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Ecología

La corrosión de la Caatinga

La extracción de madera y el uso de la tierra para cultivos y pasturas reducen la biodiversidad y transforman el paisaje del sertón brasileño

Extracción de leña en el interior del estado de Pernambuco

Ricardo Azoury/Olhar imagem

Durante tres días de sol fuerte de la segunda semana de marzo de 2018, un equipo de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE) cavó pozos en la tierra seca de algunos campos abandonados en el Parque Nacional del Catimbau, en la región central del estado de Pernambuco –nordeste de Brasil−, con el objetivo de examinar el interior de nidos de hormigas cortadoras (Atta). Los investigadores observaron que, en áreas de suelo poco profundo como las que excavaban, las hormigas guardaban materia orgánica a hasta 3 metros (m) de profundidad, dificultando el acceso de las plantas a nutrientes y retardando la regeneración de la vegetación original. En expediciones anteriores, ya habían notado que la densidad de las colonias de cortadoras aumentaba de dos por hectárea (ha) en las áreas de vegetación nativa a 15 por ha (una ha corresponde a 10 mil metros cuadrados) en las tierras utilizadas para el cultivo agrícola o como pasturas. Las hormigas cortadoras prevalecen sobre otras especies de hormigas a medida que se retira la vegetación autóctona.

La proliferación de los nidos de hormigas cortadoras evidencia el empobrecimiento del bioma brasileño de vegetación agreste conocido como Caatinga, un empobrecimiento causado por la remoción lenta y continua de árboles y de animales de los montes. Al consistir en la extracción de pequeñas porciones de recursos naturales, este proceso escapa a las imágenes de satélite, pero, en silencio, transforma el paisaje de la región del semiárido nordestino y hace que aumente el riesgo de desertificación. Otra señal visible de la metamorfosis es la proliferación de plantas invasoras como el mezquite (Prosopis juliflora), un árbol nativo de los Andes usado para la extracción de madera y para la alimentación de ganado. Las invasoras crecen con rapidez en ambientes más abiertos y se convierten en dominantes en campos o pastizales abandonados.

El parque de Catumbi, situado en el municipio de Buíque, ocupando 622 kilómetros cuadrados (km2) y alberga a alrededor de 1.500 personas, que ya vivían allí en el momento de su creación, en 2002. Estas personas usan las áreas de vegetación nativa para plantar maíz y frijol, criar cabras y extraer madera para hacer cercas o cocinar, además de cazar para alimentarse. En esa zona, según concluyeron los investigadores de la UFPE, las intervenciones de los pequeños productores rurales han causado la pérdida de al menos un tercio de la biodiversidad, principalmente de plantas.

“No es un cuadro aislado”, dice el ecólogo Marcelo Tabarelli, de la UFPE, coordinador del grupo de investigación. “La trayectoria de la degradación, con la transformación del monte alto en una vegetación dominada por arbustos y después por herbáceas, ocurre en toda la Caatinga. Cuanto mayor es la presión humana sobre la vegetación autóctona y cuanto menos agua hay, más pobres se vuelve el ambiente y las personas que viven de él.”

Inara Leal/UFPE Mantenidas en cercados, las cabras se alimentan de plantas de la Caatinga, lo cual dificulta la regeneración de la vegetaciónInara Leal/UFPE

La acción humana sobre la vegetación nativa del interior del nordeste brasileño es antigua. En el siglo XVI, el sertón producía carne y alimentos para los habitantes del litoral, que priorizaban la producción de la caña de azúcar. Como resultado de cinco siglos de explotación económica, casi la mitad (el 45%) del área original de la Caatinga –826 mil km2, el equivalente al 11% del territorio nacional– ya se ha deforestado, como resultado principalmente de la acción de los grandes productores rurales.

En la introducción al libro Caatinga – The largest tropical dry forest region in South America, publicado en 2017, Tabarelli, los biólogos Inara Leal, también de la UFPE, y José Maria Cardoso, de la Universidad de Miami, Estados Unidos, observaron que las poblaciones de comunidades rurales de la Caatinga dependen de la vegetación nativa para sobrevivir, lo cual genera una lenta y continua alteración del ambiente. Según ellos, si se suman la acción de los habitantes del semiárido a los grandes proyectos de infraestructura y la agricultura comercial, al menos el 63% de la Caatinga ya habría sufrido los efectos de la acción humana.

De las 89 familias que viven en el parque de Catimbau, un 85% depende de la extracción de madera para cocinar, según un relevamiento de 2012 realizado por la bióloga Laís Rodrigues. El consumo medio de leña fue de 606 quilogramos (Kg) al año por persona, lo cual equivale a 10 ha al año, solamente para abastecer las cocinas de leña. “Dentro del parque”, afirma el biólogo Felipe Melo, profesor de la UFPE, “como el gobierno impone restricciones al uso de la tierra, esas familias son más pobres y más dependientes de los recursos naturales que las de fuera del parque, pero tampoco logran salir de allí porque no tienen hacia dónde ir”.

Fuera de las áreas de protección ambiental, está también la extracción de leña para abastecer a las empresas de producción de yeso, alfarerías, panaderías y pizzerías. El consumo doméstico y comercial implica una pérdida estimada de 30 millones de metros cúbicos al año de bosque nativo, según datos del Ministerio de Medio Ambiente.

La situación es similar en el Bosque Atlántico del nordeste de Brasil. Un estudio de 2015 publicado en Global Ecology and Conservation, basado en información sobre 270 familias de siete comunidades de los estados de Alagoas, Pernambuco, Rio Grande do Norte y Paraíba, registró un consumo medio de 686 kg de leña al año por persona, lo cual implicaría la remoción de 2 mil ha de bosque al año en los 270 municipios de la región que presentan ese tipo de vegetación. “Cuanto menor es el ingreso de las familias, mayor es la dependencia y la extracción de leña”, sostiene Melo. Las vegetaciones de clima semiárido o desértico de África y de la India que albergan comunidades humanas experimentan el mismo fenómeno.

