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La realidad de los datos

El mapeo y la sistematización de la información referente al covid-19 son decisivos para el control de la enfermedad en Brasil

Cementerio Parque Taruma, en Manaos, el 19 de mayo

Andre Coelho/ Getty Images

A esta altura de la pandemia, el virus Sars-CoV-2 es notorio. Seis meses después de que se registraran los primeros casos de covid-19 en Wuhan, la capital de la provincia de Hubei, en China, se sabe cómo se transmite y no quedan dudas de que es el causante de la enfermedad cuya manifestación clínica más típica –aunque no la única– son los daños severos en los pulmones, en los pacientes más graves. Sin embargo, aún no se sabe cómo hace el cuerpo humano para movilizar anticuerpos para tornarse inmune al virus. El desarrollo de vacunas y de tratamientos específicos para la enfermedad sigue constituyendo un desafío para los científicos de todo el planeta. Como es improbable que pueda aprobarse algún tipo de agente inmunizante en menos de 18 meses, las únicas maneras de evitar el contagio siguen implicando hábitos de higiene, tales como lavarse asiduamente las manos, el uso de máscaras de protección en espacios públicos y el distanciamiento físico. También es sabido, a partir de la experiencia de otros países, que todo y cualquier dato referente a la pandemia puede marcar la diferencia en la lucha contra el virus. Tal como lo muestra Pesquisa FAPESP en la presente edición, el conocimiento de la dinámica y la dimensión real de la enfermedad se ha transformado en una cuestión de vida o muerte.

En el caso del covid-19, el punto de partida para cualquier inferencia y modelado matemático se basa en la cifra de individuos contagiados. En Brasil, los programas de testeo masivos se adoptaron tres meses después de que se reportara el primer caso y eso en una esfera reducida, si tenemos en cuenta las dimensiones continentales del país. Por eso es que recién ahora los resultados de los estudios epidemiológicos están empezando a aportar a la comprensión de la dinámica de la difusión del virus en el país. Por la información que genera para combatir su propagación, el testeo a gran escala se ha revelado en el mundo como un instrumento poderoso para el desarrollo de políticas de salud pública, dado que permite detectar a los infectados, rastrear a sus contactos y aislarlos.

A la demora en la aplicación del testeo masivo se le suma otra dificultad: la lentitud en el procesamiento de los análisis. Hacia finales de mayo, había más de 2 millones de test RT-PCR aguardando su verificación en la red pública. Algo similar viene ocurriendo con los sistemas de notificación del covid-19, que se cargan con los resultados de esos test o bien en ausencia de ellos, con la información resultante del diagnóstico clínico de la enfermedad. Los registros en el e-SUS Vigilancia Epidemiológica (e-SUS VE) y en el Sistema de Información del Control Epidemiológico de la Gripe (Sivep-Gripe) pueden acusar retrasos de hasta dos meses. Dicho de otra manera, existe un desfase entre la gravedad del cuadro que revelan las cifras y la aún más grave realidad que se palpa en los centros de salud, los hospitales de campaña y las Unidades de Terapia Intensiva (UTIs).

Por esa razón, en este momento no puede afirmarse con seguridad cuál es el potencial exacto de la propagación del virus en Brasil, como así tampoco su índice de letalidad. Sin el aval de datos certeros, se torna prácticamente imposible establecer las medidas más adecuadas para que cada región del país pueda lidiar con lo que se denomina número reproductivo efectivo de la enfermedad, es decir, con el índice de contagio entre individuos. Por ende, no hay manera de prever con certeza cuándo ocurrirá el pico de la pandemia. Ante la ausencia de tales informaciones, también se revela como algo sumamente complejo estipular las reglas de aislamiento social y definir el momento adecuado para el reinicio de las actividades escolares o la reapertura del comercio.

La dificultad en la obtención de datos ha obligado a los científicos a apelar a la creatividad en un esfuerzo por prever el impacto económico de la crisis desencadenada por la pandemia. El Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) postergó el Censo para el año próximo y canceló las visitas domiciliarias en las cuales se recaban datos para la Investigación Nacional por Muestreo Continuo de Hogares (Pnad Contínua, en portugués), que se publica mensualmente con las cifras recolectadas en el trimestre anterior. Más allá de las incertidumbres inherentes a la propia pandemia, tal como, por ejemplo, su tiempo de duración, los científicos deben vérselas con cuestiones referidas a cómo dimensionar cuánto trabajo sigue haciéndose mientras la gente se queda en sus casas o cuál es el volumen de recursos que se ha destinado a la adquisición de equipamiento médico. El sociólogo Ian Prates, por ejemplo, comenta que está utilizando datos que en situaciones normales no usaría. Se trata de informaciones referentes al consumo y a la circulación recabadas con el apoyo de instituciones tales como Google y Cielo, así como otras sobre el estado de las empresas, obtenidas con la ayuda del Servicio Brasileño de Apoyo a las Micro y Pequeñas Empresas (Sebrae).

El desarrollo de la pandemia, que hasta el final de mayo ya había costado la vida de al menos 32.602 personas en todo el país, evidencia que la obtención de datos exige esfuerzo y demanda tiempo. La economía de uno o el desperdicio del otro no solo trae aparejado el desconocimiento del universo de los infectados y de dónde están ubicados los focos principales de la enfermedad, sino que también hace inviable disponer de análisis precisos o elaborar proyecciones. Los datos, fundamentales para la prevención e indispensables para el avance de los tratamientos, son esenciales para que la ciencia pueda elaborar políticas públicas y modificar la realidad actual.

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