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COVID-19

La incertidumbre sobre el regreso a las aulas

El agravamiento de la pandemia, las dificultades para implementar el testeo masivo y los comportamientos fuera de la escuela generan dilemas al respecto de la reanudación de las clases presenciales

Alumnos del Centro Universitario de Bellas Artes, en São Paulo, en una actividad presencial extracurricular durante el mes de octubre, que sirvió como preparación para el retorno a las clases

Miguel Schincariol/Getty Images

El 19 de noviembre, el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, anunció el cierre temporal de las 1.800 escuelas públicas de la ciudad como respuesta a una nueva escalada de casos de covid-19. A partir de dicha resolución, 300 mil estudiantes que reanudaron las clases presenciales en septiembre volverán a la enseñanza a distancia, sumándose a los 800 mil alumnos restantes de la red que, por temor al contagio, habían optado por continuar con el aprendizaje virtual. La interrupción de las clases fue objeto de críticas porque unos 60 mil alumnos, que están entre los más vulnerables de la sociedad, no están pudiendo seguir con la enseñanza online. Y a ello se suma que el ambiente escolar parecía seguro: de los 120 mil estudiantes, docentes y no docentes de la red educativa que se hicieron el test para el nuevo coronavirus, tan solo el 0,19 % arrojó resultados positivos.

En cambio, el resto del entorno registró un aumento de los contagios. Nueva York fue el epicentro de la primera ola de la pandemia en Estados Unidos. El conteo actual de fallecidos en la ciudad es de 24 mil personas y está creciendo nuevamente. El 20 de noviembre hubo 48 víctimas fatales, más del doble de la tasa diaria al comienzo del mes. El detonante para el cierre de las escuelas fue el índice de un 3 % de testeos positivos registrados en promedio en la ciudad durante los siete días previos. “Hemos establecido ese parámetro y debemos respetarlo. Nuestra intención es volver lo más pronto posible”, explicó De Blasio, según la revista Time. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, hay tres factores que deben orientar las estrategias de cierre o reapertura: la transmisión y la gravedad de la enfermedad entre los niños y los adolescentes, la capacidad de mantener las medidas de prevención y control en las escuelas y el cuadro epidemiológico que presenta la región. En Nueva York, este último ítem se ha descontrolado.

Según datos de la Unesco, la primera ola de la pandemia ha interrumpido las actividades escolares en más de 190 países, afectando a 1.570 millones de personas, el equivalente al 90 % de los estudiantes de todo el mundo. Empero, a diferencia de lo que ocurrió en Brasil, la mayoría de las naciones reanudaron las clases presenciales a mediados de 2020, aunque manteniendo parte de las actividades online y adoptando protocolos restrictivos. Esta experiencia estuvo plagada de sobresaltos, pero demostró que, respetando las medidas de higiene, el distanciamiento social y el control de los casos nuevos, la escuela no genera brotes de la enfermedad como tanto se temía. En Francia, las escuelas han permanecido abiertas desde el mes de mayo, incluso bajo la segunda ola de la pandemia. Desde el comienzo del año lectivo, en septiembre, decenas de escuelas han suspendido las clases debido al registro de caso de la enfermedad, pero según un monitoreo llevado a cabo por el ministerio de Educación del país, prácticamente la totalidad de los episodios involucraron contagios fuera del ámbito escolar y no desencadenaron nuevos brotes de la dolencia.

El rigor en el cumplimiento de los protocolos es esencial. Uno de los peores brotes de covid-19 en Israel se registró en una escuela de la ciudad de Jerusalén llamada Gymnasia Ha’ivrit, que retomó las clases en mayo sin los cuidados necesarios. Con aulas pequeñas y abarrotadas, clases seis días a la semana y uso optativo de mascarillas debido al calor, el colegio tuvo que suspender sus actividades luego de que 150 de sus 1.200 alumnos contrajeron la enfermedad, contagiando también a 25 educadores y a 80 familiares.

Kena Betancur/AFP Protesta de los padres contra el nuevo cierre de las escuelas públicas de la ciudad de Nueva York que fue anunciado el 19 de noviembreKena Betancur/AFP

Los niños y los jóvenes no forman parte de los grupos de riesgo del covid-19 y, en la amplia mayoría de los casos, presentan síntomas leves. En Brasil, los menores de 20 años de edad fallecidos debido al nuevo coronavirus representan un porcentaje que varía del 0,6 % al 0,7 % del total, según los datos informados por la Sociedad Brasileña de Pediatría (SBP). En Suecia, un raro ejemplo de un país europeo que no adoptó restricciones severas para contener el covid-19, los riesgos de que los alumnos contaminen a sus familiares no fueron altos durante la primera ola de la pandemia. Las autoridades mantuvieron el funcionamiento normal de las escuelas de enseñanza básica, pero interrumpieron las actividades en la enseñanza media, adoptando un modelo de clases online. Un estudio llevado a cabo por científicos de las universidades de Estocolmo y de Upsala, divulgado en octubre en el repositorio de publicaciones médicas medRxiv, reveló que la exposición de padres y alumnos a la enfermedad generó solamente un pequeño aumento de casos en el grupo de las escuelas abiertas, en comparación con el promedio de la población. Pero se registró un efecto significativo entre los docentes, cuya tasa de infección fue dos veces mayor entre aquellos que continuaron con las actividades presenciales.

