El Museo Nacional llega a los 200 años con el desafío de rescatar su protagonismo en la generación y la difusión del conocimiento en ciencias naturales en Brasil. Pese a ostentar un extenso tesoro con más de 20 millones de ítems, distribuidos en colecciones que sirven de base para el desarrollo de investigaciones en los departamentos de antropología, botánica, entomología, geología y paleontología, la más antigua institución científica del país actualmente se encuentra muy deteriorada, con infiltraciones en las paredes, ventanas con vidrios rotos y muebles con termitas.
Los problemas no desalientan al geólogo y paleontólogo Alexander Kellner, nuevo director del Museo Nacional, quien cree que es capaz de cambiar este panorama. Al día siguiente de toma de su posesión, el 2 de febrero, reabrió la sala donde durmieron los emperadores Pedro I y Pedro II en lo que era antes una de las habitaciones del Palacio de São Cristóvão, que sirvió de residencia a la familia real de 1808 a 1889. El ambiente que antes funcionaba como un depósito ahora es su gabinete, donde, según él, se están trazando planes tendientes a rescatar el antiguo protagonismo de la institución.
El Museo Nacional fue fundado en junio de 1818, entonces como Museo Real. Su creación se dio en un marco de intensa valoración de los estudios en historia natural, estimulada por la llegada de naturalistas europeos para hacer mapas del territorio, realizar prospección de plantas y minerales y desarrollar y propagar técnicas agrícolas más eficientes. “Queriendo difundir los conocimientos y los estudios de las ciencias naturales en el Reino de Brasil, que encierra en sí miles de objetos dignos de observación y examen y que pueden emplearse en beneficio del comercio, la industria y las artes: creo por bien que en esta Corte se establezca un Museo Real”, escribió João VI (1767-1826) en el decreto de creación.
Sus antecedentes institucionales, sin embargo, se remontan a la Casa de Historia Natural, creada en 1784, durante el gobierno del virrey Luis de Vasconcelos y Souza (1742-1809). Popularmente conocida como Casa dos Pássaros, la institución funcionaba en un depósito de productos zoológicos en la Avenida Passos, el centro de Río de Janeiro, como una sucursal del Museo de Historia Natural en Lisboa, Portugal, hacia donde se enviaban ejemplares de productos naturales y atavíos indígenas recolectados en Brasil. La institución funcionó durante más de dos décadas hasta que fue abandonada. Su colección fue enviada al Arsenal de Guerra, donde permaneció hasta la creación del Museo Real.
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Pedro II (
en el círculo) en viaje a Egipto (1876), de donde trajo elementos que componen la colección de la institución
Biblioteca Nacional Concebida en la línea de los museos europeos de historia natural, la institución brasileña albergaba colecciones científicas, bibliotecas, archivos, laboratorios y exposiciones. Funcionaba inicialmente en una vieja casa en Campo de Sant’Anna, el centro de Río de Janeiro. Además de la colección de la Casa dos Pássaros, su patrimonio inicial consistía en una colección de minerales raros traídos por la familia real, organizada y clasificada por el mineralogista alemán Abraham Werner (1749 -1817). La mineralogía también era la especialidad del primer director del museo, fray José Batista da Costa Azevedo, graduado en ciencias naturales por la Universidad de Coimbra.
En 1824, durante la gestión de su sucesor, João da Silveira Caldeira (1800-1854), el Museo Real erigió el primer laboratorio químico de Brasil. “Allí se realizaron análisis mineralógicos y botánicos”, explica la historiadora Heloísa Bertol Domingues, del Museo de Astronomía y Ciencias Afines (Mast) de Río. Da Silveira Caldeira se graduó en medicina en la Universidad de Edimburgo, Escocia. Todavía joven, perfeccionó sus estudios en París, Francia. En 1825 publicó la Nova nomenclatura química portuguesa, uno de los primeros libros de texto de química escritos en Brasil.
“Además de las prácticas científicas, el Museo Real comenzó a desarrollar años más tarde actividades de apoyo a la educación a través de clases prácticas populares”, dice Bertol Domingues, quien estudió el papel de la institución en la enseñanza de las ciencias naturales en Brasil en el siglo XIX, junto a Magali Romero Sá, de la Casa Oswaldo Cruz de la Fundación Oswaldo Cruz (COC-Fiocruz). Entre julio y octubre de 1875 se dictaron en el museo conferencias sobre botánica, zoología, arqueología y etnografía y mineralogía. “La repercusión de estos cursos fue muy favorable”, dice Romero Sá. Esto hizo que Ladislau de Souza Netto, el entonces director, transformara los cursos en actividades prioritarias de la institución.
En simultáneo con las actividades de enseñanza, el museo amplíaba sus colecciones. Entre 1822 y 1823, el mineralogista, naturalista y político José Bonifacio de Andrada e Silva (1763-1838), quien era secretario de Estado de Negocios del Reino y Extranjeros del Imperio de Pedro I, logró que los naturalistas extranjeros cedieran parte de las piezas recolectadas en expediciones a cambio de apoyo gubernamental a sus viajes. Fue así con Georg Heinrich von Langsdorff, Johann Natterer y Auguste de Saint-Hilaire.
