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Especial Amazonia

Las dos Amazonias

La estación seca se prolonga en el sur de la selva, donde se concentra el desmonte, mientras que el noroeste se mantiene muy húmedo

Fragmento de selva preservada en el estado de Mato Grosso, al lado de un terreno deforestado para plantar soja

Rogerio Assis

El clima está cambiando en la mayor selva tropical del planeta, la Amazonia. En Brasil, esta selva cubre un área equivalente a la mitad del territorio nacional. Llueve en ella al menos 2 mil milímetros (mm) al año y la temperatura media llega a los 27 ºC. Con aproximadamente un 20% de su área boscosa original ya deforestada, buena parte de esa región da señales de que se está volviendo más calurosa y seca. Estos efectos se hacen sentir más en las partes que han padecido el desmonte y en sus zonas linderas, concentradas en los bordes sudoeste, sur y este, aunque no se restringen a estos. El noroeste de la Amazonia, naturalmente más húmedo y preservado, quizá por su difícil acceso, todavía resiste relativamente bien a las presiones naturales y a las acciones del hombre.

Si tales tendencias se exacerban, o incluso si se mantienen en las próximas décadas, las dos Amazonias, que actualmente constituyen bocetos, podrán adquirir contornos más definitivos y contrastantes a mediados de este siglo. Grosso modo, habría un bosque clásico, lluvioso, con una vegetación tropical, que empezaría al oeste de Manaos y entraría por los países vecinos hasta alcanzar las proximidades de los Andes. La segunda Amazonia, que estaría al este y al sur de la capital del estado brasileño de Amazonas, dentro del territorio nacional, sería la materialización de los temores de la mayoría de los estudiosos del clima y de la ecología: fragmentada y en parte sabanizada, con un período más prolongado de sequía, donde sus antiguas áreas selváticas habrían sido tomadas por la dispersa vegetación del Cerrado, o bien por actividades agropecuarias.

“El lado oeste de la Amazonia representa el pasado del este”, compara la química Luciana Vanni Gatti, del Laboratorio de Gases de Efecto Invernadero del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe, en portugués). “Lo que no queremos es que el este sea el futuro de toda la región”. Gatti es una de las líderes de un proyecto internacional en cuyo marco, desde hace 10 años, se estudia el llamado balance de carbono de la selva amazónica, es decir, la diferencia entre la cantidad emitida y la absorbida de carbono por la vegetación de la región. Uno de los grandes debates científicos actuales consiste en determinar si la Amazonia sigue siendo un sumidero de carbono, papel que la selva ha ejecutado durante las últimas décadas, o se ha transformado en una fuente de emisión de dicho elemento hacia la atmósfera. En el primer caso, los árboles de la selva siguen creciendo y, por medio de la fotosíntesis, extraen de la atmósfera más dióxido de carbono (CO2) –el principal gas asociado al aumento del efecto invernadero– que el que emiten por la respiración. Contribuyen así para mitigar el calentamiento global. En el segundo escenario, la región pasa a arrojar a la atmósfera más carbono de lo que secuestra.

Esta inversión de rol ocurre porque se ha producido un aumento en la tasa de mortalidad de los árboles, que puede estar asociado al surgimiento de grandes sequías en la región en los últimos 20 años. En este escenario, los árboles muertos liberan CO2 y metano hacia la atmósfera. Hay estimaciones que dan cuenta de que la vegetación y el suelo de la Amazonia mantienen una reserva de carbono, en forma de biomasa, equivalente a diez años de las emisiones de dióxido de carbono de todo el planeta: alrededor de 400 gigatoneladas de ese gas. En las investigaciones de Gatti, tal como es el caso de un estudio publicado en 2014 en la revista Nature, se sugiere que, en años extremadamente secos, como 2010 y 2015, la Amazonia ya no logra mantenerse como un sumidero de carbono. “Nuestros estudios actuales también indican que el este de la Amazonia se está convirtiendo en una fuente de carbono. En la mayoría de los años, la parte oeste extrae carbono en cantidades suficientes como para compensar esas emisiones del este. Pero se trata de un equilibrio que se puede romper.”

