Las alteraciones en la forma de vivir y de morir impuestas por el nuevo coronavirus pronto podrían comenzar a costarle un alto precio a la salud a la salud mental de la gente, si es que ya no lo hacen. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), desde que apareció en China, en diciembre de 2019, hasta el 27 de julio de este año, el virus ha infectado a más de 16 millones de personas, ha matado a 646 mil y sigue expandiéndose. En el intento por detener la propagación del Sars-CoV-2, causante del covid-19, los gobiernos y las autoridades sanitarias de diversas naciones aplicaron normas que alteraron la forma de vivir y de relacionarse de la gente.
De un momento a otro, el comercio, la industria, las escuelas y centros de recreación y actividad física cerraron y se restringieron los desplazamientos de personas. Aquellos que pudieron y dispusieron de los recursos necesarios se aislaron en sus casas, adoptaron el trabajo en forma remota y empezaron a ayudar a sus hijos con las clases virtuales. Hombres y mujeres comenzaron a usar mascarillas en los lugares públicos y se desaconsejó el contacto físico: desaparecieron los besos en la mejilla e incluso los apretones de manos. Quienes deben salir a la calle conviven con el temor a contraer el virus y los que se infectan experimentan, además de los síntomas físicos, el miedo a desarrollar la forma grave de la enfermedad y requerir hospitalización. En los hospitales, los pacientes pierden el contacto directo con sus familias –en ciertos casos, pueden tener contacto a distancia– durante un tratamiento prolongado en el cual solo interactúan con el equipo médico. Los médicos y el personal de enfermería, a su vez, cumplen rutinas agotadoras y angustiantes frente a la alto cantidad de fallecimientos y el riesgo de contagiarse y llevar el virus a su hogar (véase el informe). El destino de los que mueren se ha vuelto más solitario, y quienes pierden a alguien por el covid-19 deben afrontar una despedida incompleta.
Pese a la capacidad humana para adaptarse a las transformaciones, los cambios y el advenimiento de tantas adversidades en poco tiempo pueden generar una sobrecarga de estrés que actualmente preocupa a las autoridades internacionales de salud y a los profesionales de la salud mental. El 13 de mayo, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) publicó un informe en el que hace un llamamiento a todos los gobiernos del mundo para que adopten medidas tendientes a mitigar el posible impacto de la pandemia de covid-19 sobre la salud psíquica de la población. “La salud mental y el bienestar de sociedades enteras se han visto gravemente afectados por esta crisis y constituyen una prioridad que debe abordarse urgentemente”, informa el documento. “Es probable que haya un aumento duradero en el número y en la gravedad de los problemas de salud mental”.
La OMS considera a la salud mental un área desatendida que, en promedio, recibe de los países el 2% del presupuesto asignado a la salud, aunque las enfermedades neurológicas y psiquiátricas afectan a casi 1.000 millones de personas. Según las cifras que maneja la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), los trastornos mentales generan costos directos e indirectos por 2,5 billones de dólares (el 4% del PIB mundial). “Si no actuamos habrá un gran porcentaje de personas gravemente afectadas, algo que repercutirá en la economía de esos países”, dijo la psicóloga Dévora Kestel, directora del Departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la OMS, a la cadena de televisión alemana Deutsche Welle, al día siguiente de la publicación del informe.
Algunos expertos sugieren que los problemas de salud mental pueden, por sí mismos, transformarse en una nueva pandemia. Sin embargo, por el momento no puede saberse la dimensión que podría adquirir el problema. “No hubo tiempo suficiente como para recabar datos que permitan responder a ese tema en forma adecuada”, dijo la psiquiatra estadounidense Carol S. North, especialista en traumas y catástrofes del Centro Médico Sudoeste de la Universidad de Texas, en un correo electrónico enviado a Pesquisa FAPESP. Para North, las investigaciones realizadas en pandemias anteriores, como en el caso de la del Síndrome Respiratorio Agudo Grave (Sars) en 2003, son limitadas. “Debemos aguardar mejores datos que muestren cómo está afectando a la gente el covid-19”, propone.
