hacer mediciones de pH, fósforo, potasio y análisis foliar. Aprendí mucho en ese tiempo. Poco después, el fitopatólogo Álvaro Santos Costa [1912-1998] me convocó para trabajar en el departamento de virología del IAC. Ésa fue otra instancia decisiva, cuando empecé a trabajar con la bioquímica de los virus en el IAC, en 1965. Santos Costa invitó a sumarse a un investigador en virología vegetal, Gerd Benda [1927-2023], de la Universidad del Estado de Luisiana, en Estados Unidos, para pasar una temporada como investigador del IAC, y trabajamos juntos en la bioquímica de los virus de la caña de azúcar.
¿Cómo fue el camino hasta llegar a doctorarse en Estados Unidos?
En agosto de 1965, Eurípedes Malavolta [1926-2008], por entonces director de la Esalq-USP [Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz de la Universidad de São Paulo], conoció mi currículum. Me llamó y me dijo: “Vea, usted ya está contratado aquí”. Quedé estupefacto. El profesor Malavolta era un gran investigador en el campo de la nutrición mineral de las plantas y fue un gran promotor de un acuerdo de cooperación entre la USP y la Universidad del Estado de Ohio. Asumí mi cargo en la Esalq en septiembre de 1965. Entonces Malavolta me dijo: “Quiero que hagas el PhD en Estados Unidos lo antes posible”. El requisito previo para ir a Ohio era haber completado la maestría. Pasé un año y tres meses dando clases de bioquímica, defendí mi magíster y me preparé para viajar. En septiembre de 1967 empecé el doctorado en Columbus.
¿Cuál fue el tema de su investigación de maestría?
Fue sobre el impacto del virus del marchitamiento bronceado del tomate [llamado localmente vira-cabeça] en la absorción de fósforo en las plantas infectadas. Utilizamos fósforo radiactivo ‒la USP disponía de un reactor‒ para medir la absorción. La enfermedad se conoce como volteacabeza [vira-cabeça], porque el tomate se va marchitando y el extremo de la planta se vuelve hacia abajo.
¿Qué tal fue el período de su doctorado en Estados Unidos?
Cuando estaba en el IAC, quería trabajar con biología molecular. Pero Malavolta y la Esalq estaban interesados en estudiar el metabolismo del nitrógeno en las plantas. Me marché a Ohio sabiendo que iba a hacer un doctorado en bioquímica vegetal, para cumplir con las expectativas institucionales, aunque no fuera ese mi interés. Mi director de doctorado era Donald Dougall [1930-2016], un bioquímico australiano que trabajaba con el metabolismo del nitrógeno. Había un tema que quedaba por dilucidar: cuál era el mecanismo del que se vale la planta para inmovilizar el ion amonio, que es un ion tóxico, en una molécula no tóxica, que es la glutamina. Tuve que montar los primeros biorreactores para cultivar tejidos vegetales, para extraer enzimas y purificar proteínas.
Me casé con Linda y la traje conmigo a Brasil. Ella ayudó a impulsar el cultivo de tejidos vegetales
¿Esto ya se hacía en Brasil?
En aquella época, el cultivo de tejidos vegetales era una de las biotecnologías consideradas de punta. En Ohio trabajábamos bajo la dirección de Dougall y entonces llegó al laboratorio una investigadora del U. S. Geological Survey, Linda Hancock Styer [1945-2007]. Nos pusimos de novios, nos casamos y la traje conmigo a Brasil. Ella ayudó a darle un buen espaldarazo al cultivo de tejidos vegetales en Brasil.
¿Cómo fue su regreso a la Esalq?
Hice el doctorado en algo más de tres años y volví a la Esalq en 1970. Me dediqué a dar clases y organizar grupos. Mi esposa, Linda, trabajaba de manera informal, organizando grupos de cultivo de tejidos vegetales, pero no había vacantes de docencia en su área. La UnB [Universidad de Brasilia] nos invitó a dictar una conferencia aquí en Brasilia. Después de la charla, el rector, Amadeu Cury [1917-2008], y el vicerrector, José Carlos Azevedo [1932-2010], nos dijeron: “Podrían venir a trabajar acá. Necesitamos personal en el área de las ciencias de la vida”. Le expliqué que tenía un compromiso con la USP por cuatro años, el período en el que estuve ausente a causa de mi doctorado. Entonces ofrecieron contratar a Linda y conversar con el rector de la USP para ver si era posible que me cedieran a la UnB. La USP me liberó por cuatro años, pero acabé renunciando para no tener que volver a asumir mi puesto en la Esalq.
