Cuando el sacerdote portugués Manuel Aires de Casal (1754-1821) se topó en el nordeste de Brasil con una gigantesca osamenta de un animal prehistórico se quedó anonadado. No entendía qué animal podía haber sido aquél con esas costillas de “palmo y medio de ancho” y unos colmillos de casi una braza, medida que equivale a 1,8 metros (m), aproximadamente. En su libro Corografia brasílica, de 1817, una de las primeras publicaciones que dan cuenta de registros fósiles en Brasil, comenta que “fue necesario el esfuerzo combinado de cuatro hombres” para recoger la mandíbula inferior del intrigante animal.
Aires de Casal relata que el hallazgo le trajo el recuerdo de los fósiles de los mamuts prehistóricos de América del Norte, pero sus conclusiones siguieron un camino diferente: “Quizá este cuadrúpedo sea [el] Behemoth, del que habla Job en el cap. XL, v. 10”. El Behemoth era el equivalente terrestre a la criatura marina mitológica conocida como Leviatán, al que describe diciendo que tenía la dieta de un buey, con “huesos como tubos de bronce” y “una osamenta como barras de hierro”. La descripción tenía sentido, porque él supuso que también describía a un animal herbívoro de gran tamaño, pesado y fuerte.
En Europa, naturalistas y filósofos venían discutiendo desde los tiempos de la Antigua Grecia los posibles orígenes de fósiles de animales como tiburones y amonites, un grupo extinto de moluscos. Los hallazgos abonaron los debates sobre la diversidad de formas de vida en la Tierra, que condujeron a dos hipótesis: grandes catástrofes habrían extinguido a las especies antiguas, o bien los animales fueron lentamente reemplazados por sus representantes vivos. El naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882) basó su teoría sobre la evolución de los seres vivos en los fósiles encontrados en Sudamérica; en Uruguay, adquirió un cráneo casi completo de un gran mamífero fósil, posteriormente descrito como Toxodon platensis.

Archivo Histórico de UltramarCarta de De Azevedo Coutinho de Montaury con la descripción de un cargamento de fósiles enviado a Portugal en 1784Archivo Histórico de Ultramar
En el siglo XVIII, cuando la importancia de los fósiles para la comprensión de la historia de la vida en la Tierra se había consolidado en Europa, el naturalista francés Georges Cuvier (1769-1832) diferenció los restos de mastodontes de los de elefantes, pero Aires de Casal no les prestó atención a esos debates. Según el paleontólogo Antonio Carlos Sequeira Fernandes, del Museo Nacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), sus conclusiones se explican por la perspectiva religiosa del cura, quien fue sacerdote en la Santa Casa de Misericordia de Río de Janeiro y en el municipio de Crato, en Ceará. “Los huesos que describió pertenecían al esqueleto de un mastodonte”, dice Sequeira Fernandes, quien investiga la historia de la paleontología en Brasil desde finales de la década de 1990.
Parientes cercanos de los mamuts, los mastodontes vivieron hace entre 23 millones y 11.700 años. Llegaban a medir 3 m de altura, con fémures de 1 m de largo y colmillos que promediaban 1,4 m. Las mandíbulas que Aires de Casal describió podían tener hasta 30 dientes que medían 18 centímetros [cm] cada uno. “Al no saber de qué animales se trataba en realidad, los primeros naturalistas quedaban perplejos al toparse con esos huesos monstruosos”, reconoce Fernandes.
En el siglo XVIII, Aires de Casal no fue el único que confundió a los mastodontes con monstruos. Uno de los primeros registros de animales de hace millones de años en Brasil corrió por cuenta de João Batista de Azevedo Coutinho de Montaury (¿?-1810), gobernador de la capitanía de Ceará. En octubre de 1784, le envió por barco varias cajas con material de interés científico al ministro portugués Martinho de Melo e Castro (1716-1795). Una de ellas contenía “seis trozos de huesos monstruosos”, como los describía en la misiva que acompañaba la encomienda. Antes de embarcar la carga, Azevedo Coutinho de Montaury se había mostrado asombrado por la similitud de los huesos con los de esqueletos de elefantes de África, dado que no existía en aquella parte del nordeste “ningún animal tan monstruoso, ni relatos de que alguna vez hayan existido en esta capitanía, al que puedan atribuirse esos huesos”, como también le escribiera a su compatriota.
