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Tapa

El Pantanal pide agua

La mayor sequía en medio siglo y una temporada de incendios sin precedentes amenazan a la mayor llanura de inundación del planeta

Septiembre de 2020: yacarés y aves padecen los efectos de las quemas y de la sequía en las cercanías de la autopista Transpantaneira, en el estado de Mato Grosso

Mauro Pimentel/AFP

El 18 de octubre pasado, la regla de la Marina de Brasil que desde hace 120 años mide la altura del río Paraguay, en el municipio de Ladário, vecino a Corumbá, en el estado de Mato Grosso do Sul, marcó -33 centímetros (cm) con relación al cero. Fue el menor registro desde septiembre de 1971, cuando llegó a -51 cm, y uno de los seis peores en la historia de la escala, la más antigua de las seis instaladas a lo largo de la cuenca del Paraguay, cuyas crecientes y estiajes marcan el pulso periódico de la inundación que hace que el Pantanal sea la mayor zona aluvial del planeta. El récord negativo se produjo en 1964, cuando la regla de Ladário registró una marca de -61 cm. El 18 de octubre de 2019, un año sin demasiadas lluvias, la marca de la escala se ubicaba en 1,76 metros (m) por encima del cero, 2 m más alta.

Entre noviembre y mediados de marzo de este año, un período que suele concentrar el grueso de las precipitaciones anuales sobre la región, las lluvias sobre la cuenca sumaron tan solo 350 milímetros (mm), poco más del 40 % del promedio histórico, según un estudio del centro de investigación de la estatal agropecuaria Embrapa Pantanal. “Este año estamos ante el menor nivel de inundaciones del Pantanal en medio siglo”, comenta el biólogo José Sabino, experto en fauna ictícola de la Universidade Anhanguera-Uniderp, de Campo Grande. El cero de la regla de Ladário indica que el río Paraguay ostenta en ese tramo solamente 4 metros de profundidad. Más allá de hacer inviable la navegación por la hidrovía, perjudicando el flujo de la producción sojera y la minería del centro-oeste brasileño, estos bajos niveles atestiguan la gravedad de la escasez hídrica.

Lucas Ninno/Getty Images Un incendio en agosto de este año en la región de Poconé, en Mato GrossoLucas Ninno/Getty Images

La gran sequía constituye el telón de fondo de la escalada actual de incendios que azotan al Pantanal, el menor de los seis biomas terrestres brasileños. En el país, la ecorregión del Pantanal abarca una superficie de 150 mil kilómetros cuadrados (km2) entre los estados de Mato Grosso y Mato Grosso do Sul, un área equivalente al 1,8 % del territorio nacional. Una pequeña parte de este bioma, de aproximadamente 30 mil km2, se extiende en áreas adyacentes de Paraguay y de Bolivia, aledañas a la frontera brasileña. La intensidad del fuego en 2020 no tiene antecedentes históricos recientes y contribuye a sofocar todavía más el pulso de las aguas del bioma, provocando la destrucción de su flora y su fauna. Las escenas que muestran grandes llamaradas consumiendo la vegetación –una mixtura de bosques, sabana esteparia tropical y pastizales que cubren el 84 % del Pantanal– e imágenes dramáticas de jaguares, yacarés y pájaros muertos se multiplicaron en los noticieros nacionales e internacionales.

Desde enero y hasta el 18 de octubre de 2020, el 27 % de la superficie del ecosistema ha sido blanco de los incendios, incluso en sectores ubicados dentro de unidades de conservación y en territorios indígenas, según consta en los datos suministrados por el Laboratorio de Aplicaciones de Satélites Ambientales (Lasa), de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). “En promedio, el área del Pantanal brasileño que padece con los incendios no supera el 10 %”, dice la climatóloga Renata Libonati, una de las coordinadoras del Lasa, quien monitorea el avance de las llamas sobre el bioma desde el año pasado. “El Pantanal se ha desarrollado con un cierto grado de adaptación al fuego y es capaz de regenerarse en parte, pero no si se mantienen los niveles de incendios actuales”. Mediante el empleo de un algoritmo que reconoce automáticamente las áreas incendiadas entre las imágenes captadas por el sensor Visible Infrared Imaging Radiometer Suite (VIIRS) del satélite estadounidense S-NPP, la labor que realiza el Lasa logra identificar incendios en áreas de al menos 25 hectáreas, es decir, un cuadrado de 500 metros de lado.