Katia Rito/UNAM Vista general del Parque Nacional de Catimbau (en el estado de Pernambuco), con áreas de cultivos y pastizales abandonados con suelo expuesto, en primer planoKatia Rito/UNAM

Menos especies nativas
En el parque de Catimbau, especies típicas como el urunday (Myracrodruon urundeuva) y la vilca (Anadenanthera colubrina) son las más extraídas para la construcción de cercas y casas, tal como lo muestra un estudio de febrero de este año en Environmental Research Letters. En Parnamirim, un municipio del estado de Pernambuco situado a 350 km al oeste de Catimbau, cuyos 20 mil habitantes viven de la extracción de madera y plantas, los investigadores verificaron que las especies de árboles típicos tienden a verse sustituidas por otras, que crecen con rapidez y soportan las alteraciones provocadas por los cultivos y las pastizales itinerantes, como el llamado marmeleiro (Croton sonderianus) y del tepezcohuite o  mimosa (Mimosa tenuiflora). Las cabras, por su parte, comen las ramas de los árboles de hojas más tiernas, dejando de lado los arbustos más pequeños y las plantas herbáceas de hojas más duras que se vuelven predominantes en áreas de pasturas.

Más allá de la proliferación de las hormigas cortadoras, la acción humana altera las interacciones de otros grupos de hormigas e insectos con las plantas. “Vimos que se pierden dos tipos de servicios que les prestan las hormigas a las plantas: la protección contra los insectos herbívoros y la dispersión de semillas”, dice Inara Leal. En el primer caso, por sufrir más estrés en áreas más abiertas, las plantas acumulan menos néctar en sus nectarios extraflorales, que atraen a las hormigas. Por su parte, las hormigas se alimentan de insectos herbívoros que, en su ausencia, atacarían a las plantas. Con menos néctar y menos hormigas, las plantas se vuelven más vulnerables a los insectos herbívoros. En el segundo caso, las acciones humanas causan una reducción de las poblaciones y de la actividad de especies de hormigas consideradas buenas dispersoras de semillas, como la ponerina o tocandira (Dinoponera quadriceps). “Por consiguiente”, concluye Leal, “hay menos dispersión de semillas y por distancias menores”.

En la Universidad Federal de Rio Grande do Norte (UFRN), la bióloga Gislene Ganade puede haber encontrado una solución de un antiguo problema de la recomposición de la Caatinga: los árboles plantados en pastizales difícilmente sobreviven al clima seco, aunque sean especies adaptadas a ambientes inhóspitos. En sus experimentos, se cultivaron inicialmente árboles de 16 especies en tubos plásticos hasta que las raíces alcanzaron 1 m de largo. Después, se las plantó cada una en un hoyo regado con 4 litros de agua, en el Bosque Nacional de Assu, en Rio Grande do Norte, en junio de 2016.

“Con agua para abastecer a las raíces, los árboles se mantuvieron verdes durante dos meses, incluso en la sequía y, al cabo de ocho meses, cuando llovió, produjeron hojas nuevas y frutos”, relata Ganade. Tras un año del plantío, el 75% de los árboles había sobrevivido. Con base en este método, los equipos de la UFRN y de la UFPE pretenden recomponer la vegetación de Catimbau. El plan es crear un área experimental de 5 ha con árboles que puedan servir para la producción de miel o de alimento para los habitantes del parque, al igual que para los animales que allí se crían.

La integración entre la cría de caprinos, la agricultura y el plantío de especies de árboles usados como leña es otra estrategia pensada para evitar la degradación ambiental y favorecer la generación de ingreso de los propietarios rurales. “Como no habría recursos propios para implementar los sistemas integrados de tipo cultivo-ganadería, la participación de los órganos gubernamentales resulta esencial, mediante líneas de crédito y apoyo a las investigaciones”, dice el ingeniero agrónomo Luiz Antonio Martinelli, docente de la Universidad de São Paulo.

Algunas políticas públicas ya vigentes han ayudado a preservar la Caatinga, asevera Tabarelli, quien desde 2012 recorre con frecuencia el parque de Catimbau. “Los programas de transferencia de ingresos, sobre todo la jubilación rural, han desacelerado la explotación de la Caatinga y las familias han dejado de depender tanto de los recursos naturales”, observa. “En lugar de cazar, los habitantes del sertón pueden comprar pollos y, en lugar de extraer leña del bosque, pueden comprar garrafas de gas para cocinar”.

Artículos científicos
SFAIR, J. C. et al. Chronic human disturbance affects plant trait distribution in a seasonally dry tropical forest. Environmental Research Letters. v. 13, 025005, fev. 2018.
RIBEIRO, E. M. S. et al. Chronic anthropogenic disturbance drives the biological impoverishment of the Brazilian Caatinga vegetation. Journal of Applied Ecology. v. 52, p. 611–620, mar. 2015.
SIQUEIRA, F. F. S. et al. Leaf-cutting ant populations profit from human disturbances in tropical dry forest in Brazil. Journal of Tropical Ecology. v. 33, n. 5, p. 337-44, set. 2017.
SPECHT, M. J. et al.  Burning biodiversity: Fuelwood harvesting causes forest degradation in human-dominated tropical landscapes. Global Ecology and Conservation. v. 3, p. 200-9, jan. 2015.

Libro
SILVA, J. M. C. da, LEAL, I. R. e TABARELLI, M. (eds.) Caatinga – The largest tropical dry forest region in South America. Cham: Springer, 2017.

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