En una “crónica de saudades”, publicada em 1961 en el periódico Correio da Manhã, el poeta oriundo de Minas Gerais, Carlos Drummond de Andrade (1902-1987), describió a su amigo Edgard Roquette-Pinto (1884-1954) como un hombre que “amaba su tierra y deseaba servir a su pueblo”. Este reconocimiento era un tributo al empeño puesto por el intelectual carioca para la creación, en 1923, de la Rádio Sociedade, la primera emisora del país, que luego sería transferida al Ministerio de Educación bajo el nombre de Radio MEC. No obstante, décadas antes de consagrarse como uno de los pioneros de la radiodifusión en Brasil, Roquette-Pinto se dedicó a la investigación científica, alternando entre áreas tales como la medicina, antropología y museología, dejando un legado en el estudio de las culturas aborígenes y para el afianzamiento del audiovisual como herramienta de divulgación de la ciencia.
Las obras que publicó a principios del siglo XX revelan un perfil científico multifacético, tal como lo expresa su nieto y biógrafo, el periodista Cláudio Bojunga, al decir: “La personalidad de mi abuelo estaba marcada, simultáneamente, por la versatilidad y la profundidad”. Esos rasgos, dice Bojunga, explican la trayectoria ecléctica desde sus días de estudiante en la Facultad de Medicina de Río de Janeiro (que hoy en día es una de las unidades que componen la Universidad Federal de Río de Janeiro). Su tesina de finalización de carrera aborda las prácticas de la medicina indígena.
“Es toda una sorpresa cuando nos ponemos a pensar que un médico, con toda la jerarquía que se le atribuye a su función, se haya puesto a estudiar tales técnicas de curación, equiparando el estatus médico con esos procedimientos que, en aquella época, eran considerados primitivos”, dice la antropóloga Rita de Cássia Melo Santos, de la Universidad Federal de Paraíba (UFPB). “Si bien no renunció a esa caracterización, Roquette-Pinto elaboró una alteridad relativa al respecto de esas poblaciones, al reconocer ciertas fases evolutivas de las funciones médicas en los rituales indígenas”, explica Melo Santos, autora del libro No coração do Brasil: A expedição de Roquette-Pinto à serra do Norte (editorial Museo Nacional, 2020).
Su interés por la antropología surgió en las clases de fisiología que impartía el médico Augusto Brant Paes Leme (1862-1943). “Parte de esas clases abordaban temas antropológicos, particularmente el estudio de las razas humanas”, dice Santos. Hasta las primeras décadas del siglo XX, la antropología era muy diferente de lo que es en la actualidad. “Era una disciplina hermana de la medicina”, comenta el historiador Vanderlei Sebastião de Souza, de la Universidad Estadual del Centro-Oeste (Unicentro), en el estado de Paraná. “Los estudios del área eran realizados principalmente por médicos, biólogos y naturalistas. En aquella época, se practicaba una antropología física, que estaba abocada al estudio del proceso evolutivo humano y estaba fuertemente anclada en las ideas del determinismo racial”, dice De Souza, estudioso de la obra de Roquette-Pinto.
En 1905, recién graduado, el joven médico entró por concurso como asistente en el Departamento de Antropología, Etnología y Arqueología del Museo Nacional de Río de Janeiro. Se mantuvo en la institución durante tres décadas y ocupó el cargo de director, entre 1926 y 1935. En sus primeros años en el museo fue cuando Roquette-Pinto se aficionó por las expediciones etnográficas.
Su primer trabajo de campo lo llevó a cabo en las costas de Rio Grande do Sul, estudiando los sambaquíes o concheros, grandes montículos formados por conchas marinas, huesos de animales y otros restos arqueológicos. Al llegar a los sambaquíes, fue sorprendido por la destrucción que presentaban casi todos los yacimientos que iba a investigar. “Entonces compensó la ausencia del objeto de estudio realizando una descripción del territorio”, dice Santos. El antropólogo Luís de Castro Faria (1913-2004) se refirió a ese como un trabajo etnográfico “de una factura literaria admirable”, porque retrataba con minuciosidad no solo los paisajes, sino las condiciones de navegabilidad de los ríos, el formato de construcción de las viviendas y las técnicas de pesca artesanal.