Los datos del programa de incendios del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe, por sus siglas en portugués) también apuntan una incidencia sin parangón del fuego en este bioma. Hasta el 25 de octubre, se habían contabilizado 20.996 focos ígneos en el Pantanal, más del doble que en todo 2019, el cuarto peor año de toda la historia. La cantidad de focos durante los 10 primeros meses de 2020 superan con holgura las cifras registradas en años completos desde 1998, cuando comenzaron los registros del programa en el Pantanal. Antes de 2020, el año más crítico para las quemas en la región había sido 2005, con 12.536 focos de incendios.

La sequía prolongada y severa genera condiciones para que el fuego se mantenga y se propague con mayor facilidad, pero por sí sola es incapaz de encender la chispa que inicia los incendios. “Para que se produzca un incendio forestal, hacen falta tres elementos”, explica Libonati. “Es necesaria la presencia del combustible, el comburente y la ignición del fuego”. El material combustible es la vegetación, que en los años secos queda más expuesta y es aún más susceptible al avance de las llamas. El comburente, el elemento que reacciona con el combustible y alimenta el fuego, está constituido por las condiciones meteorológicas, tales como una sequía prolongada, la baja humedad del aire, las altas temperaturas y los vientos fuertes. El proceso de ignición puede sobrevenir de dos maneras: naturalmente, por medio de rayos, o bien provocado por el hombre.

João Paulo Guimaraes/AFP Un mapache austral (Procyon cancrivorus) muerto por las llamasJoão Paulo Guimaraes/AFP

A diferencia de lo que ocurre en la Amazonia, un bioma muy húmedo donde los incendios naturales se consideran inexistentes, los rayos pueden iniciar focos de fuego en el Pantanal, pero solamente en condiciones muy específicas. La combustión de la vegetación sin intervención humana se produce solamente en las épocas de transición entre la estación seca y la húmeda, y viceversa, cuando hay producción de rayos. Sin embargo, estos incendios causados por descargas eléctricas son sumamente raros. “La temporada de lluvias de 2019 fue bastante laxa en el Pantanal. La de 2020 también fue más débil que lo habitual. Esta sequía pertinaz, sumada al aire seco y caliente, es proclive a generar incendios de mayor extensión”, explica el climatólogo José Marengo, jefe del sector de Investigación y Desarrollo del Centro Nacional de Monitoreo y Alerta de Desastres Naturales (Cemaden). En 2020, las dos terceras partes de los casi 21 mil focos de incendios se concentraron en los meses de agosto y septiembre, en pleno auge de la estación seca, según los datos registrados por el Inpe.

Esta situación corrobora la idea de que la mayor parte de los incendios forestales del Pantanal se iniciaron debido a la intervención humana. El uso del fuego para quemar el exceso de vegetación y regenerar el suelo para la agricultura constituye una práctica antigua que se utiliza en varias partes del mundo. Además de los eventuales beneficios para los cultivos, estos incendios, si son pequeños y controlados, reducen la cantidad de biomasa que podría alimentar focos mayores. En el Pantanal no es diferente. Si bien suscita polémicas, este procedimiento, cuando se lo lleva a cabo dentro del marco de la ley y con criterios técnicos, no tiene potencial para generar incendios en la cantidad y extensión que se han verificado durante este año.

Mauro Pimentel/ AFP Un bombero combate un foco de incendioMauro Pimentel/ AFP

Es posible que en un año muy seco como 2020, algunas quemas intencionales que serían fácilmente manejables se hayan salido de control debido a una combinación de factores, tales como la inexperiencia de sus propagadores o un exceso de biomasa (vegetación) disponible en el suelo. También queda la hipótesis del fuego intencional: incendios ilegales con el propósito de abrir nuevas áreas de pasturas para el ganado, la principal actividad económica del Pantanal, y para cultivos agrícolas. “Tampoco puede descartarse el dolo como la causa de muchos de los incendios”, comenta Sabino. “Vemos que muchas de las quemas se inician fuera de las áreas protegidas y luego avanzan hacia el interior de las unidades de conservación”. Si bien está vigente un decreto federal del día 15 de julio que prohibió las quemas en las propiedades rurales de todo el país por 120 días, y los gobiernos de los estados de Mato Grosso y Mato Grosso do Sul también adoptaron medidas similares, el Pantanal ha seguido ardiendo.