Según sugiere Sequeira Fernandes, los huesos de Montaury también habrían sido de mastodontes, pero nunca lo pudo comprobar: “Indagué en los museos del Palacio Nacional de Ajuda y de Historia Natural de Portugal, pero nadie sabía nada. Probablemente se hayan perdido”. Al menos pudo encontrar el lugar donde probablemente se recogieron los huesos, con base en la información que figuraba en la carta a De Melo e Castro: una cavidad rocosa en una finca del actual municipio cearense de Sobral, como se informa en un artículo publicado en 2013 en la revista Filosofia e História da Biologia.

Dmitry Bogdanov/Wikimedia CommonsRepresentación artística de un tigre dientes de sable, que vivió en Brasil hace unos 10.000 añosDmitry Bogdanov/Wikimedia Commons
Las primeras colecciones
También en el siglo XIX, en el municipio de Prados, en Minas Gerais, negros esclavizados hallaron en una mina un hueso petrificado, con el que habían tropezado las azadas con las que estaban trabajando. Supusieron que podrían ser los restos de un árbol. Hasta que hallaron un diente. La noticia llegó a oídos de Luís da Cunha Meneses (1743-1819), gobernador de las capitanías de Minas Gerais y Goiás. En un comunicado enviado a De Melo e Castro, señalaba: “Me pareció sensato prestarle atención a tan extraordinaria noticia […], por lo que envié inmediatamente al sargento mayor Pires Sardinha a evaluar el estado del esqueleto mencionado y su calidad”.
El naturalista Simão Pires Sardinha (1751-1808) describió lo que calificó como “un hueso monstruoso”; como ya estaba deteriorado, no logró identificar a qué animal habría pertenecido, pero también lo envió a Lisboa. En Portugal, el material fue estudiado por el médico y naturalista italiano Domingos Vandelli (1735-1816) y dio lugar al primer artículo científico referido a los fósiles brasileños, publicado en 1797 en la revista Memórias da Academia Real das Sciencias de Lisboa.
Con el tiempo surgieron explicaciones más precisas. A finales del siglo XVIII, el médico y botánico Manuel Arruda da Câmara (1752-1810), dilucidó parte del misterio de los primeros fósiles al conseguir montar el primer esqueleto de un mastodonte procedente del actual estado de Goiás. Los huesos habían sido recogidos en expediciones al interior del nordeste brasileño, pero luego fueron enviados a Portugal y se perdieron.

Smithsonian Institution Archives | Valéria Gallo / Museo Nacional-UFRJ Edward Cope y el fósil de un Ellimmichthys longicostatus, que sobrevivió al incendio del Museo Nacional en 2018Smithsonian Institution Archives | Valéria Gallo / Museo Nacional-UFRJ
También se descubrieron restos de otros animales. En el siglo XVIII, el naturalista y militar portugués João da Silva Feijó (1760-1824), quedó maravillado con los peces fosilizados que halló entre las capas de rocas amarillentas del lecho de un antiguo lago en Cariri, en el interior del estado de Ceará, un área reconocida en la actualidad como una de las regiones fosilíferas más prolíficas del mundo. En septiembre de 1800, le escribía a De Azevedo Coutinho de Montaury diciéndole: “Una colección de anfibios y peces petrificados, de los más extraños y singulares que, a mi juicio, se hayan encontrado jamás”.
