Investigaciones recientes han puesto a México en el centro del debate al respecto del arribo del ser humano moderno al continente americano, con repercusiones que podrían ser beneficiosas para aumentar la visibilidad y el prestigio internacional de ciertos yacimientos arqueológicos brasileños, tales como los de los estados de Piauí y Mato Grosso. Según dos artículos publicados al final del mes de julio en la revista científica Nature, uno de ellos con la participación de investigadores de la Universidad de São Paulo (USP), los artefactos de piedra tallada hallados en la Cueva del Chiquihuite, en el estado de Zacatecas, en el centro-norte de México, indican que el Homo sapiens ya estaba ahí hace alrededor de 33 mil años, antes incluso del comienzo del Último Máximo Glacial (UMG). Ese período, comprendido entre 26.500 y 19 mil años atrás, constituye el intervalo de tiempo que se prolongó durante la glaciación más reciente, cuando los glaciares alcanzaron su mayor extensión en el globo terrestre. Los estudios sugieren que la ocupación del continente por grupos humanos podría remontarse a más del doble del tiempo que postulaban las teorías tradicionales.
Si bien en el transcurso de las últimas décadas se la ha puesto en duda cada vez más, la hipótesis históricamente dominante de la arqueología estadounidense sostiene que la primera cultura establecida en el continente habría sido la de Clovis, preservada en yacimientos arqueológicos de alrededor de 13 mil años de antigüedad, donde abundan las puntas de lanza bifaciales, localizados en el estado de Nuevo México (EE. UU). Antes de los hallazgos recientes en México, el sitio arqueológico de Monte Verde, en Chile, apuntaba una presencia humana en el continente hace más de 18 mil años, y los yacimientos de la Serra da Capivara, en Piauí, y de Santa Elina, en Mato Grosso, registraban industria lítica, es decir, rocas modificadas por manos humanas datadas, como mínimo, en 20 mil años (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 264). “Estos trabajos en México corroboran lo que se sabe de los enclaves brasileños que datan de la misma época”, dice la arqueóloga brasileña Águeda Vialou, del Museo Nacional de Historia Natural de Francia, quien, junto a su marido, el arqueólogo francés Denis Vialou, y otros colaboradores, realizó excavaciones en el refugio de Santa Elina, ubicado a unos 80 kilómetros al noroeste del municipio de Cuiabá.
Uno de los estudios publicados en Nature da cuenta de más de 1.900 artefactos líticos (puntas, hojas o láminas y lascas o astillas), aparentemente tallados por manos humanas, que se hallaron en un yacimiento arqueológico ubicado a 2.700 metros sobre el nivel del mar en el estado mexicano de Zacatecas, la Cueva del Chiquihuite. Según los autores del artículo, esas piezas (y en forma menos evidente, vestigios de plantas, animales y hogueras) indican que el emplazamiento habría sido ocupado en forma intermitente entre 30 mil y 13 mil años atrás. “La cueva habría sido utilizada como refugio de invierno o verano por distintas poblaciones, no como morada fija”, dice en una entrevista concedida a Pesquisa FAPESP el arqueólogo Ciprian Ardelan, de la Universidad Autónoma de Zacatecas y de la Universidad de Exeter, en el Reino Unido, autor principal del artículo. “Allí dentro la temperatura es constante, de alrededor de 12 grados Celsius [ºC], independientemente de las condiciones externas”. En Chiquihuite no se encontraron huesos ni ADN humano.
La caverna, en la que se realizaron excavaciones por primera vez en 2012 y más recientemente entre 2016 y 2017, provee indicios de grupos humanos que habrían habitado esa región montañosa antes, durante y después del UMG. De acceso difícil, actualmente el sitio está bajo dominio de narcotraficantes. Ardelean y sus colegas reconocen que la presencia de nativos americanos en la cueva no habría sido frecuente antes del UMG (hallaron pocos artefactos líticos con edades superiores a 26.500 años), pero refieren que las evidencias de una ocupación muy antigua son consistentes. Se realizaron 49 dataciones de sedimentos, huesos de animales y carbones de hogueras hallados en el interior del refugio.
La arqueóloga británica Jennifer Watling, investigadora responsable del proyecto contemplado en un programa Joven Investigador de la FAPESP en el Museo de Arqueología y Etnología (MAE) de la USP, es una de los 28 coautores del estudio, junto al paleoecólogo Paulo Eduardo de Oliveira, del Laboratorio de Micropaleontología del Instituto de Geociencias (IGc) de la USP, y de la palinóloga Vanda Brito de Medeiros, cuyo doctorado dirigió Oliveira. El trío de investigadores de la institución paulista llevó a cabo la reconstitución de las plantas que habrían existido o que fueron introducidas en la caverna a partir de rastros de polen y fitolitos, estructuras microscópicas compuestas por dióxido de silicio, que perduran como vestigios de especies vegetales del pasado. Además de fitolitos más oscurecidos que lo habitual (un indicio de que el refugio puede haber sido escenario de hogueras), la cueva contenía restos de palmeras. Se trata de una planta que los seres humanos consideran muy útil y difícilmente haya llegado a ese refugio por medios naturales. “En la actualidad hay muy pocas palmeras en esa región. Podemos asumir que en una época más fría, el hábitat de esas plantas se hallaba aún más lejos”, comenta Watling.