¿Con qué ambiente se topó en la UnB?
Estaba la carrera de biología, pero no había mucho más en cuanto al área vegetal. Por otra parte, había un grupo grande dedicado a las enfermedades endémicas, dirigido por Wladimir Lobato Paraense [1914-2012], una eminencia en materia de investigaciones en esquistosomiasis. También había otro grupo investigando la enfermedad de Chagas, liderado por Aluízio Prata [1920-2011], y otro grupo muy fuerte dirigido por Isaac Roitman. Fui a trabajar con tejidos vegetales, pero necesitaba tener un grupo más sólido para obtener resultados concretos. Fue entonces cuando Isaac Roitman, Lobato Paraense y Aluízio Prata me invitaron a sumarme a un programa creado por el CNPq [el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico] llamado PIDE [Programa Integrado de Enfermedades Endémicas, en portugués]. Acepté trabajar en la bioquímica del Trypanosoma cruzi, el parásito que causa la enfermedad de Chagas, y luego también en la de Biomphalaria, los caracoles que transmiten la esquistosomiasis. La idea de poder entender cómo funciona el mal de Chagas también me motivó por una razón particular: descubrí que era portador de la enfermedad.
Tenía un motivo particular para tratar de entender la enfermedad de Chagas: descubrí que era portador
¿Cómo se enteró?
En 1974, un profesor que trabajaba con Isaac Roitman y era de Paracatu me dijo: “Ruy, sé que vivías en el campo, ¿ya te has hecho el examen de Chagas?”. Le respondí: “Nunca me lo hice. Recuerdo que cuando era niño me picó alguna vinchuca, pero nunca sentí nada”. Me aplicó la prueba y me trajo el resultado. Después, Aluízio Prata confirmó que, efectivamente, tenía el T. cruzi circulante. Recibí mucha ayuda del equipo médico de la UnB. Los exámenes cardiológicos revelaron una arritmia. Todavía la tengo, pero está bajo control.
¿Cómo fue investigar una enfermedad de la que uno es portador?
Yo era el único que me ocupaba de la parte experimental, no dejaba que mis alumnos intervinieran. Temía que alguna aguja pequeña pudiera escapárseles, se pincharan y alguno se infectase. Desarrollé métodos de cultivo de T. cruzi a gran escala, incluso para producir anticuerpos en conejos. El problema ya lo tenía, no había forma de volver atrás, y mi objetivo era trabajar para ver si podía contribuir a encontrar alguna solución. Por entonces se pensaba que el bloqueo de la respiración del T. cruzi podía ser un mecanismo de control. Me dediqué a trabajar en el laboratorio tratando de entender el funcionamiento del sistema respiratorio del T. cruzi, una cuestión fascinante. Se le bloquea la respiración aeróbica y recurre a otro mecanismo. Se le bloquea este segundo sistema y desarrolla un tercero. En términos evolutivos, se trata de un parásito muy inteligente. Cuando estudiaba el sistema respiratorio del T. cruzi postulamos una hipótesis sobre un mecanismo de escape en el sistema inmunológico e incluso formulamos un proyecto del CNPq, pero los asesores respondieron que no había información en la literatura sobre el tema y se negaron a respaldarlo. Las nuevas ideas raramente logran despegar. Esta fue una de las cosas que me decepcionaron de la ciencia brasileña. Alguien del extranjero tiene que haber publicado algo para generar confianza y entonces puede arribarse a buen puerto. Es difícil hacer ciencia de ruptura. Creo que fue por eso que acabé dedicándome a formar investigadores que pensaran en forma diferente.
¿Cómo lo hizo?