A Feijó le asombró el excepcional estado de conservación de las partes blandas (órganos, vasos sanguíneos y músculos) de los “inmensos peces completamente cristalizados”. En esa región de Ceará siguen encontrándose fósiles con sus tejidos, plumas y pelos intactos. “En nuestros días, 200 años después, todavía seguimos estudiando cómo los fósiles han podido conservar sus partes blandas”, dice el paleontólogo Ismar de Souza Carvalho, de la UFRJ.
Da Silva Feijó fue uno de los primeros en montar una colección científica de fósiles en la Real Academia de Ingeniería, en Río de Janeiro. Naturalistas como Frederico Leopoldo Cezar Burlamaqui (1803-1866), de Piauí, también armaron sus propias colecciones. Para el por entonces recién fundado Museo Real (rebautizado en 1890 Museo Nacional), del que fue director, desde 1847 hasta 1866, reunió fósiles de vertebrados e invertebrados, incluyendo huevos de aves de islas de Perú, peces de Crato y esqueletos.

Museo Nacional-UFRJ El pez denominado Dastilbe crandalli, descrito en 1910, era una especie común en la región de Chapada do Araripe hace 120 millones de añosMuseo Nacional-UFRJ
El propio Burlamaqui recogió algunos fósiles. Otros, los adquirió a través de donaciones, como el fémur de un megaterio, un grupo de perezosos de unos 4 m de altura con mandíbulas fuertes y largas garras que vivieron hace entre 35 millones y 12.000 años en toda Sudamérica.
Con la colección en su poder, Burlamaqui se dedicó a analizarla y en 1855 publicó el primer artículo sobre paleontología en una revista científica brasileña, Trabalhos da Sociedade Vellosiana.
Sin embargo, muchas de las fichas y descripciones de los fósiles de su colección se perdieron debido a la precaria infraestructura del museo en sus primeros años y a los sucesivos traslados de su sede. “No hay información sobre el origen de una enorme cantidad de fósiles, principalmente de la megafauna”, explica Siqueira Fernandes.
Los registros de la colección del estadounidense Edward Drinker Cope (1840-1897) se conservaron mejor. Graduado en la Universidad de Pensilvania en 1861, Cope trabajó con fósiles de reptiles de América del Norte y Centroamérica. Uno de sus colegas, el geólogo estadounidense naturalizado brasileño Orville Adalbert Derby (1851-1915), realizó recolecciones en los estados de Pernambuco, Sergipe, Bahía y São Paulo y todo lo que encontraba se lo enviaba a Cope para que lo examinara en Estados Unidos, donde también fue a parar todo el material recogido en Brasil por el geólogo británico Samuel Allport (1816-1887). “En un único artículo de 1886, Cope describió cinco especies de peces, dos de reptiles y un mamífero a partir de fósiles de Bahía, Pernambuco, Sergipe y São Paulo”, dice la paleontóloga Valéria Gallo, de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (Uerj), quien estudió la que se conoce como Colección Cope, en el Museo Nacional.

Biblioteca Nacional Dibujo del cráneo del murciélago Vampyrops lineatus, del Museo LundBiblioteca Nacional
Uno de los ejemplares descritos por el estadounidense fue el mesosaurio Stereosternum tumidum, un reptil marino que vivió hace entre 286 y 258 millones de años. Los fósiles de este grupo, hallados en las costas meridionales de África y de América del Sur, reforzaron la teoría de la deriva continental, propuesta en 1912 por el alemán Alfred Wegener (1880-1930). Con una longitud de unos 80 cm, dientes cónicos afilados y una larga cola con hasta 64 vértebras, S. tumidum fue hallado en cuencas sedimentarias del estado de Paraná y en Sudáfrica, lo que indica que los dos continentes estuvieron unidos.
Cope también describió una especie de cocodrilo, Hyposaurus derbianus. Los fósiles de esta especie presentan una mandíbula larga y triangular con dientes de casi 3 cm de largo. Habrían vivido hace entre 65 y 55 millones de años.