También la emperatriz Leopoldina estimuló los estudios en historia natural concebidos en el Museo Real, lo que fomentó la ampliación de las colecciones. Su hijo, Pedro II, fue un entusiasta de las ciencias y dio gran apoyo a las actividades del museo. La ampliación de las colecciones nacionales de historia natural se dio también por medio de donaciones a cargo de particulares. Tal es el caso de Antonio Luis Patricio da Silva Manso, cirujano mayor e inspector del Hospital Militar de la Provincia de Mato Grosso, quien en 1823 le donó al museo alrededor de 2.300 ejemplares de 266 especies de plantas. En julio de 1863, se creó la Biblioteca Central del Museo Nacional, una de las mayores de América Latina especializada en ciencias antropológicas y naturales, con más de 500 mil títulos.
Con la proclamación de la Independencia, en 1822, la institución cambió de nombre, pasando a llamarse Museo Nacional. En 1889, con la proclamación de la República y el exilio de la familia imperial, la institución fue trasladada al majestuoso Palacio de São Cristóvão, en la Quinta da Boa Vista. La apertura al público de las exposiciones permanentes en la nueva sede del museo se concretó el 25 de mayo de 1900. Las actividades del museo se intensificaron durante las décadas siguientes, reforzando su política de intercambio científico internacional, de publicaciones y de cursos públicos. Importantes personalidades de la ciencia mundial visitaron el museo, entre ellos el físico alemán Albert Einstein (1879-1955) y la química polaca Marie Curie (1867-1934).
La idea de que el Museo Nacional era una institución orientada al pueblo cobró fuerza entre 1937 y 1955, durante la administración de la antropóloga Heloisa Alberto Torres (1895-1977). Ella veía al museo como parte de una política cultural integral, de expresión nacional. Al asumir la dirección, en 1937, hizo de la antropología un instrumento científico para la preservación de la cultura brasileña, de acuerdo con los ideales del gobierno de Getúlio Vargas, entre 1930 y 1945, según comprobó la investigadora Carla da Costa Dias, de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), en un artículo publicado en 2006 en la Revista de Antropologia. La vocación de la institución para la investigación cobró fuerza en enero de 1946, cuando la administración del museo se traspasó a la Universidad de Brasil, actual UFRJ.
La institución contó con la colaboración de grandes investigadores e intelectuales brasileños. Eran parte de sus cuadros el antropólogo Edgard Roquette-Pinto, uno de los precursores de la radiodifusión brasileñas, y la bióloga y política Lutz Bertha, una de las primeras activistas por el feminismo en el país. En la década de 1960 el museo pasó a abocarse a la formación de investigadores y creó el primer posgrado en antropología social de Brasil. En el área de botánica, la institución creó su carrera de maestría en 1972 y, en 2001, la de doctorado, la primera de Río de Janeiro en el área. Su colección de botánica es la más grande del país, con alrededor de 500 mil muestras de plantas.
El edificio del Museo Nacional fue declarado patrimonio en 1948 por el Instituto del Patrimonio Histórico y Artístico Nacional (Iphan). Desde entonces, la institución se ha visto ante diversas dificultades, la mayoría asociadas con la falta de recursos para su mantenimiento. También la cantidad de personas que visitaban el museo con el tiempo empezó a disminuir. En enero de 2015, sólo 13.237 personas asistieron a la institución, 13 mil menos que en el mismo período de 2014. En 2017, alrededor de 180 mil personas visitaron el Museo Nacional, y Kellner pretende elevar esa cifra a un millón.
Sólo una parte de su colección permanece expuesta al público: son plantas y animales de la biodiversidad brasileña, momias de Egipto, artesanías incas y de poblaciones autóctonas brasileñas, esqueletos de dinosaurios sudamericanos y el meteorito de Bendegó, hallado en el interior de Bahía en 1784 y transportado a Río 100 años después. Con sus 5,36 toneladas, es el mayor meteorito conocido hasta ahora en Brasil.
La institución también actúa en el área de investigación, produciendo nuevos conocimientos en diversos campos. En el Departamento de Antropología, por ejemplo, el Laboratorio de Investigaciones en Etnicidad, Cultura y Desarrollo (Laced) se dedica al estudio de procesos de interacción entre poblaciones indígenas y no indígenas y a la contribución de esa diversidad cultural al enriquecimiento de las dinámicas sociales. En el Departamento de Botánica, los investigadores trabajan en la identificación y en la anatomía de las plantas, la identidad y la ecología de las algas, el estudio del polen y la relación entre las plantas y sus polinizadores. Por su parte, el Departamento de Invertebrados del Museo Nacional es un centro de referencia en investigaciones de invertebrados marinos y de agua dulce y arácnidos.
A pesar de los problemas, el Museo Nacional no ha perdido su relevancia, en la concepción de Magali Romero Sá. “Sigue siendo una de las más importantes instituciones de investigación del país”, afirma la historiadora. Alexander Kellner sigue la misma línea”. El Museo Nacional está ligado a la historia política, científica y artística del país”, afirma el investigador, quien ya ha comenzado a negociar alianzas con la iniciativa privada e intenta ser recibido por el gobierno federal para recuperar el Palacio de São Cristóvão. “El Museo Nacional es un proyecto ganador”, destaca Kellner. “Pero necesitamos ayuda para convertirlo en un gran museo de historia natural, como los que existen en países de Europa y Estados Unidos.”
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