Irene AlmeidaEn sus artículos y libros, que combinan historia, economía, modelado matemático, sociología y antropología, el economista Francisco de Assis Costa explora la diversidad de estructuras y agentes productivos de la Amazonia. Docente e investigador del Núcleo de Altos Estudios Amazónicos (Naea) de la Universidad Federal de Pará (UFPA), Costa hace hincapié especialmente en la producción extractiva y agrícola de un campesinado que se remonta al siglo XVIII y que aún hoy en día constituye una de las bases de la economía regional. Ese campesinado es un concepto clave de su trabajo, y él lo define como un conjunto de trabajadores rurales que se organizan en unidades productivas familiares. Para el investigador, la diversidad de variantes de la producción rural y, de manera general, de los agentes económicos, tiene implicaciones prácticas en la instauración de políticas de sostenibilidad en la Amazonia.
El economista nació en Pedro Avelino, un poblado del interior de Rio Grande do Norte que actualmente cuenta con unos 5 mil habitantes, está casado con una abogada y es padre de otras dos abogadas. En febrero de 2019 publicó su libro más reciente, intitulado A brief economic history of the Amazon: 1720-1970, y este mismo año también publicará otro, que saldrá por la misma editorial, Cambridge Scholar Publishing, en el cual abordará el frustrado intento de la compañía Ford de producir caucho en la Amazonia a comienzos del siglo XX. En la entrevista que se lee a continuación, que concedió al final del mes de febrero en el despacho de su casa en Belem, Costa analiza la historia, las perspectivas y los equívocos que signaron la economía desde los tiempos coloniales en la Amazonia.
Especialidad
Economía y planificación agraria
Institución
Universidad Federal de Pará
Estudios
Título de grado en la Universidad Federal de Rio Grande do Norte (1971), maestría en la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro (1981) y doctorado en la Universidad Libre de Berlín (1988)
Producción científica
84 artículos científicos y 26 libros, entre ellos A brief economic history of the Amazon: 1720-1970, de 2019
Usted vivía en Belém, pero se marchó a Alemania para estudiar la Amazonia en 1982. ¿Por qué?
En 1978, luego de haber hecho la maestría en el Centro de Posgrado en Desarrollo Agrícola de la Fundación Getulio Vargas de Río de Janeiro [CPDA-FGV], retomé el cargo de coordinador técnico en la Comisión Estadual de Planificación Agrícola en Belém. Redacté la tesina de maestría sobre el experimento de la compañía Ford para producir caucho en la Amazonia y medité acerca de la posibilidad de hacer el doctorado en Estados Unidos, por entonces, el destino preferido de los economistas. Pero allá había pocas alternativas para realizar un abordaje más abierto de la economía política que era lo que yo estaba buscando. El profesor Horácio Martins de Carvalho, docente en esa época en el CPDA, estaba entusiasmado con el trabajo de Elmar Altvater (1938-2018), de la Universidad Libre de Berlín, un importante economista político de Europa, y me sugirió que fuera a hacerlo en Alemania. Yo no sabía ni una palabra de alemán, pero asistí a clases diariamente, redacté el proyecto y se lo envié a Altvater y a Manfred Nitsch, también de la Universidad Libre de Berlín, y ambos me aceptaron. Arribé allá en mayo de 1982 con la intención de proseguir mis estudios sobre las grandes empresas en la Amazonia y confrontarlos con la dinámica campesina. Yo ya sabía que la formación de los campesinos ya había sido explicada por los sociólogos que estudiaban la Amazonia en aquella época, entre los que figuraban José de Souza Martins en la USP [Universidad de São Paulo], Octavio Ianni [1926-2004], en la PUC-SP [Pontificia Universidad Católica de São Paulo] y Otávio Guilherme Velho en el Museo Nacional, pero luego me di cuenta que ellos solamente habían analizado a los campesinos recientes. Los análisis históricos y económicos no se habían hecho. Entonces dejé a un lado al gran capital y me centré en el campesinado, y eso derivó en un libro de 450 páginas.
¿Qué fue lo que descubrió?