A favor del regreso de las clases existen pruebas evidentes de que los estudiantes están siendo perjudicados en su proceso de aprendizaje, sin mencionar los efectos de las restricciones sociales sobre la salud mental de los niños y adolescentes. “El mantenimiento del cierre de las escuelas tienen altos costos directos e indirectos, que afectan tanto a los alumnos y a sus familias como a la sociedad en su conjunto”, dice la psicóloga Teresa Schoen, de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp). “Lejos de las escuelas, los niños y los jóvenes se encuentran a resguardo de la enfermedad, pero no son inmunes a los riesgos asociados con la violencia doméstica e incluso la falta de una alimentación regular”.

Schoen trabaja en un consultorio externo de salud para adolescentes de la Unifesp y está preocupada por el impacto emocional de la pandemia entre los jóvenes. Por eso se interesó en abonar el debate sobre el regreso de las clases en el país. Junto a su alumna de especialización, Letícia Soares, elaboraron un registro de los protocolos adoptados para la vuelta a las clases en 13 países (obsérvese el gráfico) y publicaron los resultados en el repositorio SciELO Preprints.

En común, las directrices se basaron en las medidas de distanciamiento social, la higiene y la detección de los casos sospechosos, pero sin una uniformidad en los parámetros adoptados, entre ellos, el espacio entre alumnos, que variaba entre 1 metro y 2,5 metros dependiendo del país. El uso de mascarillas en las escuelas también fue abordado de distintas maneras. La obligatoriedad solo formaba parte del protocolo en Portugal. En Canadá, los barbijos se recomiendan para los niños de mayor edad, mientras que en España no son necesarias siempre y cuando los alumnos se mantengan a una distancia igual o superior a 1,5 metros entre sí.

Sin embargo, los protocolos eran poco específicos en cuanto al testeo masivo de los alumnos para identificar rápidamente los focos de la enfermedad. “Como alrededor del 40 % de los casos de covid-19 son asintomáticos y el 50 % de los contagios se producen a partir de aquellos que no exhiben síntomas, los test son de gran importancia”, escribieron la médica Yasmin Rafiei y la abogada Michelle Mello, de la Universidad Stanford, en Estados Unidos, en un artículo de opinión que salió publicado en la revista New England Journal of Medicine. Los exámenes, según ellas, están ausentes en los planes de reapertura de las escuelas en la mayoría de las ciudades estadounidenses. Por lo general, solo se les realizan a aquellos individuos que presentan síntomas.

Si las pruebas registraran una alta cantidad de casos asintomáticos, el efecto ya sería positivo, tal como lo han demostrado investigadores del Reino Unido en un artículo publicado en la revista The Lancet Child & Adolescent Health. El propósito de ese trabajo consistía en generar los parámetros para evitar una segunda ola de la pandemia en el Reino Unido. Basándose en modelos matemáticos, los autores determinaron que, con un 75 % de los individuos con síntomas sometidos al testeo y el rastreo de al menos un 68 % de las personas que estuvieron en contacto con los infectados, las escuelas del Reino Unido podrían volver a funcionar en régimen de jornada completa. Si solamente se pudiera testear al 65 % de los sintomáticos, solo habría seguridad para un retorno parcial a las clases.

En el mes de septiembre, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) divulgó la edición anual del informe Education at a glance, que recopila las estadísticas educativas de más de 40 países. El documento remarca que Brasil fue uno de los países más reacios a reanudar las clases presenciales, a contramano de la mayoría de los afiliados a la organización, que para el mes de julio reabrieron las escuelas. El documento vincula la interrupción de las clases con la pérdida de habilidades de los alumnos y el desmedro en la productividad de la economía.

A partir de septiembre, 11 estados brasileños anunciaron planes para la reapertura gradual de sus escuelas, mientras que los demás aún se están organizando para emprender esa labor. Una resolución aprobada por el Consejo Nacional de Educación (CNE) en el mes de octubre estableció un derrotero para la reanudación gradual, que contempla la transformación de los ciclos lectivos 2020 y 2021 en un único bloque curricular, evitando así que los alumnos reprueben el año. “Les recomendamos a las escuelas que el inicio del ciclo 2021 sea con actividades de recuperación y evaluaciones que tengan en consideración las condiciones desiguales de los alumnos”, dijo la socióloga Maria Helena Guimarães de Castro, docente jubilada del Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de Campinas (IFCH-Unicamp) y portavoz del dictamen del CNE.