A pesar del escaso tiempo transcurrido desde el inicio de la pandemia, los estudios iniciales sugieren que los cambios en la rutina y el temor a contraer la infección y enfermarse empiezan a elevar el número de casos de sufrimiento psicológico –y posiblemente de trastornos psiquiátricos– en algunos países. Estos estudios, efectuados vía internet, consisten en la aplicación de cuestionarios a una cantidad modesta de participantes. Sus resultados, lejos de ser definitivos, pueden brindar una idea del panorama que se avecina. Para tener información más precisa, serán necesarios meses o años, cuando los investigadores tengan más tiempo para profundizar en los estudios sobre este tema.
En China, por medio de una aplicación de intercambio de mensajes, investigadores de la Universidad Normal del Noroeste enviaron preguntas que permiten identificar síntomas de depresión, ansiedad, consumo excesivo de alcohol y bienestar psicológico a 1.074 personas con edades entre 14 y 68 años. Casi dos tercios de ellos eran habitantes de la provincia de Hubei, donde está ubicada la ciudad de Wuhan, cuna de la pandemia actual. Según los resultados, que salieron publicados en el mes de abril en la revista Asian Journal of Psychiatry, el porcentaje de individuos con síntomas de depresión grave era dos veces más alto en Hubei (un 11,4%) que en el resto de las provincias chinas (un 5,3%) que habían sido menos afectadas por el nuevo coronavirus y sirvieron como parámetro de comparación. Se registró algo similar en cuanto al consumo abusivo y la dependencia del alcohol, de un 11% y un 6,8% en Hubei y del 1,9% y el 1% en el resto de China, respectivamente.
Asimismo, en abril, un grupo de la Universidad de Sichuan, también en China, informó en la revista Medical Science – Monitor los hallazgos de otra encuesta virtual respondida por 1.593 adultos de Hubei y de cuatro provincias vecinas en el mes de febrero, en el pico del brote, semanas después de la adopción de medidas más restrictivas de aislamiento. El porcentaje de individuos con síntomas característicos de ansiedad y depresión fue, respectivamente, de un 13% y un 22% entre aquellos que se encontraban cumpliendo la cuarentena, índices dos veces mayores que los registrados entre la gente que podía circular y llevar una vida más cercana a la normalidad (un 7% y un 12%).
El bienestar emocional de niños y adolescentes también parece haberse visto sacudido en gran medida por el miedo al contagio y el aislamiento social. Con la autorización de los padres, 1.784 niños de dos escuelas primarias respondieron preguntas que evaluaron los síntomas de depresión y ansiedad, además del nivel de preocupación por el contagio y el optimismo mantenido durante la pandemia. Uno de cada cuatro alumnos, aproximadamente, reportó síntomas compatibles con el diagnóstico de depresión y uno de cada cinco de ansiedad, un índice al menos un 30% superior al observado en estudios anteriores entre niños asiáticos con edades similares, según un artículo que salió publicado en abril en la revista Jama Pediatrics. Los síntomas de depresión fueron más pronunciados en los niños de Wuhan que en los que vivían en la ciudad cercana de Huangshi, cuya cuarentena fue más breve. “Los hallazgos sugieren que, al igual que las experiencias traumáticas, las enfermedades infecciosas graves pueden influir en la salud mental de los niños”, escribieron los autores del trabajo, coordinado por la investigadora Ranran Song, de la Universidad Huazhong de Ciencia y Tecnología.
No hay razón para suponer que la situación inicial registrada en China sea muy distinta a la que afronta Occidente. Aquí, la enfermedad se ha estado propagando aceleradamente durante meses, pero los datos sobre su efecto mental en la salud de la gente son escasos. En un estudio en el cual participaron 1.143 padres de niños y adolescentes españoles e italianos llevado a cabo por la psicóloga Mireia Orgilés, de la Universidad Miguel Hernández, en España, el 86% de los progenitores informó que sus hijos registraron cambios emocionales y del comportamiento durante la cuarentena. Según un artículo ingresado en abril en el repositorio PsyArXiv, el 77% de los niños y adolescentes experimentó dificultades para concentrarse, un 52% se aburría y un 39% mostró más irritación e inquietud.