Descubrí que los campesinos se originaron en el siglo XVIII, en el marco de estructuras preexistentes, que eran las de los poblados religiosos. Los misioneros efectuaron la aculturación de los pueblos indígenas, induciendo la conformación de núcleos familiares. En su organización se instauraron muchos de los hábitos occidentales europeos, tales como vestirse con ropas, la caza con escopeta, el uso de la pólvora y la utilización de sal en los alimentos. Las familias comenzaron a valerse del conocimiento de la naturaleza para satisfacer sus nuevas necesidades y se elaboró un proyecto colonial mercantilista articulado con una estructura campesina. De aquí salía el cacao, aceites, zarzaparrilla, ajíes, clavo de olor y otros sustitutos de las especias de Oriente. Como moneda de cambio, los campesinos, que en realidad eran aborígenes aculturados, recibían pólvora, ropa y sal, por ejemplo.
¿Cómo se conecta su tesis con su último libro, Brief history, que también trata acerca de los campesinos?
A lo largo del tiempo fui acopiando datos para estudiar los fenómenos de los cuales me di cuenta en la tesis. En el libro, describo cómo funcionaba el sistema económico que coordinaban los religiosos. Los poblados atendían sus necesidades unos a otros. Los que se hallaban más cerca de las selvas más ricas se especializaban en la búsqueda de lo que se denominaban drogas del sertón, mientras que los otros, como en el caso de los de la región de Salgado, en el estado de Pará, se dedicaban a la producción de harina, pescado o sal; en Marajó, ganado; en Moju, aguardiente. Los jesuitas llegaron a disponer de una economía usuraria, porque acumularon un volumen de ahorro sustancial y hacían préstamos con interés. También comprobé que la conformación de un campesinado cholo en la Amazonia se aceleró a partir de 1755, en el segundo quinquenio de la administración del marqués de Pombal [Sebastião José de Carvalho e Melo, 1699-1782], que expulsó a los jesuitas. Cuando esas aldeas fueron disgregadas, los integrantes de esos núcleos familiares ya no volvieron a vivir como aborígenes. Se transformaron en campesinos y empezaron a comerciar con los mercaderes fluviales, un tipo de comerciantes que también era nuevo, que vendían e intercambiabas sus productos prácticamente en cualquier punto de los ríos, canalizando la producción local hacia el mercado mundial.
Si suprimimos las diferencias, estaremos describiendo un mundo científicamente incorrecto y socialmente injusto
¿Cómo define usted al campesinado?
Un campesinado es un conjunto de campesinos de un territorio definido. [Alexander] Chayanov [economista, 1888-1937] propuso una teoría muy interesante sobre la economía campesina. Mencionaba a la empresa campesina para referirse a un núcleo familiar campesino, integrado por el padre, la madre y los hijos. Para él, lo que diferencia a la empresa campesina es el hecho de ser, simultáneamente, familia, es decir, una unidad de consumo, y empresa, o sea una unidad de producción. Como empresa, una familia campesina solo se emplea a sí misma y se reparte entre sus miembros el lucro obtenido. Esas singularidades dan lugar a una economía muy particular, orientada por el consumo. Al comienzo de la colonización de la Amazonia no había campesinos, tan solo estaban las tribus con familias numerosas y las fincas de los colonos, dueños de lotes de terrenos vírgenes, basadas en el trabajo esclavo. Los religiosos congregaron a los indígenas en aldeas e impulsaron la formación de núcleos familiares porque ese era el ideal cristiano de la familia. Más tarde, durante el período pombalino, se incitó el mestizaje en núcleos familiares integrados por portugueses e indígenas. Cuando se tornaron autónomas, esas familias comenzaron a funcionar como núcleos familiares campesinos en el sentido aludido por Chayanov. Al fusionar los conocimientos y necesidades aborígenes y europeos, se convirtieron en unos campesinos bastante peculiares, a los cuales denominé campesinado cholo amazónico.
¿Los campesinos todavía son importantes en la economía de la Amazonia?
