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MEMORIA

La Cumbre de la Tierra Río 92 consolidó conceptos sobre el medio ambiente

Hace 30 años, la conferencia mundial del clima amplió el debate internacional referente a los problemas ambientales que se había iniciado a finales de la década de 1960

Uno de los debates de la primera jornada de la reunión promovida por las Naciones Unidas en la capital fluminense en 1992

Antonio Ribeiro / Gamma-Rapho via Getty Images

El 23 de marzo de 1992, el físico y profesor de la Universidad de São Paulo (USP) José Goldemberg, quien ya era ministro de Educación, asumió interinamente el cargo de secretario nacional de Medio Ambiente en reemplazo del ingeniero y ambientalista José Lutzenberger (1926-2002). Una de sus tareas urgentes fue convencer a los jefes de Estado de otros países para que asistieran a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo –la Cumbre de la Tierra Río-92– que pocos meses después, en junio, abordó temas tales como el calentamiento global, los incendios en la Amazonia, el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad. Las noticias producidas por unos 7.000 periodistas que siguieron el curso de los debates in situ difundieron el entonces igualmente novedoso concepto de desarrollo sostenible, definido como la necesidad de articular la protección ambiental con el progreso social y económico.

Unas semanas después de su asunción como secretario de Medio Ambiente, Goldemberg se reunió en Pekín (China), junto al embajador brasileño Marcos Azambuja, con el primer ministro chino, Li Peng (1928-2019). “Él era ingeniero y quería saber si las medidas contra el calentamiento global perjudicarían el progreso de China. Le respondí: ‘No si ustedes adoptan tecnologías de vanguardia’”, relató Goldemberg a principios de marzo, evocando el diálogo que había entablado casi 30 años antes. El periplo del entonces secretario incluyó Washington (Estados Unidos), Nueva Delhi (India) y Tokio (Japón), con el mismo propósito. “Los jefes de Estado eran renuentes a asistir a la conferencia de Río”.

Desde ese punto de vista, la cumbre Río-92, que se llevó a cabo del 3 al 14 de junio en el centro de convenciones Riocentro, de la capital fluminense, resultó exitosa: reunió a alrededor de 180 jefes de estado, entre ellos el estadounidense George H. W. Bush (1924-2018), el francés François Mitterrand (1916-1996), el británico John Major y el cubano Fidel Castro (1926-2016). “Río-92 fue la primera gran conferencia de la década de 1990 sobre temas globales y el mayor evento internacional que se haya celebrado en Brasil”, pondera quien entonces era ministro de Relaciones Exteriores, el jurista Celso Lafer, expresidente de la FAPESP (2007-2015), a quien Goldemberg sucedió en la presidencia de la Fundación (2015-2018). “Fue una época dorada de la diplomacia brasileña y de optimismo al respecto del potencial de Brasil”.

Roma, Estocolmo, Río
La Cumbre de la Tierra Río-92 amplió el debate internacional sobre los problemas ambientales, que había comenzado en 1968 con el Club de Roma. Esta organización no gubernamental, fundada por empresarios, banqueros, políticos y académicos de diversos países, alertaba sobre el agotamiento de los recursos naturales, como en el caso del petróleo. Las preocupaciones de sus miembros se hicieron públicas tras la publicación del informe “Los límites del crecimiento”, en 1972.

Hace 50 años, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano (CNUMAH), más conocida como la Cumbre de Estocolmo, en Suecia, donde se celebró el encuentro, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reunió por primera vez a jefes de Estado para debatir sobre los problemas ambientales. “La Conferencia de Estocolmo significó la primera toma de conciencia a nivel mundial sobre la vulnerabilidad de la naturaleza y la fragilidad de los ecosistemas”, comenta Lafer. “Pero tuvo que enfrentarse a muchas dificultades diplomáticas, signadas por la polaridad norte-sur, entre los países ricos y pobres, y las tensiones este-oeste, producto de la Guerra Fría [el conflicto político e ideológico entablado entre Estados Unidos y la Unión Soviética], característicos de la dinámica mundial de aquella época”.

Gerard Fouet / AFP via Getty ImagesEl presidente francés François Mitterrand firma la Carta de la Tierra, el 13 de junio de 1992Gerard Fouet / AFP via Getty Images

En 1987, la ONU publicó el documento “Nuestro futuro común”, también llamado Informe Brundtland, por haber sido coordinado por quien entonces era la primera ministra noruega, Gro Harlem Brundtland. Ese texto difundió el concepto de desarrollo sostenible, que había sido acuñado en la Cumbre de Estocolmo. En diciembre de 1988, el presidente brasileño, José Sarney (1985-1990) presentó la candidatura de Brasil como sede de la reunión internacional en la que la ONU pretendía debatir los problemas planteados en el informe.

“La motivación de Sarney estaba plenamente vinculada con la Amazonia”, escribe el embajador Rubens Ricupero, que en la época encabezaba la representación diplomática brasileña en Washington, en un artículo que aún no ha sido publicado. Los registros de deforestación, recuerda, se habían agravado a finales de la década de 1980.