A diferencia de la Amazonia, donde existen grandes extensiones de selvas públicas, más del 90 % del área que ocupa el Pantanal es propiedad privada. “Se puede saber quiénes son los propietarios de las tierras donde se producen los incendios y responsabilizarlos conforme a la ley”, dice Libonati. La intervención de los organismos federales del área ambiental también ha sido timorata y carente de coordinación en la prevención y lucha contra los incendios forestales. El 21 de octubre, el Ministerio de Medio Ambiente, por ejemplo, dictaminó que los brigadistas del Sistema Nacional de Prevención y Lucha contra los Incendios Forestales (Prevfogo), dejaran de lado en todo el país sus esfuerzos para contener las llamas y regresaran a sus bases. Un comunicado del Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (Ibama) justificó esa disposición alegando falta de recursos. Dos días después, el 23 de octubre, según el sitio web Poder360, el Ibama recibió más dinero y ordenó el regreso de los brigadistas al trabajo de campo.

Mauro Pimentel/ AFP Vista aérea da fumaça produzida pelos incêndios em 14 de setembro no PantanalMauro Pimentel/ AFP

La dinámica que hace del Pantanal un bioma prácticamente único proviene de sus condiciones naturales tan particulares. Se trata de una extensión de tierras extremadamente planas, una llanura con altitudes que raramente sobrepasan los 200 metros. Sin embargo, la parte del norte es ligeramente más alta que la del sur. A cada kilómetro que se recorre en sentido meridional, la altitud del terreno disminuye, en promedio, unos pocos centímetros. Esa diferencia crea un suave declive que provoca que toda el agua que ingresa en la cuenca del Paraguay fluya hacia Cáceres-Corumbá-Porto Murtinho. El cauce del río Paraguay y sus afluentes es el camino natural hacia donde corre el agua pluvial. Para el ciclo de inundaciones y sequías es importante que llueva no solo a nivel local, sino también en las cabeceras de los ríos, ubicadas en las mesetas circundantes, que fluyen hacia las zonas más bajas de la llanura. “Las aguas del norte de la cuenca pueden tardar hasta seis meses en llegar al sur del Pantanal”, dice el geólogo Mario Assine, de la Universidade Estadual Paulista (Unesp), campus de Rio Claro, quien lleva 25 años estudiando la geomorfología de la región.

El descenso de las aguas fluviales es tan lento porque el río Paraguay, cuya extensión total llega a 2.700 kilómetros, presenta en el territorio nacional dos grandes obstáculos: uno al norte, cuando el río se topa con la altura de Serra do Amolar, y otro a unos 500 km al sur, en Urucum. El estrechamiento de sus márgenes hace que el río se desborde en varios puntos de la planicie y esto genera un paisaje estacionalmente inundado, demarcado por la inundación de las vegas y por la presencia de lagos y zonas anegadas. Por medio de imágenes tomadas por satélite en 2006, Assine y sus colaboradores monitorearon el devenir de las crecientes y sequías durante un año típico en el bioma, conforme muestran en el libro intitulado Dynamics of the Pantanal wetland in South America, editado en 2016.

José Sabino El tramo en el cual el río Paraguay bordea la Serra do Amolar, en el límite entre los estados de Mato Grosso y Mato Grosso do SulJosé Sabino

De acuerdo con el estudio descrito en el libro, en enero de 2006 tan solo se inundó un magro sector del noroeste del bioma y su zona central, aledaña al río Taquari. Entre marzo y mayo de ese año, la inundación se intensificó en esas áreas y avanzó en sectores del centro-este del Pantanal, una zona menos susceptible de inundarse. En junio y julio, en el apogeo de la estación seca, prácticamente toda la porción occidental del bioma, de norte a sur, se hallaba bajo las aguas, como consecuencia de las lluvias que habían caído en el área septentrional al comienzo del año. Entre agosto y noviembre, el sector occidental comenzó a secarse, pero algunos segmentos de la región central, alrededor del Taquari, permanecieron inundados, aunque de manera menos significativa. “La existencia de esta dinámica de inundaciones es esencial para el mantenimiento del Pantanal”, dice Assine. “Si eso se altera, la llanura aluvial se desvirtúa”.

