La sensación de alivio de los residentes en el Reino Unido al recibir la primera dosis de una vacuna contra el nuevo coronavirus a comienzos del mes de diciembre no es fruto solamente de una carrera vertiginosa para hallar una forma de detener el avance de la pandemia que signó al año 2020. Con base en una tecnología que utiliza la acción de las moléculas de ARN mensajero sintetizadas en laboratorio para estimular una respuesta inmunológica específica contra el virus Sars-CoV-2, los dos agentes inmunizantes con mejores resultados en los ensayos con seres humanos, ambos con alrededor de un 95 % de eficacia, inauguraron la era de las así llamadas vacunas genéticas. Son productos que han sacado provecho de años de trabajo científico, con aciertos y errores, y de las inversiones efectuadas en dos startups que ya suman cierto tiempo en el área de la biotecnología: la alemana BioNTech, fundada en 2008 por un matrimonio de médicos de ascendencia turca, que se asoció con la gigante y centenaria compañía farmacéutica Pfizer, de Estados Unidos, para desarrollar su vacuna contra el Sars-CoV-2; y la estadounidense Moderna, creada en 2010 en Cambridge, una ciudad del estado de Massachusetts vecina a Boston.
– La estrategia para la aprobación
– Los desafíos de la distribución
– El riesgo de las mutaciones
Antes de la eclosión de los primeros casos de covid-19, estas pequeñas empresas aún no habían lanzado ningún producto al mercado, pero venían trabajando con el uso del ARN mensajero en sus investigaciones para el desarrollo de vacunas contra otras enfermedades. Con el advenimiento de la pandemia, ellas supieron reencauzar rápidamente sus esfuerzos y redoblaron su apuesta por la tecnología mencionada, enfocándose entonces en la búsqueda de un inmunizante eficaz contra la infección causada por el nuevo coronavirus. Aunque todavía es demasiado pronto para predecir el impacto de las vacunas en el control de la pandemia, la estrategia parece haber sido exitosa. Ahora, estas vacunas y otras que están por venir podrían resultar decisivas para ayudar a controlar una de las mayores pandemias de la historia, que ya ha afectado a unos 70 millones de personas y se ha cobrado la vida de 1,6 millones de habitantes del planeta.
Durante sus primeros cinco años, BioNTech –fundada por el oncólogo Ugur Sahin, que hoy tiene 55 años de edad, y la inmunóloga Ozlem Türeci, de 53– le dio prioridad a la producción de conocimientos científicos. No lanzó ningún producto al mercado, pero publicó alrededor de 150 artículos científicos. El campo prioritario de la labor de investigación inicial de la empresa era el desarrollo de un medicamento personalizado, centrado en tratamientos de base genética contra el cáncer. En 2013, amplió el enfoque e incluyó a otras enfermedades en la planificación estratégica de la compañía. La empresa de la pareja de investigadores también comenzó a invertir en plataformas biotecnológicas basadas en el ARN mensajero. Desde 2018, la empresa alemana mantiene una colaboración con Pfizer. La cooperación original se estableció apuntando a la producción conjunta de una vacuna contra la gripe basada en la tecnología del ARN mensajero. Con la eclosión de la pandemia, los esfuerzos fueron rápidamente reencauzados hacia el desarrollo de una vacuna contra el covid-19. “Desde nuestros comienzos, hace 12 años, BioNTech ha sido una empresa deficitaria, ya que invertimos más de mil millones de dólares en el desarrollo de nuestra plataforma de tecnología del ARN mensajero”, dijo Ryan Richardson, jefe de estrategia de la empresa, en una conferencia del periódico británico Financial Times, realizada en 2020.
La empresa alemana es pequeña y actualmente cuenta con 1.300 empleados. Hasta hace poco era relativamente desconocida. Su socia en el desarrollo de la vacuna contra el covid-19, Pfizer, se encarga de llevar a cabo los ensayos globales y de la producción y distribución del inmunizante a gran escala. El éxito de la vacuna creada por BioNTech, cuya sede se encuentra en la ciudad de Maguncia, a orillas del Rin, puede ilustrarse con un número. Entre octubre de 2019, cuando las acciones de la compañía germana comenzaron a cotizar en la bolsa Nasdaq de Nueva York, y octubre de 2020, el valor de sus títulos creció casi un 260 %. Hoy en día, la startup está valuada en 3.400 millones de dólares.
Antes de fundar BioNTech, Sahin y Türeci –ambos hijos de inmigrantes turcos que se conocieron en la Universidad del Sarre– ya habían tenido éxito con otra empresa de biotecnología: Ganymed, creada en 2001, el año en el que contrajeron matrimonio. Según la prensa alemana, tan pronto como se casaron, regresaron a trabajar al laboratorio. La meta de la compañía, cuyo nombre proviene de una expresión turca que puede traducirse como “beneficios económicos trabajando duramente”, consistía en erigirse como pionera en el desarrollo de terapias con anticuerpos monoclonales contra el cáncer. En 2016, Ganymed, empresa que la pareja de científicos administró durante ocho años en simultáneo con BioNtech, fue vendida a la compañía farmacéutica japonesa Astellas por 1.400 millones de dólares. La firma era una spin-off de la Universidad de Maguncia, en Alemania, y de la Universidad de Zúrich, en Suiza. Los hermanos gemelos Thomas y Andreas Strüngmann, conocidos inversores del segmento de la biotecnología, fueron los accionistas principales de Ganymed y, posteriormente, de BioNTech.