En efecto, y se trata de una base que casi nunca se tiene en cuenta en los análisis económicos. En los últimos 15 años incluso ha ido resurgiendo la agricultura familiar. En el Censo Agropecuario de 2006, considerando las áreas productivas con una superficie menor a 200 hectáreas y con predominancia de trabajo familiar, los campesinos estaban a cargo de 429.840 establecimientos sobre un total de 444.622 de la región norte, con una fuerza laboral total de 1.088.441 personas. En los resultados preliminares del Censo de 2017, los campesinos figuraron con 500.618 unidades productivas y 1.398.366 trabajadores familiares. Otra comparación: en 2006, los núcleos campesinos representaban el 75% del Valor Bruto de Producción [VBP] rural de la región norte de Brasil. Los resultados preliminares de 2017 aún no calcularon el VBP.
En Brief history usted critica la perspectiva de los ciclos económicos, como el del caucho. ¿Por qué?
Esa perspectiva oculta una diversidad estructural que debe visualizarse, por el riesgo de incurrir en impropiedades históricas e injusticias sociales. La historiografía tradicional se centra en el cacao de la Amazonia y en la caña de azúcar del nordeste como productos claves, que vinculaban al Brasil Colonial con el mundo, y lo que se producía a la par, que aportaba productos para el mercado interno, se ocultaba. En el libro, muestro cómo las actividades de exportación se combinaban con la producción para el mercado interno, garantizando el proceso productivo en la Colonia. Esto es fruto de la forma en que investigo la historia económica y de mi insistencia por vislumbrar todo el abanico de actores y de fundamentos productivos en el sistema colonial como un todo. Con el caucho nos topamos con el mismo problema. La literatura clásica sobre el caucho, incluyendo a Arthur César Ferreira Reis [historiador, 1906-1993] y Euclides da Cunha [1866-1909], habla de “un enorme cauchal”, pero eso no es real. Fueron los campesinos surgidos en el siglo XVIII quienes comenzaron a producir caucho y por sí solos acapararon la producción entre 1850 y 1880, 30 años en los que solo había campesinos cholos produciendo caucho y casi nadie habla de ellos. Recién a partir de 1880 comenzó a instaurarse el gran cauchal. La crisis de precios de 1910 destruyó ese segundo ordenamiento productivo, el de los grandes productores, pero la estructura campesina perdura.
¿Cómo hizo para arribar a esas conclusiones?
Solo puede demostrarlo a partir del Sig-Fundiário [el Sistema de Integración de Datos Agrarios y Ambientales, coordinado por la UFPA y el Ministerio Público de Pará]. Estudié 4.125 registros de posesión de tierras asentados entre 1892 y 1986 en los archivos del Iterpa [el Instituto de Tierras del Estado de Pará] incorporados al Sig-Fundiário. Así pude mapear la estructura agraria, porque las declaraciones de propiedad contenían informaciones sobre la cantidad de caucheros de cada propiedad. Los campesinos representaban el 52% de la capacidad productiva de caucho de todo Pará al comienzo del siglo XX. La producción volvió a aumentar en los años 1930, con la venta de látex a las empresas de São Paulo. El campesinado también conservó la base de la exportación del cacao y de la castaña de monte; el caucho solo era uno de los productos propios en cartera. En la década de 1970 ya existían diferentes formas de campesinado, el extractivista, el agrícola nordestino, el japonés y otros. Cada uno de ellos posee distintas trayectorias tecnológicas.
¿Qué son las trayectorias tecnológicas?
Ese es un concepto que adapté del economista italiano Giovanni Dosi para entender la economía de la Amazonia. Son diferentes convergencias de sistemas productivos, tanto campesinos como patronales, que conducen a distintos modelos de ganadería, de agricultura y de sistemas agroforestales, con sus formas más amigables o más hostiles de uso de la tierra. Los modelos productivos tienen una dimensión estructural relevante en la cual se destacan las distintas formas de apropiación de la tierra, del acceso al conocimiento y al crédito. El modo en que se trabajan esas nociones permite vislumbrar el conjunto de las cosas. La tendencia de la economía tradicional radica en ver las cosas como si los agentes económicos fuesen únicos y todas las personas y estructuras estuviesen guiadas por los mismos principios. Las familias campesinas toman sus decisiones a partir de las necesidades de sus integrantes, mientras que el productor rural y el latifundista se orientan exclusivamente por el mercado. Esas son diferencias fundamentales, que repercuten en la economía y es por eso que deben tenerse en cuenta. Si hay una contribución que pretendo dejar en mi área es esa, la de demostrar que se puede analizar a una economía considerando esa diversidad, a la que yo llamo diversidad estructural profunda.
