Si el 60% de la Amazonia pertenece a Brasil y el 40% a otros ocho países, ¿por qué el mundo debería preocuparse por el destino de la mayor selva tropical del planeta? No lo sería a causa de la producción de oxígeno, mito que siempre resurge cuando los incendios cobran fuerza y el índice de deforestación suben en la región, como ha ocurrido este año, con riesgo para supuestos “pulmones del mundo”. Durante el día, las plantas realizan la fotosíntesis y transforman la energía solar en energía química, básicamente hidratos de carbono (azúcares) vitales para su supervivencia. Durante este proceso, absorben vapor de agua y dióxido de carbono (CO2) –el gas más importante de efecto invernadero– y liberan oxígeno. Pero a la noche, cuando no efectúan la fotosíntesis y solo respiran, consumen oxígeno y expiran CO2. Al final del día, una vez hechas las cuentas, surge un empate técnico entre la cantidad de oxígeno consumida y la cantidad liberada. A decir verdad, la fotosíntesis de toda la vegetación del planeta libera una cantidad de oxígeno que prácticamente no altera la concentración atmosférica de ese gas.
– Las dos Amazonias
– Paulo Moutinho: De pie en la selva
– Crecer sin destruir
– Lauro Barata: La red de la riqueza natural
Además de ostentar alrededor del 15% de toda la biodiversidad del planeta, una razón en sí suficiente para preservarla, la Amazonia desempaña varios papeles fundamentales relacionados con la química atmosférica a nivel regional, continental e incluso global. “La selva constituye una gran fuente de vapor de agua no solo para la región norte, sino para el centro y el sur de Brasil y la cuenca del Río del la Plata”, comenta el físico Paulo Artaxo, del Instituto de Física de la Universidad de São Paulo (IF-USP). “Actúa fuertemente para regular el clima a distintas escalas, incluso a escala remota”. Si es por recurrir a una metáfora, la Amazonia sería el aire acondicionado del planeta, al esparcir frescura y humedad –en otras palabras, lluvia– sobre sí misma y sobre las demás partes del globo. No es por fuerza de expresión que en inglés se denomina a la Amazonia y a otros bosques húmedos tropicales rainforests, literalmente bosques lluviosos. En estos puntos del planeta, existen coberturas vegetales densas y exuberantes porque llueve en forma casi continua y mucho: entre 2 mil y 4.500 milímetros (mm) al año.
La humedad que llega a la inmensa cuenca amazónica es transportada por vientos que soplan desde el océano Atlántico tropical en dirección al continente. Ese vapor de agua genera lluvias sobre la selva. En un primer momento, la vegetación y el suelo absorben el agua. En un segundo momento, se produce el fenómeno conocido como evapotranspiración: parte de la lluvia se evapora del suelo y las plantas transpiran. Esas acciones devuelven una gran fracción de la humedad inicial a la atmósfera, que produce más pluviosidad sobre la jungla. Esta interacción genera un ciclo perenne muy eficiente de reaprovechamiento del agua. Por este motivo, los científicos afirman que la Amazonia procesa parte de su propia lluvia. Pero no todo ese vapor de agua permanece estacionado sobre la selva. Al volver a la atmósfera, una parte de esta humedad genera corrientes aéreas que transportan lluvia hacia el centro y el sur del continente. Son los famosos ríos voladores. A diario, esos ríos aéreos transportan aproximadamente 20.000 millones de toneladas de agua, es decir, 3.000 millones de toneladas más que lo que suele volcar el río Amazonas –el más caudaloso del mundo– en el Atlántico.
La deforestación y la posible fragmentación de la selva tropical pueden comprometer su capacidad de enviar vapor de agua al Brasil central y al sur del continente. “La Amazonia es un área predominantemente plana y continua, que, en los modelos climáticos, consideramos como un bloque, una entidad en sí”, explica el climatólogo José Marengo, jefe del sector de Investigación y Desarrollo del Centro Nacional de Monitoreo y Alertas de Desastres Naturales (Cemaden), un organismo del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Innovación y Comunicaciones (MCTIC) de Brasil. “Cambios significativos en su cobertura vegetal alteran el sistema de circulación atmosférica y pueden tener repercusiones sobre el régimen de lluvias en lugares lejanos. Pueden dar origen a eventos extremos, tales como la disminución del total de pluviosidad o su concentración en pocos días”. Fuera de la región norte, el efecto humidificador de la Amazonia se siente en forma más evidente en la región sudeste, en la cuenca del Plata y en el centro-oeste del país, cuyas actividades agropecuarias se benefician con la disminución de la temperatura causada por los vientos frescos provenientes de la selva.
El 19 de agosto de este año, los habitantes de la ciudad de São Paulo tuvieron una muestra de las conexiones a distancia que existen entre la atmósfera amazónica y el clima de esa urbe. Cuando eran alrededor de las tres de la tarde, una tormenta invernal oscureció el cielo de la metrópolis. El día que se vuelve noche llama la atención, pero no es algo tan raro. Lo que se notó como algo fuera de lo normal fue la lluvia negra que cayó durante el temporal. Los análisis que se hicieron en el Instituto de Química de la USP la presencia en el agua de la lluvia del compuesto orgánico reteno, del tipo de los hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAPs), que se forma únicamente cuando hay quema de biomasa, la de árboles, por ejemplo. Como la fecha de la lluvia negra en São Paulo coincidió con un pico de quemas en la región norte de Brasil y en países vecinos, el reteno puede haberse producido por los incendios forestales que hicieron que la Amazonia fuera noticia de primera plana en el mundo durante aquel mes. El humo de los incendios se transportó hasta la capital paulista, donde se juntó a las nubes de lluvia.
Durante los últimos años, se ha intentado medir en algunos trabajos cuál sería el impacto de la desaparición o de la reducción drástica del área de los grandes bosques tropicales sobre el clima en distintas partes del planeta y sus implicaciones para la agricultura. En un artículo publicado en 2015 en la revista científica Nature Climate Change, se compilaron y se analizaron datos de más de 20 estudios de modelado climático y artículos científicos que abordaban las repercusiones de la deforestación total o parcial de las tres grandes selvas tropicales: la Amazonia, que es la mayor de ellas, la de África Central, en la cuenca del Congo, y la del Sudeste Asiático. Las dos primeras forman bloques continuos de vegetación, pero la Amazonia es un 70% más grande y más húmeda que las selvas africanas, que también han sufrido este año con grandes incendios. La mayor parte de las selvas del Sudeste Asiático están esparcidas por islas de la región, tales como Indonesia y Malasia. La selva amazónica es 2,5 veces más grande que las selvas de esa región.