En Brasil, el psiquiatra Guilherme Polanczyk y su equipo en el Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo (FM-USP) comenzaron a monitorear en el mes de junio, también por medio de la aplicación de cuestionarios online, a niños y adolescentes de todo el país con edades comprendidas entre 5 y 17 años. Los investigadores se proponen evaluar alteraciones en las rutinas, en el comportamiento y en las emociones a lo largo de un año. Los datos preliminares obtenidos a partir del análisis de 4.504 respuestas indican que han pasado mucho tiempo navegando en internet (la mitad utiliza artefactos electrónicos durante más de ocho horas diarias, sin contar las clases virtuales), durmiendo menos y llevando una vida más sedentaria (el 43% no había realizado actividad física desde hacía dos semanas). También sugieren que el 13% de los participantes presentaba algún nivel de ansiedad y el 16% de depresión que merecerían la evaluación de un especialista. “Es una proporción muy alta, mayor aún entre los hijos de padres estresados y con menor nivel socioeconómico”, dice Polanczyk.
Las cifras que revelan estos estudios asustan, pero se las debe tomar con cautela. A pesar de los recaudos tomados por los investigadores, las encuestas realizadas vía internet no siempre constituyen una muestra representativa de una población. Por ejemplo, es más probable que respondan a la investigación las personas más ricas, con mayor escolaridad y un mejor acceso a la red que las que se encuentran en el otro extremo socioeconómico. También se espera que un número mayor de personas con algún grado de sufrimiento psicológico le dedique un tiempo a responder las preguntas que aquellos que se sienten sanos.
Más allá de esas limitaciones, existe una diferencia importante entre un sufrimiento psicológico y un trastorno psiquiátrico, que no siempre puede apreciarse en esos estos estudios. Ambos problemas conllevan sentimientos y emociones que pueden manifestarse o no como respuesta a cambios en el ambiente y generan malestar emocional, afectando la capacidad de ejecución de las actividades cotidianas. “Lo que distingue a uno de otro es su intensidad”, explica el psicólogo Christian Kristensen, de la Pontificia Universidad Católica de Rio Grande do Sul (PUC-RS). “A partir de cierto grado de sufrimiento o deterioro del funcionamiento y de su duración, el problema se torna patológico y puede considerarse un trastorno psiquiátrico”, relata el investigador, que forma parte de un grupo de la PUC-RS que está realizando otro estudio online para evaluar cómo está afectando la pandemia a la salud mental de los brasileños. Aparte de ser menos intenso, el sufrimiento psicológico es menos persistente (dura días) y raramente requiere que se lo trate con medicación, si bien es de dos a tres veces más frecuente en la población que los trastornos psiquiátricos.
Otra razón para analizar las cifras con prudencia radica en que gran parte de las personas, incluso quienes se han visto expuestas a trastornos traumáticos, no desarrollan trastornos psiquiátricos. Al estudiar las catástrofes, Carol North constató que menos de la mitad de las personas que pasaron directamente por traumas intensos desarrolló problemas psiquiátricos. “La gente es resiliente”. No obstante, ella sospecha que gran parte de los individuos, incluidos los que no están expuestos, pueden presentar cierto grado de padecimiento psicológico como consecuencia del temor asociado al contagio, al aislamiento social y a las pérdidas económicas.
“La aparición de trastornos mentales depende del grado de vulnerabilidad biológica del individuo y de los factores ambientales. Ante un factor ambiental de la magnitud de esta pandemia, incluso los individuos menos vulnerables pueden desarrollar algún problema”, explica el psiquiatra Luis Rohde, de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS). “Para la mayoría de las otras personas, este sería un período de estrés y ansiedad, pero transitorio”, reflexiona Polanczyk, de la USP.
Más allá del posible aumento de los casos de ansiedad y depresión, se espera cierto incremento en los trastornos de estrés postraumático, consistente en la evocación de eventos altamente estresantes en que existe una amenaza a la vida, y de duelo prolongado, en el cual incide la dificultad para superar la pérdida de los que partieron. “La pandemia ha causado un proceso de duelo colectivo en la población debido a la pérdida de la vida habitual y esto agrava el pesar que viven los familiares y amigos de aquellos que mueren a causa del covid-19”, plantea la psicóloga Maria Júlia Kovács, del Instituto de Psicología de la USP.