¿De qué se trata exactamente?
Esa diversidad pone sobre el tapete las razones de múltiples actores, porque existen campesinos de varios tipos, aquellos que saben lidiar con la selva y los que solo conocen de agricultura. También hay modelos empresarios bastante disímiles. Si suprimimos las diferencias estaremos describiendo un mundo erigido a imagen de un solo tipo de agente o estructura, algo que es científicamente incorrecto y socialmente injusto. Ese derrotero conduce a políticas adecuadas a las necesidades de algunos grupos sociales, desmereciendo las necesidades de otros. Y las cualidades que se le atribuyen a los grupos privilegiados no siempre superan a las de los que no son tenidos en cuenta. Desde la óptica del desarrollo sostenible, un grupo social cuyas habilidades se enfocan en la preservación de los recursos ecosistémicos no puede ser tratado como atávicamente atrasado y, por lo tanto, pasible de ser eliminado en nombre del progreso, aunque eso es lo que se piensa de los campesinos con trayectorias tecnológicas extractivistas o agroforestales. Eso a lo que se le llama atraso podría ser una forma sofisticada de combinar supervivencia social con la preservación de los ecosistemas. La política debería fortalecer esas trayectorias, bregando para que la supervivencia de los actores involucrados sea digna y ciudadana. Por las mismas razones, no resulta adecuado considerar a los grupos sociales cuyas posturas solo se traducen en economías de aniquilación de los recursos ecosistémicos como intrínsecamente modernos, pero así es como se procede en relación con los productores en las trayectorias de commodities tradicionales como la soja y el ganado. La política debería transformarlos en algo efectivamente moderno, ecológicamente prudente y socialmente correcto.
¿Qué lugar ocupa la industria en su investigación?
Estudio el rol de la industria local, que también fue soslayado. Luego de la crisis de los precios del caucho, cuando se perdió la capacidad de comprar afuera, se desarrolló un parque industrial diversificado para atender la demanda reprimida de productos textiles, de alimentos, etc. En el libro demuestro que la industria pasó del 1,7% cuando comenzaba el siglo XX al 18% de la economía regional en los años 1940. He realizado una labor con mi grupo de investigación para estudiar el proceso de desarrollo industrial en torno al asaí y a la producción de aceites, fármacos y cosméticos. Esas soluciones productivas tienen un componente industrial articulado con la diversidad productiva rural y las múltiples formas de los sistemas agroforestales. Con mis colegas del grupo de investigación en el Naea y en el posgrado en economía de la UFPA entendemos que esos ordenamientos son estratégicos para poder pensar en el desarrollo de la región con miras a lograr una sostenibilidad ambiental e inclusión social.
Otro de sus aportes fueron las cuentas sociales alfa. ¿En qué consisten?
Se trata de una metodología de producción de matrices de insumo-producto a partir de la matemática de Leontief [Wassily Leontief, economista, 1906-1999]. Esas matrices describen las interacciones sectoriales de la agricultura, de la industria y de los servicios y se emplean, por ejemplo, para calcular los valores agregados de la producción de un país. Las cuentas alfa describen esas relaciones invirtiendo la dirección del cálculo, partiendo de la información más elemental a nivel del productor hasta el nivel de una economía local o regional. Con ello puedo describir economías locales resguardando su diversidad estructural. Apliqué esa metodología para describir economías locales, como la del sudeste paraense, incorporando la minería, a la par de diversas estructuras rurales, interactuando con los sectores urbanos, observando los impactos ambientales derivados de las diferentes actividades y de la diversidad de formas de producción rural. Más recientemente apelé a las cuentas alfa para analizar la economía del asaí.
¿En qué estado se encuentra la economía del asaí?
