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Se duplican en la Amazonia las emisiones recientes de dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero

Un estudio indica que el aumento del desmonte llevó a que la selva tropical libere en 2019 y en 2020 una mayor cantidad de este elemento que la que absorbe

Bosque quemado en los alrededores de Porto Velho (Rondônia) en agosto de 2019

Bruno Rocha / Fotoarena / Folhapress

Una tendencia que se venía delineando desde mediados de la década pasada se ha hecho realidad en los cuatro puntos cardinales de la Amazonia: la mayor selva tropical del planeta ha dejado de ser un sumidero y se ha convertido en una fuente de carbono para la atmósfera. Esto significa que las emisiones de dióxido de carbono (CO2), el principal gas causante del calentamiento global, han superado con creces a las absorciones en todas las grandes subregiones del bioma. De norte a sur y de este a oeste, este ecosistema ha pasado a liberar más CO2 que el que sus plantas logran capturar.

Según un estudio reciente, publicado el 19 de septiembre en el repositorio online Research Square bajo el formato de un preprint (un artículo aún no revisado por académicos independientes de una revista científica), el valor del excedente a favor de las emisiones de carbono se ha duplicado en la Amazonia en 2019 y 2020, si se lo compara con el promedio de los nueve años anteriores, de 2010 a 2018. Un mayor volumen de carbono en la atmósfera, bajo la forma de CO2 y también de metano (otro gas de efecto invernadero), eleva la temperatura del planeta y acentúa el panorama del cambio climático. Desde mediados del siglo XIX, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera terrestre ha aumentado un 50 % y la temperatura media del planeta se ha elevado en 1,1 grados Celsius (ºC).

“Este incremento de las emisiones se produjo porque, en esos dos años, la región occidental de la Amazonia también ha pasado a ser una fuente significativa de dióxido de carbono arrojado hacia la atmósfera, tal como ya había ocurrido previamente con el sector oriental”, comenta la química Luciana Gatti, coordinadora del Laboratorio de Gases de Efecto Invernadero del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe, en portugués), autora principal del estudio. “Anteriormente más concentrado en el sur del estado de Pará y en el norte del estado de Mato Grosso, una zona históricamente conocida como el arco de la deforestación, la tala de la vegetación nativa ahora se ha extendido ampliamente hacia el sur de los estados estados de Amazonas, Acre y Rondônia”. Treinta investigadores de Brasil y del exterior también firman el artículo, cuya aceptación está siendo evaluada por una revista científica internacional, previa a su publicación.

Alexandre Affonso

Los estudiosos de la deforestación han apodado Amacro a la región compuesta por esos tres estados amazónicos. El mote hace referencia al comienzo del nombre de las tres unidades de la federación brasileña que la componen y también una alusión a Matopiba, el acrónimo utilizado para describir a una frontera agrícola (y del desmonte) del Cerrado, que incluye a los estados de Maranhão, Tocantins, Piauí y Bahía.

Por el momento, según datos del Inpe, alrededor de un 20 % del bioma de la Amazonia en territorio brasileño ha sido deforestado. Desde 1988, cuando el Proyecto de Monitoreo del Desmonte en la Amazonia Legal vía Satélite (Prodes) del Inpe comenzó a suministrar el índice oficial de la deforestación en la región, los estados de Pará y Mato Grosso encabezan la tabla en cuanto la tala de la cobertura vegetal autóctona. En conjunto, ambos suman dos tercios del total de los desmontes acumulados en poco más de tres décadas. En 2021, el estado de Amazonas superó por primera vez a Mato Grosso en superficie de cobertura vegetal nativa talada –2.300 kilómetros cuadrados (km2) frente a 2.200 km2– y quedó en el segundo puesto de la lista. En el primer puesto se mantiene Pará, con 5.200 km2 de vegetación talada.

La conversión de la Amazonia, de sumidero a fuente de carbono, se cristalizó durante el tránsito de la década pasada hacia la actual. En este período, el excedente a favor de las emisiones en el llamado balance de carbono –que tiene en cuenta la totalidad de los procesos de absorción y liberación de CO2, naturales o incitados por el hombre– duplicó sus valores al calculárselo para toda la Amazonia. Según este nuevo estudio, entre 2010 y 2018, el bioma liberó diariamente hacia la atmósfera 0,09 gramos (g) más de carbono por km2 de lo que absorbió. En 2019, el superávit de emisiones diarias fue de 0,17 g. y en 2020 aumentó a 0,20 g.