El centro de las presiones es la Amazonia oriental y meridional, pero existen datos preocupantes que atañen a toda la región. Consta en los registros de tres centros climáticos internacionales –el Goddard Institute for Space Studies de la Nasa, la agencia espacial estadounidense, el National Climatic Data Center (NCDC), de Estados Unidos, y el Hadley Centre for Climate Science and Services, del Reino Unido– que durante los últimos 40 años la temperatura media de la Amazonia subió 0,7 ºC. La mayor parte de ese aumento ocurrió en las dos últimas décadas, y 2016 fue el año más caluroso en la región, según un artículo de revisión publicado por investigadores brasileños y europeos en diciembre del año pasado en la revista científica Frontiers in Earth Sciences. “Las tres últimas grandes sequías de la región, en 2005, 2010 y 2015-2016, se han clasificado como eventos extremos que ocurren cada 100 años”, comenta el principal autor de ese trabajo, el climatólogo José Marengo, jefe del sector de Investigación y Desarrollo del Centro Nacional de Monitoreo y Alertas de Desastres Naturales (Cemaden). “El clima en la Amazonia se está volviendo más imprevisible. En los últimos 10 años, tuvimos también tres grandes inundaciones, megainundaciones, en 2009, 2012 y 2014.”

El historial de variación de los índices de pluviosidad en la región norte es más matizado que el análisis del comportamiento de su temperatura durante las últimas décadas. En ese aspecto, la dicotomía este y oeste, aunque esquemática, aparece de manera más evidente. En estudios recientes se señala que el total de lluvias, en la Amazonia en general, no se ha alterado de forma significativa durante las cuatro últimas décadas, o puede ser que haya habido un ligero declive. Con todo, cuando los análisis se refinan en función de determinados períodos del año y de subregiones, algunas tendencias cobran fuerza.

Rogerio Assis Una cabecera seca de un río en la cuenca del Xingú, cerca del Parque Indígena del XingúRogerio Assis

La porción meridional este, donde se ubica el llamado arco del desmonte, que concentra el 75% de la deforestación de la Amazonia, da indicios de estar sufriendo mayores períodos sin lluvia prolongados durante la estación seca. El noroeste ofrece pistas de estar pasando por el fenómeno inverso, con más lluvias durante la estación más húmeda. Entre 1981 y 2017, hubo una reducción del 18% de los índices pluviométricos entre septiembre y noviembre en el sudeste de la Amazonia sudamericana. En el noroeste, el aumento de la pluviosidad fue del orden del 17% y se dio entre marzo y mayo. Este mapeo aparece en un artículo publicado en septiembre de 2018 por el climatólogo Jhan Carlos Espinoza, del Instituto Geofísico de Perú, en la revista Climate Dynamics. En ese trabajo se emplearon datos de dos monitorizaciones de lluvia en la Amazonia: el Chirps, de la Universidad de California en Santa Bárbara, y el HOP.

El prolongamiento de los días sin lluvia o con poquísima pluviosidad durante la estación seca parece ser uno de los eventos con potencial más disruptivo del clima y de la vegetación de la Amazonia. “Si la estación seca llega a los cuatro meses, llegaremos al punto de no retorno de la selva”, afirma el climatólogo Carlos Nobre, del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de São Paulo (IEA-USP). “El Cerrado tiene más de cuatro meses sin lluvias. Un tiempo tan largo de sequía no sirve de sostén para una selva como la Amazonia”. En ese caso, la escalada de la escasez de humedad podría llevar a la llamada sabanización de la selva tropical. Este proceso se caracterizaría por la sustitución de un bosque denso y cerrado, típico de los climas muy húmedos, por una vegetación cercana a la del Cerrado, formada por plantas arbustivas y pocos árboles, propio de las zonas más secas. Las selvas tropicales tienen mayor impacto sobre el clima, pues proveen más humedad y extraen más carbono de la atmósfera que las sabanas como el Cerrado.