Está creciendo mucho, aunque con escaso apoyo del gobierno. En 2017, mi grupo advirtió una nueva trayectoria tecnológica-industrial compitiendo con la que se desarrolla localmente desde hace tiempo. El método tradicional consiste en batir el asaí sin afectar la capa de tanino que envuelve a las semillas, que deja un gusto desagradable. Esa precaución resultó fundamental en el desarrollo de la tecnología local, porque si se golpea las semillas con mayor fuerza, se arruina el sabor del asaí de los cultivos locales. Sin embargo, el uso de una tecnología genérica para la producción de pulpa de frutas no repara en ese cuidado y bate al asaí con mayor fuerza, lo cual le confiere un sabor distinto. Las máquinas son más rápidas, por lo tanto más rentables, y las empresas productoras las han adoptado para cubrir sus demandas sin tener en cuenta el sabor del cultivo local al cual se lo considera como el del verdadero asaí. El consumo de asaí que se popularizó recientemente en muchos lugares está orientado por su condición de superalimento: las moléculas de antocianina son lo que importan; el sabor, derivado del contenido de lípidos, no cuenta. A partir de ese contraste se establecen los principios de una competencia que podría decidir aspectos importantes de esa economía. ¿El asaí será una commoditie genérica o conservará el valor ligado a su terroir? Esta última posibilidad exige que le enseñemos al mundo lo que es un buen asaí, tal como los franceses e italianos hicieron con sus vinos.
¿Qué opinión le merece la intervención de los grandes capitales en la Amazonia?
La década de 1970 representa una nueva instancia en la historia de la Amazonia. La dictadura militar [1964-1985] comenzó a implementar un proyecto de ocupación para la Amazonia, buscando atraer al capital de grandes empresas del sudeste para los proyectos agropecuarios en la región. El experimento de Ford, consistente en establecer una plantation de árboles del caucho en los años 1920, reveló que las plantaciones homogéneas en esa región son muy vulnerables. Para el segundo año los árboles de hevea estaban infectados por hongos. Les llevó ocho años hallar una técnica para contener al hongo, mediante tres injertos. La homogeneidad sigue siendo un problema. Analizando el pasado y lo que se está haciendo ahora, parece ser que las tecnologías basadas en la mecánica y en la química, que presuponen homogeneidad y extensión de los cultivos, tienen una vida útil bastante más corta en la Amazonia que en otras regiones de Brasil y del mundo. Y si se tiene en cuenta la fragilidad de los suelos de la región, esas tecnologías imponen dificultades enormes de regeneración ecológica. La agricultura intensiva en la Amazonia trajo consigo un riesgo social a largo plazo que, pese a las advertencias, insistimos en no evaluarlas correctamente.
Debemos enseñarle al mundo lo que es un buen asaí, como hicieron los franceses con sus vinos
¿Por qué usted se opone a la idea del vacío demográfico en la Amazonia?
La dictadura difundió la noción de que la Amazonia era un vacío demográfico para justificar sus acciones. Si eso era así, ¿qué se debería haber hecho? Ocuparlo, llenar ese vacío. Solo que no había vacío en ningún lado. Lo que hay son diferentes formas de ocupación, los indígenas poseen grandes extensiones, los campesinos extractivistas ocupan vastas áreas. Solo pudo decirse que la Amazonia era un gran vacío porque tanto a nivel académico como en el seno de la sociedad en general no se demostraba la ocupación. Los habitantes ribereños, que no figuran en el mapa, porque no talan, están allí desde hace tres siglos.
¿Cómo fueron sus experiencias como parte del gobierno?