Estudios que se llevaron a cabo antes de la sequía de este año y de la escalada de los incendios forestales indican que el ciclo de inundaciones podría estar perdiendo vigor. Un artículo publicado en septiembre de este año en la revista científica Acta Limnologica Brasiliensia estimó una reducción de un 16 % en la extensión del área inundada en el norte del Pantanal en el mes de agosto, que marca el pico de la estación seca, en un período de 10 años. En 2008, la superficie bajo las aguas llegaba a 1.125 km2, según las imágenes recabadas por satélites. En 2018, era de 950 km2. “Esto ocurrió porque se registró una merma en la cantidad de días con lluvias en esa región”, comenta el ecólogo acuático Ernandes Sobreira Oliveira-Júnior, de la Universidad del Estado de Mato Grosso (Unemat), de Cáceres, autor principal del estudio. En ese trabajo, Oliveira-Júnior y sus colegas analizaron el historial de precipitaciones mensuales promedio durante 42 años, entre 1971 y 2013. “En la actualidad, el norte del Pantanal tiene un 13 % más de días sin lluvias que hace 50 años”, compara el investigador de la Unemat.

Los pronósticos sobre el clima futuro en el Pantanal son de naturaleza incierta. “La mayoría de los modelos climáticos apunta a un aumento de la temperatura en las próximas décadas”, explica Marengo. “Si bien no existe un consenso en cuanto a cuál sería la tendencia de las lluvias, la mayoría de las predicciones indican un clima más seco en ese bioma”. Debido a la ubicación de la Amazonia al norte, fuente de humedad para todo el país con sus “ríos voladores” (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 158), los niveles de precipitaciones en el bioma están influenciados en parte por lo que ocurre en la gran selva tropical. Si cae menos agua en la Amazonia, es probable que el Pantanal reciba menos humedad. De igual manera, si llueve menos en las cabeceras de los ríos de la cuenca del Paraguay, que están ubicadas en zonas cercanas del Cerrado (la sabana esteparia brasileña), la gran planicie aluvial se reduce.

Un artículo que salió publicado en el periódico PLOS ONE en enero de este año, previo al inicio de los incendios más significativos de 2020, sugiere que el Pantanal podría ser blanco en un futuro próximo de una de las manifestaciones más típicas de los cambios climáticos: el aumento de los eventos extremos. Dentro de esta categoría de oscilaciones exacerbadas del clima, se incluyen tanto períodos intensos y prolongados tanto de lluvias como de sequías. En el caso del Pantanal, según ese trabajo, habría especialmente una tendencia a que se produzcan reiteradas sequías extremas. “Estas serían ocasionadas fundamentalmente por el calentamiento superficial de las aguas de los océanos Atlántico y Pacífico en el hemisferio norte”, reveló a Pesquisa FAPESP el biólogo alemán Karl-Ludwig Schuchmann, del Museo de Investigación Zoológica A. Koenig, en Bonn (Alemania), y de la Universidad Federal de Mato Grosso (UFMT), autor principal del paper. “Si el régimen pluvial colapsa, el Pantanal, tal como lo conocemos actualmente, desaparece”.

Luego de la segunda quincena de octubre, tal como se esperaba, las lluvias empezaron a regresar al Pantanal. Todavía no se sabe cuál podría ser su extensión. Ellas contribuirán a una disminución de los incendios, pero también podrían provocar un inconveniente típico de las temporadas posfuego: transportar las cenizas generadas por los grandes incendios y la biomasa oxidada hacia los ríos y lagunas, causando la muerte por asfixia de los peces y otros organismos acuáticos. Este fenómeno anual y natural, al cual se lo conoce con el nombre de decoada [lixiviación], reduce la cantidad de oxígeno disponible en el agua e incrementa la del dióxido de carbono. “Puede que se produzca una decoada más intensa que el habitual”, dice Sabino, quien estudia a los peces del Pantanal. “Si luego de los incendios récords el material quemado no se infiltra en el suelo, es probable que se produzca una decoada sin precedentes”.

Proyecto
Cambios paleohidrológicos, cronología de eventos y dinámica sedimentaria durante la era cuaternaria en la cuenca del Pantanal (nº 14/06889-2); Modalidad Ayuda a la Investigación – Regular; Investigador responsable Mario Luiz Assine (Unesp); Inversión R$ 253.715,39.

Artículos científicos
LÁZARO, W. L. et al. Climate change reflected in one of the largest wetlands in the world: An overview of the Northern Pantanal water regime. Acta Limnologica Brasiliensia. 18 sept. 2020.
THIELEN, D. et al. Quo vadis Pantanal? Expected precipitation extremes and drought dynamics from changing sea surface temperature. PLOS ONE. 7 ene. 2020.

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