Los fósiles del Museo Nacional que estudió Cope fueron adquiridos por el geólogo estadounidense Henry Fairfield Osborn (1857-1935), quien los depositó en el Museo Americano de Historia Natural, en Washington. Posteriormente, fueron enviados al paleontólogo británico Arthur Woodward (1864-1944). Décadas más tarde, gracias a las gestiones que emprendiera el brasileño Llewellyn Ivor Price (1905-1980), parte de este material volvió al país y permaneció en el Museo Nacional hasta que éste fue destruido por el incendio de 2018.
Una figura importante para la paleontología y la arqueología brasileña del siglo XIX fue el danés Peter Wilhelm Lund (1801-1880), quien trabajó y murió en la región de Lagoa Santa, en el estado de Minas Gerais. “En sus expediciones, Lund recolectó más de 10.000 fósiles, principalmente de la megafauna del período actual, el Cuaternario [que comenzó hace 2,58 millones de años], entre los que se incluyen tigres dientes de sable, perezosos gigantes y caballos”, comenta De Souza Carvalho.
Los tigres de Lund pertenecían a la especie Smilodon populator, con una longitud de aproximadamente 3 m, un peso de 400 kg y caninos arqueados con bordes afilados y aserrados de hasta 30 cm de largo. Esos animales vivieron en todo el continente americano hace entre 700.000 y 11.000 años En Brasil, habitaron en los actuales estados de Ceará, Sergipe, Mato Grosso do Sul, Bahía y Minas Gerais. Lund describió un cráneo completo del felino, con sus dos caninos e incisivos (los otros dientes frontales) conservados. La mayor parte del material que él recogió en Brasil se conserva actualmente en el Museo Zoológico de Copenhague (Dinamarca).

IORI, F. V. Historical Biology. 2024Cráneo y representación artística del cocodrilo Caipirasuchus catanduvensis, descubierto durante la construcción de una carretera en el interior paulistaIORI, F. V. Historical Biology. 2024
“Las primeras colecciones, como la de Lund, sirven aún hoy en día de referencia para aquellos que necesitan conocer en detalle las especies que vivieron hace miles o millones de años en Brasil”, dice el paleontólogo Hermínio Ismael de Araújo Júnior, de la Uerj, actual presidente de la Sociedad Brasileña de Paleontología (SBP). Los hallazgos iniciales también indican la ubicación de los yacimientos paleontológicos, más allá de su valor turístico.
Desde los hallazgos iniciales de, naturalistas y paleontólogos han identificado cientos de especies de fósiles brasileños: contando tan solo los dinosaurios, son por lo menos 55. Cada año se publica el hallazgo de nuevos ejemplares, tales como el titanosaurio Tiamat valdecii (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 341) y el cocodrilo Caipirasuchus catanduvensis, ambos descritos en 2024.
Gran parte de la colección de fósiles se perdió con el incendio del Museo Nacional, pero existen otras importantes colecciones en instituciones tales como las universidades de São Paulo (USP), las federales de Río de Janeiro (UFRJ), Rio Grande do Norte (UFRN), de Pernambuco (UFPE) y Rio Grande do Sul (UFRGS), la Pontificia Universidad Católica (PUC) de Minas Gerais y el Museo de Ciencias de la Tierra, en Río de Janeiro.
Artículos científicos
FERNANDES, A. et al. Histórico da paleontologia no Museu Nacional. Anuário do Instituto de Geociências, v. 30. 27 jul. 2007.
FERNANDES, A. et al. Na ribeira do Acaraú: João Batista de Azevedo Coutinho de Montaury e a descoberta documentada de megafauna no Ceará em 1784. Filosofia e História da Biologia, v. 8, n. 1. 2013.
FERNANDES, A. et al. Manuel Aires de Casal, o beemote de Jó e o registro das ocorrências fossilíferas brasileiras no início do século XIX. Filosofia e História da Biologia, v. 8, n. 2. 2013.
GALLO, V. et al. A “Coleção Cope” e os fósseis na Estrada de Ferro da Bahia – São Francisco. Filosofia e História da Biologia. v. 18, n. 1. 28 jun. 2023.