Un recorrido tecnológico similar ha seguido Moderna, empresa que trabaja en el desarrollo de la vacuna contra el covid-19 asociada con científicos del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas (Niaid, por sus siglas en inglés), de Estados Unidos. Con alrededor de 800 empleados, la startup de Massachusetts, que hoy en día tiene nueve vacunas en desarrollo contra diversas enfermedades, comenzó incluso antes que su competidora alemana, en el mes de marzo, con los test de la fase I en humanos de su candidata a vacuna contra el nuevo coronavirus. En la fase III, los ensayos también lograron una eficacia del 95 %, un porcentaje similar al del producto de BioNTech/Pfizer.
“Tanto Moderna como BioNTech aprovechan los descubrimientos que se hicieron en la estabilización del ARN mensajero y en la disminución de la inflamación que promueve cuando se lo inyecta en los seres humanos”, dice el inmunólogo Jorge Kalil, de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo (FM-USP). Según él, cuando surgió el covid-19, esas dos empresas fueron diligentes para utilizar la metodología con la que ya venían trabajando desde hacía un tiempo para producir candidatas a vacunas contra el nuevo coronavirus. “Ellas aunaron conocimientos, fueron astutas y se vieron beneficiadas por un golpe de suerte. Vislumbraron que la metodología funcionaba e inmediatamente iniciaron los ensayos clínicos”, dice el inmunólogo. En opinión del inmunólogo de la USP, también hay otro factor que explica el éxito momentáneo de las vacunas de ARN mensajero: “Puede fabricárselas más rápido que las que se elaboran siguiendo los métodos tradicionales. Sucede que el tramo del ARN viral relevante se obtiene mediante un proceso de síntesis química”. No se necesita manipular el virus de la enfermedad, sino que tan solo hay que producir el segmento de ARN que expresa la proteína que desencadena la respuesta del sistema inmunlógico. En el caso del Sars-CoV-2, la proteína spike, que le permite al virus penetrar en las células del hospedador.
Hasta comienzo de este siglo no se había podido lograr que el ARN mensajero produjera una proteína determinada cuando se lo inyectaba en un organismo vivo. La molécula con las instrucciones para la producción de la proteína era inestable y las células de defensa animales las destruían con facilidad. En 2005, una serie de artículos científicos empezó a divulgar el conocimiento adquirido sobre los mecanismos que dotaban de mayor estabilidad a la estructura del ARN cuando la molécula se inoculaba en el tejido muscular animal en el marco de los test de laboratorio. El ARN mensajero podía empaquetarse en pequeñas partículas y, siendo así, no se degradaba en el torrente sanguíneo. En el interior del cuerpo humano, el fragmento de material genético sintético, ahora estabilizado, estimula al propio organismo a sintetizar la proteína que codifica. Como esta proteína es idéntica a la del virus causante de la infección (en este caso, el Sars-CoV-2), el organismo desencadena la producción de anticuerpos contra esa proteína. Así pues, cuando el coronavirus efectivamente invade al organismo vacunado, el individuo ya dispone de un ejército de células listas para enfrentarlo.
En ese momento, los resultados positivos relativos a la estabilización del ARN mensajero llamaron la atención de algunos investigadores. Entre ellos, la pareja que luego crearía BioNTech y al biólogo canadiense Derrick Rossi, quien en 2010 sería uno de los fundadores de Moderna (que en 2014 se desvinculó de la empresa por desavenencias con otros socios). Desde el principio, la startup estadounidense se centró en la tecnología del ARN mensajero. Dos años después de su creación, la empresa recibió una inversión de 40 millones de dólares provenientes de fondos de capital destinados al área de la biotecnología. El gigante sueco-británico AstraZeneca –que optó por otra tecnología (basada en el uso de adenovirus) para el desarrollo de sus posibles vacunas contra el covid-19 y se asoció con la Universidad de Oxford, en el Reino Unido–, invirtió 240 millones de dólares en Moderna en el año 2012 para el desarrollo de productos biotecnológicos con base en el ARN mensajero. Hasta ahora, sin embargo, Moderna no ha sacado esos productos al mercado. En los últimos años, los ejecutivos de esta empresa adoptaron una política agresiva mediante la cual pudieron captar millones de dólares para sus proyectos. En 2020, por medio de la Operación Warp Speed, el gobierno estadounidense invirtió alrededor de 2.500 millones de dólares en la vacuna de la startup contra el covid-19.
“De hecho, pese a que no conocemos en detalle ni a BioNTech ni a Moderna, podemos decir que sacaron provecho del momento en que las cosas ocurrieron”, dice el infectólogo Esper Kallás, de la FM-USP, que participa en Brasil de las pruebas de una vacuna contra el dengue cuyo desarrollo lo lleva adelante el Instituto Butantan. “Para mí, fue algo más que mera suerte. Hace bastante tiempo que esas empresas venían trabajando en la plataforma del ARN, que hasta hace poco, tan solo era una promesa”.
En el mundo existen varios otros grupos de investigación y startups abocados a hacer frente al coronavirus. Por el momento, los dos inmunizantes más prometedores, las vacunas de Moderna y de BioNTech/Pfizer, prueban que la inversión permanente y sostenida rinde dividendos, si bien queda claro que el proceso de maduración de los proyectos puede ser largo y está sujeto a fracasos. “La propia vacuna de AstraZeneca/Oxford, que también estuvo lista rápidamente, utiliza como vector un adenovirus de chimpancé. Esta tecnología ya se estaba estudiando en el desarrollo de vacunas contra otras enfermedades, tales como el zika y el ébola”, dice Kalil, de la USP. Empero, al igual que en el caso de las investigaciones con el ARN mensajero, la pandemia modificó los planes de todos.
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