En 1983, el rector de la Universidad Federal de Viçosa, Antônio Fagundes de Sousa, estaba encantado con el volumen de publicaciones que tenía mi grupo por aquella época. En Viçosa había un gran grupo con doctorado en la Universidad Purdue (EE. UU.), pero que publicaba poco. Me pidió que pasara una temporada allí con mi esposa, para ver si esa gente se inspiraba y abría nuevas líneas de investigación. Pasé allí seis meses. Con la ayuda del prorrector de investigación de ese entonces, Pedro Henrique Monnerat, y Maurílio Alves Moreira [1949-2013], del área de química, llegamos a la conclusión de que la universidad funcionaba de manera muy compartimentada. Cada departamento cuidaba su propia quinta, nadie intercambiaba información con nadie ni podía usar los equipos de otros. Se nos ocurrió organizar un ambiente que no fuera departamental y así creamos el Centro de Biotecnología Agropecuaria [Bioagro]. Acudimos a la dirección de la Finep y ellos aprobaron la primera inversión para impulsar la conformación del Bioagro.
Las ideas novedosas rara vez prosperan. Esta fue una de mis decepciones con la ciencia brasileña
En la década de 1980 tuvo una experiencia investigando en el sector privado. ¿Cómo le fue?
British American Tobacco, propietaria en el ámbito local de Souza Cruz, tenía varias empresas en el país, tales como Suvalan y Maguary, del segmento de los jugos. También tenía una participación accionaria de un 35 % en Aracruz Celulose. Crearon un centro de biotecnología ‒Bioplanta‒ para respaldar a estas empresas, y pensaron que yo tenía el perfil para coordinar el equipo de biotecnología vegetal. Estuve tres años trabajando allí.
En aquella época no era habitual tener una experiencia de investigación en el sector privado, ¿cierto?
Había mucho prejuicio. Recuerdo un hecho curioso ocurrido en 1989, inmediatamente después de la Asamblea Constituyente. Me invitaron a participar de una mesa redonda en un evento sobre biotecnología en Brasil que se llevaba a cabo en la Unicamp organizado por funcionarios del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Cuando me presenté y se enteraron de que trabajaba en una empresa privada, decidieron sacarme de la mesa, alegando que se trataba de una acción que daba lugar a confusiones. Fue algo tristísimo, no para nosotros en Bioplanta, sino para el ministerio. Afortunadamente, las cosas han evolucionado, pero aquí todo es muy lento. Los países que compiten con nosotros comercialmente han evolucionado muy rápidamente.
Usted se jubiló en la UnB en 1994. Si tuviera que indicar cuál fue su principal contribución, ¿qué diría?
Mi mayor aporte fue en el área de la formación, especialmente de estudiantes de carreras de grado. Desempeñé un papel estimulando a los alumnos a poner manos a la obra en el laboratorio y a pensar, a ser más críticos y analíticos. Enseñaba asignaturas difíciles: biofísica, bioquímica, enzimología. Formamos muchos profesionales calificados. Por entonces, aún eran muchos los que hacían el doctorado en el exterior y para eso había que contar con una base científica muy buena. Mi gran contribución fue ayudar a formar una generación con una base científica excelente.
¿Qué hizo después de jubilarse?
Dos semanas después de jubilarme me convocaron desde el Ministerio de Salud, a mí y a la profesora Kumiko Mizuta [1940-2023], para ayudar a estructurar la Secretaría de Ciencia y Tecnología del ministerio, y allí fuimos. Por entonces también recibí una invitación del rector de la Universidad Federal de Goiás (UFG), Ary Monteiro do Espírito Santo, y acepté trabajar como profesor visitante. Me permitieron contratar a algunas personas para cambiar el ambiente. Convoqué a João Lúcio de Azevedo, de la Esalq, y a Almiro Blumenschein [1932-2019], quien había dejado de trabajar en Embrapa [la estatal Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria]. Inmediatamente se incorporó al equipo el recordado Sérgio Olavo Pinto da Costa [1930-2023]. Tratamos de motivar al personal de la UFG, pero los profesores estaban desanimados. Cuando llegamos, organizamos un seminario y asistió muy poca gente. Hacíamos experimentos con los estudiantes y los chicos empezaron a entusiasmarse. Entonces pudimos contratar docentes nuevos. Cuando nuestra estancia allí llegó a su fin, dos años después, hicimos otro seminario y el auditorio se llenó.
Usted fue director del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico, el CNPq. ¿Cuáles fueron los logros durante su mandato?