Bruno Kelly / Reuters / FotoarenaVista aérea en septiembre de 2021 del desmonte de la selva aledaño a una carretera en Apuí, al sur del estado de AmazonasBruno Kelly / Reuters / Fotoarena

En la región occidental de la Amazonia, que a pesar de las nuevas presiones ambientales se mantiene más preservada que el sector oriental, el balance de carbono a favor de las emisiones ha pasado a ser, en algunas subregiones, de cuatro a diez veces mayor en 2019 y 2020 que el promedio histórico (véase el gráfico). “En esos dos años no hubo ninguna anomalía climática de peso que justificara ese incremento en los niveles de emisión. El avance reciente del desmonte y de las quemas, así como el desmantelamiento de la fiscalización ambiental, están detrás de este aumento de las emisiones en el bioma”, dice Gatti. “La liberación de carbono en 2019 y 2020 fue de un orden similar a la acontecida durante la gran sequía que padeció la Amazonia en el período 2015-2016, cuando El Niño marcó un récord”.

El fenómeno conocido como El Niño, caracterizado por el calentamiento de las aguas superficiales del Pacífico Sur, altera el clima en diversas regiones del planeta. En la Amazonia, suele provocar un aumento de las temperaturas y sequías prolongadas, alteraciones que reducen la capacidad del bioma de absorber el carbono de la atmósfera.

El artículo también pone de relieve que la superficie de la selva afectada por los incendios, un fenómeno que va de la mano con el desmonte, registró en la Amazonia un aumento del 42 % en 2020, en comparación con la media anual del período comprendido entre 2010 y 2018. “La cantidad de focos de incendio activos en la Amazonia a lo largo de un año actualmente es de unas 20.000 detecciones por satélite, el doble del patrón que se registraba hace una década”, dice el ingeniero Alberto Setzer, investigador del programa Quemas, del Inpe, también coautor del artículo. El trabajo también señala que, en 2019 y 2020, disminuyeron un 42 % la emisión de registros de desmontes y delitos ambientales y un 89 % el cobro por multas emitidas, siempre comparando con los datos de los primeros ocho años de la década pasada.

Alexandre Affonso

“La situación es muy preocupante”, advierte el climatólogo Carlos Nobre, investigador sénior del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de São Paulo (IEA-USP), quien participó en el estudio. “Además de poner en riesgo toda la riqueza de la biodiversidad de la región, la deforestación de la Amazonia dificulta el cumplimiento de las metas del Acuerdo de París”.

Dicho acuerdo, que pudo plasmarse gracias al apoyo de las Naciones Unidas, es un tratado internacional suscrito en 2015 por casi 200 países, Brasil inclusive. Su objetivo es reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en el afán de poner un límite al aumento del calentamiento global para que este no pase de 1,5 ºC por encima de los niveles de la sociedad preindustrial, de mediados del siglo XIX. En teoría, este sería el techo del incremento de la temperatura media del planeta que aún dejaría un margen para que las sociedades humanas se adapten de manera satisfactoria al cambio climático y puedan mitigarse sus efectos.

El problema radica en que el escenario actual en la región norte de Brasil no es para nada auspicioso. Desde 2015, según los cálculos del Prodes del Inpe, la tasa oficial de desmonte en la Amazonia crece año tras año. En 2019 alcanzó la marca anual de 10.000 km2 deforestados, algo que no ocurría desde 2008. El año pasado, superó los 13.000 km2 y la tendencia continúa en aumento (véase el gráfico). A principios de la década de 2000, el desmonte batió récords negativos y llegó a superar los 25.000 km2 durante dos años consecutivos, en 2003 y 2004. Después de eso, merced a la adopción de políticas públicas, retrocedió a sus menores niveles a comienzos de la década pasada, cuando la Amazonia llegó a perder unos 5.000 km2 de su vegetación por año. A partir de 2016, la deforestación retomó la tendencia alcista.

Bruno Kelly / Reuters / FotoarenaCampos de pasturas de ganado bovino en Rio Pardo, al norte de Rondônia, en septiembre de 2019Bruno Kelly / Reuters / Fotoarena

“Hasta 2018, el estado de Amazonas solía ser el cuarto entre los que más deforestaban en la región, por detrás de Pará, Mato Grosso y Rondônia [cuyo tamaño es seis veces menor que el de Amazonas]”, dice el experto en monitoreo remoto Claudio Almeida, coordinador del Programa de Monitoreo de la Amazonia y Otros Biomas del Inpe, otro de los coautores del estudio de Gatti y sus colaboradores. “Ahora es el segundo, solo por detrás de Pará, que históricamente es el estado que más cobertura vegetal nativa elimina. El reciente desmantelamiento de la estructura de inspección ambiental es un estímulo a la deforestación”.