Aunque sea modesto, un aumento en los casos de trastornos psiquiátricos sobrecargará a un sistema de salud que no está preparado para hacer frente al problema. “El sistema de salud brasileño fue concebido para atender casos graves, tales como esquizofrenia y trastorno bipolar”, recuerda el psiquiatra Jair Mari, de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp). “Los pacientes con depresión, ansiedad, síndromes de pánico o problemas de drogadicción han quedado en un limbo”. Estudios coordinados por Mari revelaron que Brasil dispone proporcionalmente de pocos psiquiatras (3,2 por cada 100 mil habitantes, mientras que en los países ricos esa proporción es 20 veces mayor) y que al 85% de los pacientes con un diagnóstico de trastorno mental no se les suministra un tratamiento farmacológico que podría controlar el problema.
Para Polanczyk, la pandemia también profundizará las desigualdades sociales en lo que respecta al acceso a los servicios de salud mental. “Los más afectados serán probablemente los niños y los adultos más pobres, cuyo problema no llega a detectarse por medio de las encuestas online”, dice. “En nuestro estudio, notamos que la cantidad de niños y adultos con síntomas clínicos es de dos a tres veces mayor entre los que pertenecen al nivel socioeconómico más bajo que entre los más ricos. Para mejorar su situación será necesaria la intervención del Estado”.
Mientras no se vislumbra el final de la pandemia, tanto psiquiatras como psicólogos deslizan algunas recomendaciones para mitigar el sufrimiento psicológico: conservar una rutina similar a la anterior, durmiendo y despertándose en los mismos horarios; hacer ejercicio físico; no incrementar el consumo de bebidas alcohólicas; tratar de desarrollar pasatiempos y actividades de recreación; y no estar pendiente de las noticias permanentemente.
“Son consejos generales y sin contraindicaciones”, dice el psiquiatra André Brunoni, de la FM-USP. Mediante el uso de herramientas online, Brunoni actualmente evalúa los efectos de la pandemia en una muestra de 4 mil personas que participan en el Estudio Longitudinal de Salud del Adulto (Elsa-Brasil), que monitorea la salud de 15 mil empleados públicos brasileños desde hace años. “Esperamos poder identificar los factores que aumentan el riesgo de desarrollar trastornos mentales”, explica.
A los participantes en el estudio que presenten un alto nivel de estrés se les aconsejará que participen en una de las dos estrategias de atención a distancia para ayudarles a lidiar con problemas tales como estrés, insomnio y pensamientos negativos: una teleterapia de grupo, en la cual un psicólogo atiende de seis a ocho pacientes durante cinco sesiones, o la psicoeducación, en la cual el participante recibe textos y videos que le enseñan técnicas para lidiar con los síntomas. “Si la psicoeducación alcanza niveles de eficiencia similares a los de la teleatención, eso podría contribuir para aumentar la capacidad de atender a la gente”, dice Brunoni.
Para el resto de la población, el equipo de psiquiatría de la USP lanzó en el mes de junio una aplicación móvil –el COMVC, disponible para los sistemas Android e iOS– que utiliza cuestionarios aprobados por instituciones psiquiátricas para monitorear los síntomas de ansiedad, depresión, insomnio y agotamiento (burnout). A quienes presentan un nivel moderado se les recomiendan videos orientativos para lidiar con el problema. Para los casos más graves, la herramienta ofrece un listado de instituciones que prestan atención psicológica de emergencia gratuita o de bajo costo. “Existen muchas app de salud mental, pero resulta difícil hallar información y tratamientos de calidad”, dice el psicólogo Daniel Fatori, quien coordinó el desarrollo del COMVC y realiza una pasantía posdoctoral en la institución. “Esperamos que la aplicación ayude a resolver los casos leves o moderados”.
Proyectos
1. El impacto en la salud mental de la pandemia del nuevo coronavirus (covid-19) entre los participantes en el estudio longitudinal de salud del adulto (Elsa-Brasil) del estado de São Paulo (nº 20/05441-9); Modalidad Ayuda a la Investigación – Regular; Investigadora responsable Isabela Judith Martins Benseñor (USP); Inversión R$ 131.191,76
2. Intervenciones en la primera infancia y trayectorias de desarrollo cognitivo, social y emocional (nº 16/22455-8); Modalidad Proyecto Temático; Investigador responsable Guilherme Vanoni Polanczyk (USP); Inversión R$ 2.509.395,96