La desigualdad, que ya era un rasgo distintivo del sistema educativo brasileño, posiblemente se haya agudizado durante el transcurso de la pandemia. “Habrá que afrontar el desafío que implican las divisiones de alumnos en etapas de aprendizaje muy diferentes, combinando actividades presenciales con otras a distancia”, dice Guimarães de Castro. La recomendación es que las escuelas reorganicen los currículos de manera tal que puedan valorarse las competencias y las habilidades que se consideran más esenciales, tales como la lectura, la escritura, el razonamiento lógico y el pensamiento creativo. “Los equipos pedagógicos deberán tener buen criterio y perspicacia para ahondar en esas competencias y lograr que los alumnos sigan aprendiendo y no se queden rezagados. Otra tarea importante consiste en propiciar una búsqueda activa de los alumnos, porque hay una marcada tendencia a la deserción escolar y al abandono a partir de los 15 años de edad”. Guimarães de Castro dice que la situación es diferente en la red de escuelas particulares. “Hay estudios que demuestran que estas han logrado promover la enseñanza a distancia en forma efectiva, pero eso ahora podremos saberlo mejor, a medida que vayan retornando a las actividades presenciales”, dice.

Varias escuelas privadas han contratado servicios de consultoría de hospitales para el desarrollo de protocolos de regreso a las clases. El Hospital Israelita Albert Einstein, de São Paulo, está brindando asesoría a 20 escuelas, algunas con varias unidades, adaptando las medidas de higiene y distanciamiento social a la estructura física de los colegios y capacitando a docentes y al personal no docente. En tanto, hay informes de colegios privados que reabrieron en octubre pero tuvieron que suspender las clases luego de registrar casos del nuevo coronavirus. Uno de ellos, el Graded School, en el distrito paulistano de Morumbi, envió un comunicado a los padres de los alumnos advirtiendo que días antes, cientos de estudiantes de enseñanza media habían participado en fiestas y eventos con gran concentración de personas, poniendo en riesgo el esfuerzo de la escuela para garantizar un ambiente seguro.

Las universidades públicas se están organizando para el regreso. La mayoría de las federales mantuvo sus actividades esenciales, pero interrumpieron las clases durante el primer semestre, retomándolas en forma virtual en el segundo. En tanto, las universidades estaduales de São Paulo ofrecieron clases online al comienzo de la pandemia y desde septiembre vienen promoviendo un retorno gradual de su personal. La Unicamp, por ejemplo, condicionó el calendario de retorno a la evolución de la pandemia en el estado. Con la remisión de los casos, a partir de octubre el 20 % de los trabajadores comenzaron a regresar a sus actividades presenciales cada dos semanas. La oferta de asignaturas prácticas que no pudieron impartirse en forma virtual está programada para enero. “Creamos 10 grupos de trabajo para debatir sobre los distintos aspectos que contempla la reanudación y eso dio como resultado una estrategia gradual para un retorno seguro”, dice José Antonio Rocha Gontijo, jefe de gabinete del rectorado de la Unicamp y docente de la Facultad de Ciencias Médicas de esta universidad.

Se determinó que el personal que reanude sus actividades debe someterse al test de diagnóstico del covid-19 antes de su regreso al campus y estará obligado a responder preguntas diarias acerca de su estado de salud por intermedio de una aplicación. En caso de presentar síntomas, se eximirá a los trabajadores de sus tareas y se los animará a buscar ayuda. Ya se han realizado casi 3 mil test, y hasta ahora se han registrado solamente 10 casos positivos. Hacia finales de noviembre, el ritmo del regreso se aplacó debido al aumento de la cantidad de casos en la región de Campinas. “La situación se ha agravado y necesitamos algo de tiempo para evaluar lo que va a ocurrir”, dice Gontijo. La Universidad de São Paulo (USP), que también concibió un plan de retorno gradual, anunció en noviembre que el regreso del personal dejará de ser obligatorio frente al incremento de los casos en el estado de São Paulo.

La posibilidad de que estalle una segunda ola de la pandemia y esto ponga en peligro el lento regreso a las aulas preocupa a los educadores. “En las escuelas se desarrollan las políticas públicas esenciales para garantizar el futuro de niños y jóvenes, y no pueden permanecer cerradas por más tiempo”, dice Maria Helena Castro. “Si fuera menester cumplir una nueva cuarentena, que se cierren los bares y los shoppings, pero no las escuelas”.

 

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