Con huecos cada vez mayores en su cubierta vegetal y sus márgenes meridionales degradados por el avance del desmonte y los incendios, así como el establecimiento de campos de apacentamiento del ganado, la Amazonia parece haber perdido, al menos por ahora, parte de su capacidad de extraer carbono del aire y funcionar como un contrapeso ante el cambio climático. La mayor selva tropical del planeta, que se extiende por nueve países de América del Sur y cuya superficie abarca unos 7 millones de km2, de los cuales aproximadamente un 60 % corresponde a territorios brasileños, todavía representa un gran manchón verde en el mapamundi, pese a las presiones crecientes. “En Brasil todavía subsiste una porción considerable de la vegetación autóctona de este bioma”, comenta el geógrafo Marcos Rosa, coordinador técnico del MapBiomas, una red de colaboración integrada por distintas ONG, universidades y startups tecnológicas.

Rosa no formó parte del equipo que produjo el nuevo estudio sobre el balance de carbono, pero los datos de la última edición de la investigación anual del MapBiomas sobre la situación del uso y la cobertura del suelo en la Amazonia brasileña corroboran el panorama descrito en el trabajo de Gatti y sus colaboradores. Según la publicación, dada a conocer en el mes de septiembre, la superficie ganadera se ha triplicado en la Amazonia entre 1985 y 2021 y representa el 13 % de la superficie del bioma en Brasil. Los datos oficiales indican que el tamaño de la hacienda bovina nacional, actualmente de 220 millones de cabezas, aumenta en la Amazonia Legal y disminuye en el resto del país. El territorio ocupado por los cultivos agrícolas, básicamente soja, está limitado al 2 % del total.

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“El desmonte es un movimiento especulativo, no planificado, que se produce en función de la expectativa de obtener la posesión legal del área deforestada. La forma más rápida y barata de ocupar una zona recientemente deforestada, que casi siempre era un área pública, es abrir un campo y llenarlo de ganado”, comenta Rosa. Eventualmente, los cultivos de soja podrán sustituir a esta nueva pastura si se legaliza la tierra deforestada ahora destinada al apacentamiento y se le garantiza su posesión al ocupante, un procedimiento que es el resultado de los procesos de amnistía y perdón aprobados por las autoridades. “Este proceso suele llevar años. La soja se cultiva en grandes propiedades de la Amazonia y esos agricultores dependen de la financiación bancaria para su plantío. Los bancos solo les prestan dinero a los propietarios de tierras legalizadas”, explica Rosa.

La apertura, ampliación y revitalización de las carreteras, como ocurre con la BR-319 que conecta Manaos con Porto Velho, es otro de los factores que promueven el desmonte. Según datos del sistema Prodes, el municipio amazonense de Lábrea, en el sur del estado, cerca del límite con Acre y Rondônia, es el cuarto en cuanto a la deforestación acumulada en la Amazonia. Con menos de 50.000 habitantes, Lábrea ha perdido 3.000 km2 de vegetación desde 2008, solo por detrás de las localidades paraenses de Altamira y São Félix do Xingu, y de Porto Velho, la capital de Rondônia. Su única vía de acceso terrestre es a través del tramo final de la carretera BR-230, la popular Transamazónica, que conecta con la BR-319.

Los factores naturales y los promovidos por el hombre alteran el balance de carbono de una región, es decir, su capacidad de emitir y absorber dióxido de carbono. Grosso modo, tan solo existe un proceso que contribuye a extraer cantidades significativas de CO2 atmosférico: la fotosíntesis de las plantas, un mecanismo esencial para su crecimiento y supervivencia. Estas plantas pueden vivir sobre la superficie, como los árboles de la selva amazónica, en el interior del suelo o dentro de los ríos y mares (algas). En cuanto a la suma de las emisiones, el escenario es más complejo. La quema de combustibles fósiles, tales como el petróleo, el gas natural y el carbón mineral, y la pérdida de biomasa vegetal, liberan tanto dióxido de carbono como monóxido de carbono (CO). La respiración de las plantas y la descomposición de materiales orgánicos también emiten CO2.

En la historia reciente de las últimas décadas, desde que el hombre empezó a preocuparse más detalladamente por el balance de carbono debido al calentamiento global, los bosques son vistos como grandes captadores de CO2 de la atmósfera. Una vez en el interior de las plantas, el carbono se convierte en azúcares y queda almacenado como biomasa (raíces, tallos y hojas). Solo retorna a la atmósfera cuando las plantas mueren y se descomponen lentamente por la acción de insectos, bacterias y hongos. Los incendios en forestales también promueven el retorno a la atmósfera del carbono presente en la biomasa vegetal, aunque de manera mucho más abrupta e inmediata. Este ciclo se estimula y realimenta el calentamiento global.