Profesor titular de la cátedra José Bonifácio del Instituto de Relaciones Internacionales de la USP desde enero de 2022, Ricupero alude a otra circunstancia que contribuyó a la designación de Brasil como sede de la conferencia. “El 22 de diciembre de 1988, el asesinato de Chico Mendes [1944-1988] en Xapuri, en el estado brasileño de Acre, exacerbó la campaña internacional de denuncias contra la pasividad, la complicidad o la ineficacia de la política brasileña para detener la ola de destrucción”.

Pese a ello, hubo dos señales del interés del país por la preservación ambiental. La primera fue la nueva Constitución, promulgada en octubre de 1988, que incorporó los principios de la Política Nacional del Medio Ambiente, aprobada en 1981, como resultado del trabajo del biólogo Paulo Nogueira Neto (1922-2019), primer coordinador de la Secretaría Especial de Medio Ambiente (1973-1985), que dio origen al Ministerio de Medio Ambiente. La segunda fue la creación del Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (Ibama), en 1989, como organismo ejecutor de la política nacional en la materia.

A cargo de la organización de la conferencia, Lafer recuerda con satisfacción la convergencia entre el gobierno federal, bajo la presidencia de Fernando Collor de Mello, del estado de Río de Janeiro, en la época gobernado por Leonel Brizola (1922-2004), y de la capital fluminense, con el alcalde Marcelo Alencar (1925-2014). “Todos comprendieron la magnitud de la reunión”.

Hubo un momento de tensión cuando la delegación china avisó que no vendría si estaba presente el monje tibetano Tenzin Gyatso, el Dalai Lama, considerado un enemigo. Al ser consultado por Lafer, el presidente brasileño habría comentado que China no podía estar ausente de la reunión, pero, por otro lado, no podía dejar de recibir al Dalai Lama.

Julio Pereira / AFP via Getty ImagesLa primera ministra noruega Gro Brundtland también estuvo en la capital fluminenseJulio Pereira / AFP via Getty Images

El Ministerio de Relaciones Exteriores resolvió el impasse concediéndole al líder religioso un visado de ingreso al país ilimitado, pero bajo la condición implícita de que los responsables de su venida cumplieran estrictamente con su agenda de reuniones programadas, que comenzaba con el Foro Global, un encuentro paralelo a la Río-92, que se celebraría en el parque conocido como Aterro do Flamengo. Los chinos esperaron a que el monje se fuera para venir a Brasil. Sin embargo, se corría el riesgo de que el Dalai Lama extendiera su estadía más de lo previsto en Porto Alegre. Cuando se enteró del riesgo de retraso, Lafer intervino para que el Dalai Lama saliera de Brasil en el plazo estipulado. Antes del arribo de los chinos, el monje abordó un vuelo hacia Buenos Aires (Argentina). “En una conferencia que requería de un consenso intergubernamental, no podíamos cometer ningún desliz diplomático”, recuerda.

En su discurso de apertura de la conferencia, el entonces canciller brasileño comentó que aquel encuentro suponía “una oportunidad única para cambiar los modelos de relación predominantes en la sociedad internacional”. En aquel momento, el contexto internacional era propicio para acordar actividades conjuntas. Azambuja, ex secretario general de Itamaraty [el Palacio de Itamaraty, sede de la Cancillería brasileña), quien coordinó los grupos de trabajo de la conferencia, relata: “Hubo un contexto internacional que reforzó la voluntad de cooperación de los países”. La caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989, y la disolución de la Unión Soviética, en diciembre de 1991, disiparon las tensiones de la Guerra Fría. “El mundo en pleno reconocía que la naturaleza era frágil y encontró un lenguaje en común para debatir acerca de los problemas ambientales”, analiza el embajador. Por su parte, según él, Brasil “estaba dejando de lado la noción de que el medio ambiente era un asunto de los otros, en contra nuestro, y se convirtió en un espacio por el cual nosotros mismos debíamos velar”.

Para Ricupero, Brasil cumplió un papel relevante en las negociaciones de los tres acuerdos internacionales principales suscritos en la apertura de la reunión.

El primero fue el de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, firmada en la apertura de la conferencia. Esta establecía estrategias tendientes a combatir el calentamiento global y condujo luego al Protocolo de Kioto, firmado en 1997 por 154 países, con el propósito de reducir la emisión de gases contaminantes. “En aquellos países que no suscribieron el Protocolo de Kioto, las emisiones de gases de efecto invernadero han seguido creciendo”, dice Goldemberg. “En Brasil, se definieron metas de reducción de las emisiones, pero no se están cumpliendo. No se ha eliminado la deforestación ilegal”. El impasse se resolvió recién en 2015 con el Acuerdo de París, cuando los 195 países que lo aprobaron fijaron metas voluntarias de disminución de las emisiones.