El ministro de Ciencia y Tecnología, José Israel Vargas, me llamó para decirme que José Galizia Tundisi, el presidente del CNPq, necesitaba un director de programas especiales. Acepté el reto y pudimos romper algunos paradigmas. Por ejemplo, creamos un programa de agronegocios. Le presentamos la propuesta al ministro Vargas y su primera reacción fue decir: “No, la ciencia no es un negocio”. Le respondí bromeando: “Ministro, usted tiene un negocio con el Estado, el Estado le paga y a cambio usted presta un servicio”. Entonces aceptó crear el programa de agronegocios, que hizo las veces de interfaz entre el CNPq, Embrapa y el sector empresarial.
Usted fue miembro del grupo de debatió el proyecto de Ley de Innovación, aprobado en 2004. ¿Cómo fue esta participación?
Durante mi etapa en el CNPq, formé parte de un grupo de cooperación sur-sur. Viajé a Corea del Sur y conocí las leyes de innovación coreanas. Allá habían vuelto a conectar los institutos de apoyo al desarrollo industrial, que se habían vuelto muy académicos, con la estrategia de desarrollo del país. Más adelante, estuve ayudando al presidente de Embrapa, Alberto Portugal, y el ministro de Ciencia y Tecnología, el embajador Ronaldo Sardenberg, fue allí para participar en una conferencia. Portugal me dijo: “Háblale al ministro de lo que me has contado sobre Corea”. Cuando me concedió la palabra, le dije: “Ministro, el sistema de control estatal genera una serie de feedbacks negativos y está bloqueando las estrategias de Embrapa. Esto debe cambiar”. Ahí le confié lo que había hecho Corea. En aquella época, el entonces senador Roberto Freire ya había presentado una propuesta de ley de innovación basada en el modelo francés, que es muy burocrático. Le envié un correo electrónico a Carlos Américo Pacheco, a la sazón secretario ejecutivo del ministerio, diciéndole: “Vea Pacheco, Brasil está perdiendo tiempo”. Pacheco concertó un encuentro en Brasilia. El ministro reunió a un grupo de diputados y senadores, entre quienes se encontraba Roberto Freire, y hubo un debate a puertas cerradas. Freire comentó lo que estaba pensando. Yo les conté un poco acerca de las dificultades para investigar en Brasil, sobre la burocracia y mi experiencia trabajando en Bioplanta. Me invitaron a formar parte del grupo que concibió el CGEE [Centro de Gestión y Estudios Estratégicos] y a colaborar en la elaboración de la propuesta de la Ley de Innovación. El mandato presidencial de Fernando Henrique Cardoso llegó a su fin y la Ley de Innovación fue promulgada durante el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva.
Muchos agricultores tienen conciencia, pero la mayoría solo pretende sacar el máximo rendimiento posible de las tierras rurales
En los últimos años usted repitió en otros lugares el trabajo que llevó a cabo en la Universidad Federal de Goiás. ¿Cómo ha sido su experiencia estructurando la enseñanza y la investigación en distintas instituciones?
El rector de la Universidad Católica de Brasilia (UCB), Guy Capdeville, me invitó a organizar en la institución un programa de posgrado en ciencias biológicas. Para ello reunimos un equipo de jóvenes doctores, muchos con experiencia internacional, en el Programa de Posgrado en Ciencias Genómicas y Biotecnología, que hoy en día ostenta el concepto 7, la nota máxima en la escala de clasificación de la Capes [la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior]. Los prorrectores de las universidades del centro-oeste resolvieron crear también una red de biotecnología en nuestra región. Yo era prorrector en la UCB y me pidieron que coordinara la red. Fui secretario ejecutivo durante 12 años. En 2013, ya algo cansado, decidí cambiar de rumbo. El entonces ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, Marco Antonio Raupp [1938-2021], me pidió ayuda para elaborar la propuesta de un Programa Nacional de Biotecnología. Montamos un equipo con más de 100 personas para estructurar una propuesta que sería presentada al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CCT), durante la presidencia de Dilma Rousseff. A último momento cambiaron de idea y la propuesta no se presentó al CCT.