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En concreto, estudios realizados previamente por el grupo de Gatti, en 2014 y 2021, ya venían anticipando que la Amazonia en su conjunto se estaba transformando en una fuente de carbono. Pero las cifras que avalaban esta condición eran procedentes sobre todo de la parte oriental, donde la deforestación ha sido históricamente mayor. Dependiendo del año que se considerara, el sector occidental mejor conservado todavía se comportaba como un sumidero de carbono con resultado neutro (emisiones equiparables a las absorciones) o incluso como una discreta, pero no clara fuente de carbono, dentro del margen de error de los cálculos de los estudios. A partir de 2019, los valores se hicieron más palpables y quedan pocas dudas de que la parte occidental ha seguido el mismo camino que la oriental.

No falta la literatura científica que demuestra que la Amazonia se está volviendo más cálida y seca en los últimos años, como los trabajos del climatólogo José Marengo, del Centro Nacional de Monitoreo y Alerta de Desastres Naturales (Cemaden) y de los científicos del Inpe (lea en Pesquisa FAPESP, ediciones nº 249 y 285). Una de las consecuencias de este calor extra y de la sequía prolongada es la disminución de la presencia de agua en la Amazonia, cuya vegetación justamente es denominada, en inglés, como bosque húmedo (rainforest). La investigación más reciente del MapBiomas indica, por ejemplo, que la superficie acuática de la región se ha reducido un 14,5 % en los últimos 20 años. Como parte de la humedad de la Amazonia se desplaza hacia el centro-oeste y el sudeste, una región norte más seca tiende a exportar menos lluvias hacia otras partes del país.

Los nuevos datos sobre el balance de carbono en la Amazonia provienen del esfuerzo continuo de 12 años coordinado por Gatti, un proyecto de investigación financiado por la FAPESP. Desde 2010, cada quince días, en promedio, una avioneta sobrevuela cuatro puntos de la Amazonia y recoge perfiles atmosféricos verticales, a altitudes variables entre 300 y 4.400 metros sobre el nivel del mar. Las localidades de partida de la aeronave se sitúan en distintas regiones del bioma: Alta Floresta, en Mato Grosso, al sudeste de la región; Rio Branco, en Acre, al sudoeste; Santarém, en Pará, al nordeste, y Tefé o Tabatinga, en Amazonas, al noroeste. La composición química de esas muestras del aire se analiza y se utiliza para calcular si las distintas partes del bioma están emitiendo o absorbiendo más carbono. “Esta metodología nos ha permitido publicar tres artículos en la revista Nature, dos sobre el dióxido de carbono y uno sobre el metano. Es un abordaje consagrado”, dice la química.

Para Carlos Nobre, la tendencia actual de la Amazonia a comportarse como fuente de carbono en lugar de sumidero, pese a ser inquietante, podría revertirse en poco tiempo si el desmonte fuera detenido por completo en los próximos años, o si al menos pudiera reducírselo a niveles bajos, del orden de unos 5.000 km2 anuales. “El bosque secundario crece rápidamente y colabora en la extracción de carbono de la atmósfera”, explica el climatólogo. La vegetación que brota y se regenera espontáneamente en las áreas deforestadas abandonadas, sin ningún uso, se denomina bosque secundario. No es tan denso y diverso como la selva virgen, pero realiza fotosíntesis y se alimenta de CO2. Conforme al último relevamiento del MapBiomas, alrededor de un 4 % de la vegetación de la Amazonia estaba compuesta en 2019 por bosques secundarios, aproximadamente unos 130.000 km2.

Proyecto
Variación interanual del balance de gases de efecto invernadero en la cuenca amazónica y sus controles en un mundo bajo el calentamiento y el cambio climático – Carbam. Estudio a largo plazo del balance de carbono en la Amazonia (nº 16/02018-2); Modalidad Proyecto Temático; Programa Investigación sobre Cambios Climáticos Globales; Investigadora responsable Luciana Gatti (Inpe); Inversión R$ 4.940.200,83

Artículos científicos
GATTI, L. V. et al. Amazon carbon emissions double mainly by dismantled in law enforcement. Research Square. Online (preprint). 19 sept. 2022.
GATTI, L. V. et al. Amazonia as a carbon source linked to deforestation and climate change. Nature. 15 jul. 2021.

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