Los apuntes que surgieron de esa expedición proporcionaban pistas sobre su desempeño posterior en el área de la antropología. En el marco de la antropología física, el interés principal de los investigadores de aquella época era el estudio de las características antropométricas de los “pueblos primitivos”, alejados de la “civilización”. Se realizaban mediciones de los huesos y cráneos con el propósito de entender las diferencias entre las razas humanas.
“En ese período, la raza era considerada un concepto biológico válido para los seres humanos y se creía que ellas se diferenciaban por sus aspectos físicos y mentales. El cruzamiento entre individuos de razas distintas se consideraba perjudicial”, explica el antropólogo Ricardo Ventura Santos, de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz) y del Museo Nacional, en Río de Janeiro. Según esa perspectiva, el mestizaje implicaba una degeneración.
Aunque la obra antropológica de Roquette-Pinto se vio influenciada, en cierta medida, por ese punto de vista biológico, él se distanció de las teorías racistas que habían difundido naturalistas como el francés Arthur de Gobineau (1816-1882).
Fue en el libro intitulado Rondônia: Antropologia-etnografia (1917), considerado como su principal trabajo científico, donde el investigador plasmó un concepto contrario al determinismo racial extremo presente en la antropología brasileña. “En varios tramos de la obra él se refiere a la antropología como un esfuerzo por comprender cuestiones más profundas vinculadas a la experiencia humana”, dice Ventura.
Esa obra es fruto de la participación de Roquette-Pinto en la Comisión Rondon, en 1912. En las expediciones que organizaba el mariscal Cândido Rondon (1865-1958), participaban botánicos, zoólogos y otros científicos, que estudiaban la fauna y la flora de los lugares que recorrían y realizaban estudios etnográficos de la cultura material de los pueblos nativos. En el libro, la noción de raza está presente, pero no está limitada a la perspectiva biológica. “Roquette-Pinto también tuvo en cuenta los aspectos sociales, los hábitos y costumbres de etnias tales como los Nambiquara, de Mato Grosso”, resalta Ventura. “Él sostenía que, junto con los atributos biológicos, la dimensión social ayudaba a comprender mejor las capacidades y potencialidades de una raza”.
Con la misma lógica, Roquette-Pinto no aceptaba la hipótesis que afirmaba que los males de Brasil eran una consecuencia de la mezcla de razas, dice De Souza. “Él se opuso al determinismo biológico presente en los circuitos intelectuales de los comienzos del siglo XX”. Por ende, el mestizaje de razas y la presencia de aborígenes y africanos en la conformación de Brasil no interferían en el desarrollo del país. “La causa del atraso brasileño”, decía él, “era la ausencia de políticas públicas en áreas tales como la higiene, la vivienda, la salud y la educación”. De Souza recuerda la frase célebre de Roquette-Pinto: “El problema de Brasil es la enfermedad, no la raza”.
El contacto con la eugenesia
En 1929, Roquette-Pinto publicó su obra Nota sobre os tipos antropológicos, en la que sostiene que ninguno de los tipos presentes en la población “brasiliana” –término que prefería en lugar de “brasileña”– presentaba ningún estigma de degeneración antropológica. A partir de entonces, se erige como una figura preponderante en los debates al respecto de la migración, oponiéndose a las políticas de estímulo a la inmigración europea con el propósito de “blanquear” a la población de Brasil.
Su trabajo fue presentado en el marco del Primer Congreso Brasileño sobre Eugenesia, que se llevó a cabo en Río de Janeiro y fue presidido por él. El concepto de eugenesia propone que hay razas o individuos superiores a otros, basándose en los principios de la herencia genética. “A primera vista, su participación en un encuentro sobre este tema parece una contradicción”, reconoce Souza. “No obstante, él simpatizaba con la eugenesia, porque creía en la posibilidad de perfeccionamiento del ser humano, independientemente de la raza”.
La eugenesia preconizada por Roquette-Pinto se vio influenciada por el redescubrimiento, en 1900, de las obras publicadas por el monje austríaco Gregor Mendel (1822-1884), en 1865. Científicos de diversas nacionalidades se volcaron a estudiar la herencia y las variables genéticas en especies animales y vegetales. Los eugenistas más radicales se apropiaron de los estudios de Mendel y empezaron a sostener que era posible promover el perfeccionamiento del ser humano estimulando la reproducción entre parejas supuestamente más sanas, resalta De Souza. Roquette-Pinto dejó de escribir sobre la eugenesia cuando notó el avance de una corriente más radicalizada, que difundía ideas racistas e higienistas, liderada por el médico paulista Renato Kehl (1889-1974), que fundó la Sociedad Eugenésica de São Paulo.