Antonio Scorza / AFP via Getty ImagesEl líder religioso Dalai Lama recibe como regalo un tocado ritual, de manos de un cacique, y se reúne con indígenas y niños en situación de calle durante su visita a Río de Janeiro, en junio de 1992Antonio Scorza / AFP via Getty Images

El segundo acuerdo internacional fue el Convenio sobre la Diversidad Biológica, que incluye metas para la conservación de la biodiversidad, también firmado en el marco de la apertura de la conferencia (lea en Pesquisa FAPESP, nº 198). Estados Unidos firmó el acuerdo referido al clima, pero no el de la biodiversidad. “Su rechazo, que actualmente sigue manteniendo, se debe esencialmente a la tendencia estadounidense de expandir exageradamente el concepto de propiedad intelectual, rechazando por este motivo cualquier forma de restricción a la duración de las patentes farmacéuticas o de cualquier otro tipo, como, por ejemplo, la obligación de abonar compensaciones a las comunidades poseedoras de conocimientos tradicionales sobre las plantas con propiedades medicinales”, comenta Ricupero. Como embajador en Ginebra (Suiza), a finales de la década de 1980, él participó en la elaboración de ambos documentos. “La proximidad de la conferencia en Río aceleró el cierre de las negociaciones sobre las convenciones, que se venían discutiendo hacía varios años”, declaró a Pesquisa FAPESP.

El tercer documento surgido de la cumbre Río-92 fue la Agenda 21, con recomendaciones para implementar la sostenibilidad y la preservación de los recursos naturales en el siglo XXI. Nombrado para coordinar la comisión de finanzas tras la apertura de la conferencia, Ricupero recuerda que el capítulo de la Agenda 21 del que debía encargarse ni siquiera tenía título, a diferencia de los demás, que ya habían sido bosquejados, y estarían terminados en los días siguientes. Luego de una reunión infructuosa abierta a todos los interesados, coordinó otra en la cual participaron solamente los líderes regionales, que dio comienzo a las 11 de la mañana del 10 de junio, ya en la parte final de la conferencia, para elaborar el capítulo referido a las finanzas de la Agenda 21. Una vez estructurada una propuesta, a las 4 de la madrugada del día siguiente, notó que sus codos, luego de 16 horas de fricción sobre la mesa de trabajo, estaban en carne viva y sangraban. “Excepto los países nórdicos, ningún otro quiso comprometerse a financiar proyectos ambientales”, comenta. Tal como lo expresa en un artículo publicado en abril de 1993 en la revista Lua Nova, las promesas de contribución llegaron a menos de la mitad de los 10.000 millones de dólares que se esperaban.

La cumbre Río-92 dejó aún más en evidencia que quienes pierden con la deforestación de los bosques y la contaminación de los ríos somos nosotros mismos, dice Azambuja

“La Agenda 21 se caracterizó como un poderoso instrumento de planificación de la gestión de los municipios, estados y naciones”, comenta el ingeniero civil Arlindo Philippi Jr, de la Facultad de Salud Pública de la USP y coautor del libro intitulado Curso de gestão ambiental (editorial Manole, 2004). “Los países ricos han hecho casi todo lo que se comprometieron a realizar, mientras que en los periféricos, como Brasil, pocas de las propuestas han tenido avances”.

Philippi Jr. y la bióloga Maria Claudia Mibielli Kohler analizaron la implementación de la Agenda 21 en las ciudades de São Paulo, Río de Janeiro, Santos y Florianópolis, que dio comienzo en 1992, pero se interrumpió tras los cambios de los equipos de los organismos públicos, tal como lo describen en un artículo publicado en 2003 en la revista Cadernos de Pos-Graduação em Arquitetura e Urbanismo. “Si el municipio de São Paulo hubiera tenido en cuenta las resoluciones aprobadas en la Agenda 21 a la hora de planificar su gestión, muchos problemas ambientales, como el impacto de las inundaciones cada comienzo de año, tal vez habrían podido minimizarse o incluso, resolverse”, dice Philippi Jr.

A su juicio, la cumbre Río-92 aceleró la creación de agencias ambientales en los estados y municipios, que constituyen el entramado del Sistema Nacional de Medio Ambiente (Sisnama), a partir del cual pueden implementarse las políticas públicas en ese sentido: “La conferencia de 1992 sirvió para impulsar la resolución de muchos problemas, aunque menos de los esperados, como ocurre en materia de gestión de residuos, debido a la falta de compromiso de los líderes políticos en las tres esferas de gobierno”. Goldemberg dice: “Ningún funcionario público puede decir hoy en día que está en contra del desarrollo sostenible”.

La cumbre Río-92, reevaluada en la Río+20, que también se celebró en la capital fluminense en junio de 2012 (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 193), fue la primera reunión de la ONU abierta a la participación de la sociedad civil. Otras aproximadamente 1.400 organizaciones no gubernamentales y 10.000 personas debatieron sobre los principales temas ambientales en el Foro Global, una conferencia paralela. “Ese encuentro alternativo dejó en claro que el medio ambiente no era un tema que le interesaba solamente a los gobiernos y abrió el camino para que la sociedad participe en forma directa en la toma de decisiones al respecto de las políticas públicas”, comenta Azambuja. “La cumbre Río-92 dejó aún más en evidencia que quienes pierden con la deforestación de los bosques y la contaminación de los ríos somos nosotros mismos”.

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