Entré en la ADA [la Agencia de Desarrollo de la Amazonia] en 2003 como parte de un esfuerzo para hacer que la agencia volviera a ser una nueva Sudam [la Superintendencia de Desarrollo de la Amazonia]. Luego de asumir mi cargo, discutí con el directorio la posibilidad de considerar a la economía regional a partir de su emprendimientos productivos locales, que contemplan la economía a partir de la concentración de los distintos actores. Recorrimos los estados de la región, detectamos alrededor de 40 arreglos productivos locales y seleccionamos cuatro a los que ayudaríamos inmediatamente; el primero era el del asaí. Nos estaba yendo bien, cuando entonces se suscitaron varios problemas entre los políticos y empezaron a atacarme por mis ideas. Entonces renuncié. Años después, en 2011, me invitaron a asumir uno de los cargos directivos del Ipea [el Instituto de Investigación Económica Aplicada]. Instalé una serie de debates para mostrarles a los economistas del instituto, la mayoría muy bien calificados, que ellos no reparaban en las distintas regiones, a causa de las teorías y metodologías que adoptaban. Les mostré que podríamos tener en cuenta la diversidad de las estructuras económicas, y poco a poco conseguí aliados y comenzamos a planificar el modo de hacer diferentes lecturas por regiones. Estábamos realizando esa labor prometedora cuando nuevamente surgieron problemas y contiendas políticas. Una vez más, renuncié y me fui a ocuparme de mi vida.
¿Qué recuerda de Pedro Avelino, su ciudad natal?
Me acuerdo de todo. Estuve allá en enero de 2018, para el festejo por los 150 años de la ciudad, en el interior de Rio Grande do Norte, y la alcaldía me invitó a hablar en el Concejo Deliberante. Aproveché esa oportunidad para hablar de mi generación, que se benefició enormemente de la guía que ejerciera el padre Antonio Antas [1918-1975]. El cura Antas apostaba al conocimiento para situar a los jóvenes en otro tipo de ambiente. Él fundó su escuela, que brindaba una formación más completa que la escuela pública. Cuando un niño llegaba al final de la primaria, él les decía a los padres que tenían que enviarlos a estudiar en otra escuela, buscaba vacantes en los colegios religiosos de Natal para aquellos que necesitaban hacer el secundario y así ayudó a muchos. Fui monaguillo, pensé que sería buena la posibilidad de imitar al padre Antas y a los 10 años entré al Seminario São Pedro, en Natal. Pero cuatro años más tarde me di cuenta que eso no era para mí y me cambié a un colegio laico. Mi padre, que era comerciante, costeó mis estudios. Cuando ingresé en la facultad de economía en Natal, se produjo una inundación en Pedro Avelino y mi papá perdió gran parte de sus mercaderías. No logró recuperarse económicamente nunca más. Por suerte, simultáneamente, hice una licenciatura corta en matemática, aprobé en un concurso público para docente de primaria y, por ser estudiante de economía, pude dar clases en el colegio público más importante de Natal, el Atheneu Norte-Riograndense. Así pude sostenerme y ayudar a mis hermanos que salían de Pedro Avelino y mi familia pudo salvarse de la ruina total.
¿Y su paso por la Marina?
Me gradué en economía en 1971, trabajé en una empresa de confecciones de Natal, pero no estaba contento con el sueldo y me presenté a concurso para el cuadro complementario de oficiales de la Marina, destinado a graduados en universidades civiles. Estuve un año en Río de Janeiro y vine para el astillero de la Marina acá en Belém. Ahí fue que conocí la Amazonia. Llegué a las 2 de la madrugada y ni bien se abrió la puerta del avión sentí ese aroma, que nunca había experimentado. Era el mes de octubre, el más cálido en Belém. El taxi me condujo por un camino que era casi todo de favelas, con palafitos amedrentadores. Esa noche no pude dormir. A las 5 de la mañana estaba en la ventana del hotel y vi la ciudad. Una ciudad hermosa, aunque muy sufrida, signada por un extenso período de estancamiento. Mi vida como oficial de la Marina duró dos años, hasta que entendí que aquello no valía la pena. Era un ámbito muy rígido que sumado a la lógica organizativa del astillero donde trabajaba me molestaban. Pedí el retiro y empecé un curso de seis meses de especialización en planificación agrícola que impartía el Sistema Nacional de Planificación Agrícola [SNPA]. Y luego el SNPA me ofreció un puesto como coordinador técnico en la Comisión Estadual de Planificación Agrícola que se estaba formando en Belém. Luego regresé a Río para estudiar en el CPDA-FGV. Esa fue una etapa extraordinaria de mi formación. A partir de entonces estuve en condiciones de reunir múltiples perspectivas teóricas y hallar metodologías para articular diferentes formas de describir la realidad.