Los autores del estudio en México evitan especular cuáles serían los pueblos que pasaban temporadas en la caverna, de dónde venían o hacia dónde se dirigían. El segundo estudio publicado en Nature aporta algunas hipótesis sobre ese asunto. En ese trabajo, se efectuó un análisis estadístico a partir de las dataciones obtenidas en 42 yacimientos arqueológicos de América del Norte (incluso en la cueva de Zacatecas) y de la antigua Beringia, el puente terrestre que conectaba a Siberia, en Rusia, con Alaska, en Estados Unidos (hoy en día equivalente al estrecho de Bering). El conjunto de sitios arqueológicos proporcionó una cronología aproximada acerca de la ocupación de diferentes partes de la región y también apunta la presencia de grupos humanos antes, durante y después del UMG, o sea, hace al menos 30 mil años.
Pero la presencia humana solamente habría cobrado mayor fuerza después de un pronunciado cambio climático. América del Norte habría sido poblada por completo hace solo 15 mil años atrás, cuando las temperaturas aumentaron hacia el final de la Edad del Hielo. “Hubo tres grandes culturas que trabajaban la piedra que en aquella época se expandieron de manera casi sincronizada: la cultura de Clovis, la de Beringia y la Occidental, en la costa oeste”, explica la arqueóloga chilena Lorena Becerra-Valdivia, de la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Australia, y de la Universidad de Oxford, en el Reino Unido, autora principal del estudio. Sin embargo, los artefactos de piedra hallados en la cueva mexicana no parecen guardar relación con ninguna de esas tres culturas líticas. Antes del hallazgo en la Cueva del Chiquihuite, tan solo un yacimiento arqueológico de América del Norte, las Cuevas de Bluefish, en Canadá, contenía evidencias, aunque bastante controvertidas, de ocupación humana hace alrededor de 24 mil años: miles de huesos rotos de animales y algunas piezas de lo que habría sido una industria lítica.
Según Becerra-Valdivia, la expansión de la población en América del Norte hace unos 15 mil años podría haber contribuido a la desaparición de distintas especies características de la megafauna, tales como los mamuts y algunas especies de camélidos y caballos, si bien que no puede descartarse la influencia de los cambios climáticos. “Nuestro trabajo sugiere que las dispersiones iniciales de grupos humanos por el continente ocurrieron en un período entre 57 mil y 29 mil años atrás, cuando Beringia se hallaba completa o parcialmente debajo del agua”, explica la arqueóloga. Si esta hipótesis fuera correcta, cobra aún mayor importancia la teoría alternativa que plantea que las primeras oleadas de Homo sapiens habrían ingresado a América del Norte por la costa del Pacífico, descendiendo luego por el litoral del continente. No es una teoría que pueda comprobarse con facilidad, dado que el nivel del mar creció y los yacimientos arqueológicos de esa ruta costera estarían sumergidos bajo las aguas del océano.
Los yacimientos arqueológicos que no conservan esqueletos humanos bien preservados, que puedan ser datados de manera directa, casi siempre son objeto de polémicas. Esta situación es casi una regla cuanto más se retrocede en el tiempo. En estos casos, los investigadores recurren a dataciones indirectas de la presencia humana. En general, montan una cronología de ocupación a partir de la edad de los estratos geológicos en donde se hallaron objetos que habrían sido modificados por manos humanas, tales como utensilios de piedra y huesos de animales, o bien datan vestigios orgánicos de dicha ocupación, tales como hogueras de origen antrópico o excrementos y residuos típicos, producto de su vida cotidiana. La zona de Serra da Capivara, por ejemplo, en el estado Piauí, donde abundan las pinturas rupestres, contiene esqueletos humanos, pero el más antiguo, apodado Zuzu, no supera los 10 mil años, mientras que la industria lítica apuntaría una presencia humana mucho más antigua.
Por su parte, al igual que los brasileños, algunos investigadores del exterior también reconocen que el interés por los yacimientos arqueológicos de América del Sur podría renovarse, sobre todo aquellos radicados por encima de la línea del ecuador, luego de las evidencias que surgen de los hallazgos en la cueva de Zacatecas. “Seis sitios arqueológicos brasileños que datan de hace más de 20 mil años, cinco de ellos en el estado de Piauí y uno en el centro de Mato Grosso [el refugio de piedras Santa Elina], pese a haber sido hábilmente excavados y analizados, suelen ser cuestionados o simplemente ignorados por la mayoría de los arqueólogos que los consideran demasiado antiguos para ser reales”, escribe Ruth Gruhn, docente emérita del Departamento de Antropología de la Universidad de Alberta, en Canadá, en un artículo de opinión que también salió publicado en julio en la revista Nature. “Los hallazgos en la Cueva del Chiquihuite aportarán nuevas perspectivas para este tema”.
El arqueólogo Eduardo Góes Neves, del MAE-USP, quien no participó en los estudios publicados en Nature, resalta que las evidencias provenientes de la cueva mexicana, al igual que las halladas en Piauí, Mato Grosso y en otros enclaves, arrojan luz sobre otro problema relacionado con el proceso de ocupación del continente americano. “Los estudios genéticos apuntan cronologías más recientes para el arribo del hombre a América, con una antigüedad máxima de 18 mil años”, comenta Góes Neves, experto en arqueología amazónica. Desde su óptica, ese desfasaje entre lo que indica la arqueología y lo que señala la biología molecular podría explicarse de dos maneras. “O las técnicas moleculares todavía deben perfeccionarse, o bien las poblaciones antiguas no dejaron un registro genético visible en las poblaciones contemporáneas”, dice el arqueólogo.
Artículos científicos
ARDELEAN, C. F. et al. Evidence of human occupation in Mexico around the Last Glacial Maximum. Nature. 22 jul. 2020.
BECERRA-VALDIVIA, L. e HIGHAM, T. The timing and effect of the earliest human arrivals in North America. Nature. 22 jul. 2020.