Entre 1950 y mediados de la década de 1970, el período de sequía en la parte meridional del bosque, cuando llueve menos de 50 mm al mes, empezaba a finales de mayo o principios de junio y terminaba en los últimos días de agosto. Durante las últimas cuatro décadas, el período de sequía ha aumentado de 15 a 30 días, llegando casi en octubre, según se demuestra en el paper mencionado de Marengo. En un editorial publicado el 21 de febrero de 2018 en la revista Science Advances, Nobre y el biólogo estadounidense Thomas Lovejoy, de la Universidad George Mason, en Estados Unidos, sugirieron que, si entre el 20% y el 25% de la Amazonia llega a ser deforestado, la selva tropical habrá alcanzado ese punto de no retorno. En estudios anteriores se situaba ese momento de inflexión en caso de que la selva llegase a un umbral entre un 20% y un 40% de su área deforestada.

Rogerio Assis Torre de observación de los procesos climáticos en los alrededores de ManaosRogerio Assis

En cualquier bioma, las variaciones de temperatura y sobre todo los índices de pluviosidad modelan el tipo de vegetación que crece en él. Casi no hay plantas en los desiertos, por ejemplo, debido a la extrema escasez de lluvias. En la Amazonia, esa relación también se hace presente. Empero, en un mecanismo de retroalimentación, la inmensa selva tropical contribuye al mantenimiento del clima sumamente húmedo de la región norte. Esto se debe a que la Amazonia procesa su propia lluvia, o al menos la mitad de ella. La humedad que proveniente del Atlántico es capturada y procesada por los árboles de la jungla, siendo posteriormente redistribuida regionalmente o transportada hasta el centro y el sur de América del Sur. “Cada árbol bombea 500 litros de agua hacia la atmósfera diariamente. Esta función solo resulta eficiente si la cobertura forestal se mantiene continua”, comenta el ecólogo Paulo Moutinho, del Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonia (Ipam, en portugués), una organización no gubernamental. La tala árboles mina la sinergia entre el clima y la vegetación en la selva tropical. Más lluvias hacen que haya más árboles y más árboles hacen que haya más lluvias.

En teoría, el aumento de los gases de efecto invernadero podría producir, paradójicamente, un efecto positivo sobre la Amazonia: podría servir de fertilizante para su vegetación. Con más CO2 disponible en la atmósfera, las plantas harían más fotosíntesis y crecerían más. Incluso una selva madura como la Amazonia, donde buena parte de su vegetación habría sobrepasado la fase de crecimiento, podría beneficiarse de ese abono atmosférico. El nivel actual de ese gas, de aproximadamente 410 partes por millón (ppm), constituye un récord histórico. Las condiciones son ideales para poner a prueba esta hipótesis. Este es uno de los objetivos del Amazon-Face, un proyecto que reúne a científicos brasileños y del exterior que apunta a rociar altas concentraciones de CO2 en algunos fragmentos de selva intacta para averiguar su reacción.

Por el momento, las investigaciones preliminares se han conducido alrededor de dos torres de instrumentación. Los primeros resultados, obtenidos a partir de modelados computacionales y datos de campo (sin inyección de dióxido de carbono), indican que puede haber limitaciones para que la fertilización se concrete. “La escasez de fósforo en los suelos de la Amazonia parece restringir en un 50% la capacidad de los árboles de aprovechar el carbono extra de la atmósfera”, comenta el ecólogo David Lapola, de la Universidad de Campinas (Unicamp), uno de los autores de un estudio con esos resultados iniciales del proyecto, publicado en agosto en la revista Nature Geoscience. Tal como se desprende de lo expuesto, no se sabe aún si, por la vía de la fertilización por CO2, el calentamiento global puede tener un impacto positivo sobre ciertas especies vegetales.

Proyecto
INCT para el Cambio Climático (nº 14/50848-9); Modalidad Proyecto Temático (Programa FAPESP de Investigaciones sobre Cambios Climáticos Globales); Acuerdo CNPq-INCTs; Investigador responsable José Marengo (Cemaden); Inversión R$ 3.589.332,54.

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