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Entrevista

Lauro Barata: La red de la riqueza natural

El químico promueve conexiones en busca de transformar las sustancias vegetales en productos aplicados

Según Barata, una relación más intensa entre la esfera académica y la empresarial podría impulsar la economía en la región

Léo Ramos Chaves

Lauro Barata es graduado en química. Sorbió de sus raíces en el estado de Pará –donde el uso de los productos vegetales era central en la vida cotidiana– para consolidarse en la investigación de las propiedades de sustancias de los árboles amazónicos. Fue docente en la Universidad de Campinas (Unicamp) durante aproximadamente 40 años. En 2011 regresó a Pará para aportar al establecimiento de la Universidad del Oeste de Para (Ufopa), en la localidad de Santarém.

La conexión con la industria perfumista surgió de una consultoría para la francesa Chanel, que vio en riesgo la producción de su perfume nº 5 a causa de la defensa ambientalista del palo de rosa, un árbol que provee el aceite central de su aroma. Empezó a asistir a congresos de perfumistas y a trabajar en alianza con la industria de cosméticos. Esa trayectoria le valió, en 2018, una medalla concedida por la Federación Internacional de la Industria de Perfumistas y Productores de Aromas y Aceites esenciales (Ifeat).

Su actividad actual, guiada por sus conocimientos químicos, apunta a tender conexiones entre la población de la Amazonia y la industria, en busca de resultados económicos para la riqueza de la selva.

¿Qué fue lo que lo llevó de vuelta a Pará?
Soy un misionero, estoy allá porque quiero ayudar a cambiar las cosas. Participo en programas de posgrado gracias a una beca de profesor visitante sénior de la Capes [la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior].

¿Usted presta consultorías?
Sí, muchas veces gratuitamente. Algunas semanas atrás, una empresa de la Amazonia que extrae chintul para Natura y otras empresas me consultó porque no sabían qué hacer con un residuo que producen. Les sugerí que hicieran jabones u otros productos, pero ellos solo querían desechar las toneladas de residuos líquidos, aguas aromáticas (hidrolatos) que no pueden arrojarse directamente al río. Les sugerí técnicas para limpiar esa agua. Podría haberles cobrado, pero prefiero establecer una buena relación con ellos. Les pedí 40 litros del residuo, que estoy estudiando para el desarrollo de productos. También ayudo a hacer conexiones, porque conozco a mucha gente del área empresarial. Difundo información acerca de cómo plantar, cultivar y desarrollar un buen negocio con las plantas de la Amazonia.

Rogerio Assis Extracción de aceite de copaiba en la región de Riozinho do Anfrísio, en el municipio de Altamira, estado de ParáRogerio Assis

¿Cómo surgió el trabajo con el palo de rosa?
Fue una consultoría que le hice en 2000 a Chanel, que usaba el aceite de palo de rosa para sus perfumes. Una federación de ONGs [Organizaciones No Gubernamentales] francesas los estaban acusando de destruir la selva amazónica y prometían hacer un boicot para Navidad. Fui a la Amazonia con un representante de Chanel y entrevisté a gente de las universidades, del Ibama, del gobierno y productores de aceite de palo de rosa. Trabajé durante un mes en eso y escribí informes, en alianza con un economista y [el ecólogo] Tasso Azevedo, que era del Imaflora, una ONG de Piracicaba. Previmos cinco escenarios de futuro. Uno de ellos era cultivar el palo de rosa para extraerle el aceite de las hojas, con base en un trabajo de Otto Gottlieb [químico checo nacionalizado brasileño, 1920-2011] de la década de 1950, en el que describió la composición química del aceite. Cuando vi la composición y la comparé con la de la madera, vi que eran prácticamente iguales. Chanel logró evitar el boicot. Quedó en el aire la idea de cultivarlo y me inscribí para el premio Benchimol, anual, y gané: el Banco de la Amazonia me dio 100 mil dólares para la investigación. Un estudiante, Eduardo Mattoso, recolectó hojas y les extrajo aceite a las plantas en 50 puntos de la región de Belém Santarém y Manaos. Confirmamos lo que se había visto medio siglo antes y vimos que cinco años eran suficientes para plantar, podar y retirar el aceite de las hojas del palo de rosa. Con un ajuste por destilación, daba aceite equivalente: es eso lo que hace la industria hoy en día, incluso Chanel.

Después de eso, ¿el palo de rosa se convirtió en una especie protegida?
Sí. El Ibama [Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Renovables] me llamó en 2010 para inscribir el palo de rosa en la protección y propuse que el exportador Ilko Minev, de Manaos, participara en la comisión. Solo científicos y el gobierno discutiendo qué hacer con un tema económico sería inadecuado. En 2011 el palo de rosa entró en el anexo II de la Convención sobre el Comercio Internacional de las Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres, Cites, que permite seguir extrayendo el aceite de plantas cultivadas. En el anexo I, sería imposible extraerlo. Con esa técnica sencilla, ayudé a salvar el palo de rosa de la extinción.

¿Ese tipo de actividad genera muchos empleos para la población local?
Actualmente sí. Natura, que es ahora una empresa de 10 mil millones de dólares, está instalada a unos 50 kilómetros de Belém. Produce 200 millones de jabones al año, elaborados únicamente con productos naturales botánicos. La mano de obra en la industria no es tan extensa, pero ellos les compran la materia prima a los productores locales y así generan empleo en las comunidades. Dentro de Natura existe un grupo de abogados, antropólogos y biólogos que se dedica a esa relación. En su catálogo hay andiroba, copaiba, ucuuba, murumuru, cupuazú, colofonia, chintul… dos docenas de productos naturales. Para cada uno de ellos hay miles de personas recolectando un producto que antes casi no tenía valor. Eso pone en valor al bosque de pie y a la investigación científica realizada con esos productos. El perfume de chintul salió de un proyecto de mi laboratorio, en la Unicampo, en 1996, y terminó transformándose en un producto.

¿Existen otras empresas en esa área?
Algunas persisten, como Beraca y Amazonoil. Estoy conectado ahora a un municipio que se llama Prainha, casi en las Guayanas, de gente muy pobre. Me consultaron, acompañados por un abogado. Les sugerí que formaran una cooperativa. Hago esa consultoría gratis; quiero que se organicen. Cuando ellos tienen el producto, yo los pongo en contacto con empresas. En la estela de Natura miles y miles de personas ganan algo con ese tipo de actividad, aunque no sea su único ingreso.

¿Qué falta para que existan más emprendimientos?
Creo que falta un plan regional o local del gobierno. También faltan programas de financiación como el Pipe y el Pite, de la FAPESP, que estimulan a las personas a pensar en emprender.

¿Qué ve como el futuro de esa valoración de los productos de la Amazonia?
Hay un movimiento tendiente a usar los productos no solo para cosméticos, sino también para alimentos, productos farmacéuticos, plásticos, polímeros. Es lo que propone Carlos Nobre [climatólogo jubilado por el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales]: la Amazonia 4.0. Le di una consultoría a él sobre cadenas productivas de la Amazonia, tales como la de la castaña, el azaí, el copuazú y la andiroba. Él quiere saber de qué manera el cambio climático afecta a la cadena productiva y la producción de esos materiales en las regiones alcanzadas. El camino es invertir en tecnología. Sin eso, extraemos el caucho sin fabricar neumáticos para coches. Esos productos de los que hablamos son commodities. Si pretendemos sacar a la Amazonia de la pobreza, es fundamental que la academia sea una aliada de las empresas.

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