Luego de eso se fue a trabajar a Campo Grande, en Mato Grosso do Sul…
El padre José Marinone, rector de la Universidad Católica Don Bosco, en Campo Grande, me propuso: “¿Harías aquí en la Universidad Católica Don Bosco lo mismo que has hecho en la UCB?”. Tenía que reestructurar un programa de biotecnología. No solo la maestría subió de nivel, sino que también se consiguió aprobar el doctorado que ya está calificado con nota 5 en la clasificación de la Capes. Me quedé trabajando allí dos años. Estaba regresando a Brasilia cuando Marcelo Turine, el rector de la Universidad Federal de Mato Grosso do Sul [UFMS], me pidió que lo ayudara con un doctorado que estaba un poco flojo. Di clases de bioquímica médica en inglés durante dos años, para reforzar la evaluación del programa con la Capes. Entonces se desató la pandemia y volví a Brasilia para ocuparme del cuidado de mi granja de ganadería lechera.
Recientemente, tuvo un nuevo paso por la Esalq. ¿Cómo se dio ese regreso?
Me llamó el director de la Esalq, Durval Dourado Neto. Iba por el segundo año de su mandato y quería que le diera una mano con la planificación estratégica. Vendí la granja y me fui a trabajar con él. La FAPESP lanzó el pliego licitatorio para los Cepid [Centros de Investigación, Innovación y Difusión]. Le dije: “Durval, hay que aprovechar esta oportunidad”. Nos reunimos con Ricardo Ribeiro Rodrigues, Pedro Brancalion, Eduardo Aranha y Luiz Estraviz para debatir qué tema del Cepid tendría sentido para la Esalq. A Estraviz se le ocurrió la idea del carbono en la agricultura tropical y Eduardo Cerri asumió la dirección del proyecto. Afortunadamente, fue aprobado y se encamina a convertirse en una importante referencia internacional. Una vez cumplida mi etapa allí, regresé a la Universidad Católica de Brasilia.
Siempre se mantuvo en contacto con la vida rural. ¿Aún conserva alguna granja?
Dejé el campo a los 18 años, pero el campo nunca me abandonó. Mi familia trabajaba en Barretos, en una granja ganadera llamada Nova Índia, cuyo dueño era muy rico, estricto, como todos esos coronéis [pesos pesados]. En cierta ocasión le dije a mi padre: “Un día, vamos a comprar una granja”. Cuando vine aquí a Brasilia, en 1972, conseguí adquirir unas tierras y le puse el mismo nombre, Fazenda Nova Índia. La mantuve durante unos 25 años. Después se la cedí a mis hijos.
¿Qué producía?
Llegué a tener 1.000 cabezas de ganado, producía 1.200 litros de leche por día. También cultivaba soja, maíz y café. Eran 2.050 hectáreas. Solo abrí 1.000 hectáreas, y dejé 1.050 como reserva. Estudiantes de ecología realizaron allí trabajos de doctorado en los corredores ecológicos. Mi esposa, Linda, ayudó a organizar el primer programa de ecología en Brasil, aquí en la UnB, en la década de 1970. Tras su muerte, la granja pasó a manos de nuestros hijos. Más tarde monté otra granja ganadera y lechera, mucho más pequeña. La vendí cuando me mudé a Piracicaba. Ahora estoy montando una granja de caficultura. Mi hobby es producir cafés especiales. Se encuentra en Cristalina, en el estado de Goiás.
¿Cuál es la situación actual del Cerrado? Las últimas noticias dan cuenta que el cambio en el uso del suelo viene acelerándose cada vez más allí…
Ha habido errores en la explotación agrícola del Cerrado. El gobierno federal, a través de Delfim Neto como ministro de Agricultura, nombró a Mauro Silva Reis, profesor de Ingeniería Forestal en Viçosa, para dirigir el Instituto Brasileño de Desarrollo Forestal [IBDF]. Él tenía un doctorado en patología forestal por la Universidad del Estado de Carolina del Norte en Raleigh [EE. UU.], y una perspectiva fantástica. Demostró que era importante que el Cerrado conservara al menos un 20 % de cada área, incluso en los proyectos de reforestación, y eso se incorporó a la ley. Pero en cierto momento, la bancada ruralista en el Congreso cambió la legislación y estableció que un propietario podía tener una reserva en cualquier lugar, pudiendo comprarla fuera de su propiedad. Y entonces se arrasó prácticamente con todo. La granja que les legué a mis hijos se vendió, por ejemplo. El comprador no dejó un solo árbol en pie. Hay muchos agricultores que conservan cierta conciencia, pero la mayoría solo piensa en sacar el máximo rendimiento posible de las tierras rurales. Es importante mantener a los polinizadores y una parte del ecosistema.