“Roquette-Pinto estaba enterado del surgimiento de una antropología antirracista en Estados Unidos y en Europa”, comenta Rita Santos, de la UFPB. El antropólogo brasileño tenía afinidad con su colega germano-estadounidense Franz Boas (1858-1942), con quien compartía la crítica al determinismo racial. Por su parte, el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss (1908-2009) declaró que su interés por los pueblos tradicionales de la Amazonia se había suscitado luego de leer Rondônia. En su libro Tristes trópicos, de 1955, Lévi-Strauss hace referencia al “encantador libro del fallecido Roquette-Pinto”
Su inserción en la antropología no lo hizo apartarse por completo de la medicina. “Dictaba clases en la Facultad de Medicina y enseñaba historia natural en la Escuela Normal del Distrito Federal, que en ese entonces era Río de Janeiro”, relata Ventura. En la década de 1920 impartió un curso de fisiología en la Universidad Nacional de Asunción, en Paraguay.
Fue la experiencia vivida en la Comisión Rondon lo que despertó en Roquette-Pinto su pasión por el cine educativo y la radiodifusión. Durante la expedición de 1912, el antropólogo tomó registros fotográficos y sonoros de los nambiquaras. “Estaba muy interesado en la tecnología, porque vislumbraba en ella a una aliada para la archivología y la divulgación del conocimiento y, por eso, creó la filmoteca del Museo Nacional”, dice la científica de la información Alice Ferry de Moraes, investigadora de la Fiocruz.
En 1916, el antropólogo formó parte del grupo integrado por 27 científicos que fundaron la Academia Brasileña de Ciencias (ABC), que a partir del decenio de 1920 comenzó a apoyar iniciativas de educación científica. “Fue en ese contexto que el investigador convenció a la ABC de la compra de equipos para montar la Rádio Sociedade, de Río de Janeiro”, explica Ferry de Moraes. La emisora, fundada en 1923, tenía programas de literatura, música clásica y ciencia.
Un año antes, en el marco de las exposiciones para celebrar el Centenario de la Independencia, en Río, conoció a un estadounidense que lo introdujo en la tecnología de la radio. En su casa, Roquette-Pinto tenía una habitación llena de baratijas. Allí consiguió montar una precaria estación de radio experimental para saber cómo funcionaba en la práctica una emisora.
Años después, en 1932, el antropólogo se unió al Movimiento de Renovación Educativa de Brasil y fue uno de los firmantes, junto a otros 26 intelectuales, del Manifiesto de los Pioneros de la Nueva Educación. El documento, redactado por el educador Fernando de Azevedo (1894-1974), enarbolaba las banderas de la educación pública, obligatoria y gratuita. Un decreto promulgado ese mismo año por el presidente, Getúlio Vargas (1882-1954) dispuso la creación de un organismo dedicado al cine educativo. “Basándose en esa decisión política, Roquette-Pinto elaboró el proyecto que dio lugar a la creación del Instituto Nacional del Cine Educativo [Ince], en 1936”, relata Ferry de Moraes.
Bajo la tutela del Ince se produjeron más de 400 filmes educativos, de los cuales 357 fueron dirigidos por el cineasta mineiro Humberto Mauro (1897-1983). “No había ningún tema que no se convirtiera en película: folclore, servicios de alcantarillado, astronomía tuberculosis, tecnologías sanitarias y muchos otros por el estilo”, dice Ferry de Moraes. El antropólogo estuvo al frente del Ince entre 1937 y 1947 (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 271).
En 1936, Roquette-Pinto le devolvió la concesión de Rádio Sociedade al gobierno federal, debido a las dificultades económicas para mantenerla. El antropólogo elevó la petición al ministro de Educación, Gustavo Capanema (1900-1985), quien convenció a Vargas de que aceptara la radio, que fue rebautizada como Radio MEC. Según su amigo Carlos Drummond de Andrade, en la ceremonia que oficializó la cesión, Roquette-Pinto le habría dicho a Capanema: “Le entrego esta radio con la misma emoción que sentiría si se casara una hija mía”.
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