Equipos internacionales aplican ocho técnicas y generan 150 posibles vacunas contra el covid-19 en seis meses
Léo Ramos Chaves
Según las cifras oficiales, en solo seis meses, la pandemia de covid-19 ha dejado medio millón de muertos y una cantidad 20 veces mayor de personas infectadas en todo el mundo, algo que en la mayoría de los casos configura un cuadro incompleto de la realidad. Sin un tratamiento farmacológico de probada eficacia para los casos más graves de la enfermedad, que requieren la internación en las Unidades de Terapia Intensiva (UTIs) y el uso de ventiladores artificiales para permitir que los pacientes respiren, las medidas de higiene personal y el aislamiento social, pese al enorme costo económico del cese de actividades y del confinamiento, siguen siendo la única forma disponible de detener o frenar el avance del virus Sars-CoV-2. Una vacuna segura y eficaz contra el nuevo coronavirus –un patógeno desconocido para la humanidad hasta el final de diciembre del año pasado, cuando se registraron los primeros casos de la enfermedad en China– podría alterar este panorama y permitir la reanudación de las actividades de una manera más segura.
La buena noticia indica que, a partir de ocho plataformas o técnicas diferentes de creación de agentes inmunizantes, la investigación médica internacional, con la participación de brasileños, desarrolló en un tiempo récord casi 150 posibles vacunas contra el covid-19 (véase el recuadro). Hasta el 29 de junio, según un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS), 17 de estos candidatos a un inmunizante comercial habían ingresado en la última y más difícil etapa que deben superar antes de su aprobación por los organismos reguladores: los denominados ensayos clínicos, que se dividen en tres fases, cuya complejidad y exigencia son crecientes.
En esta etapa final, se administran distintas fórmulas a una cantidad cada vez mayor de personas para determinar si las mismas dotan de inmunidad contra la enfermedad y qué posibles efectos secundarios pueden causar, además de adecuar la dosis ideal del producto para su uso a gran escala. La ambición de los científicos apunta a contar al menos con un agente inmunizante testeado y aprobado para su uso comercial hacia mediados de 2021. “Espero que alguna de las fórmulas más avanzadas funcione”, dice Luciana Cezar de Cerqueira Leite, experta en vacunología del Instituto Butantan de São Paulo. “Una vacuna es un producto complejo y difícil. A veces se prueban diferentes estrategias y ninguna de ellas funciona”.
El origen de los proyectos de vacunas que se encuentran en la fase clínica de pruebas pone de relieve el creciente peso de China, el primer epicentro de la pandemia, en el marco de la investigación científica internacional. De ese grupo de 17 agentes inmunizantes, ocho salieron de trabajos realizados en el gigante asiático (uno de ellos en asociación con otros países) y tres son de Estados Unidos. También hay dos iniciativas del Reino Unido, dos de Alemania (una con socios internacionales), una de Rusia y una de Corea del Sur. En el estado de São Paulo hay seis iniciativas que apuntan a desarrollar candidatas vacunas contra la enfermedad, sin contar los proyectos de otras unidades de la federación brasileña.
Como segundo país del mundo en casos confirmados (1,4 millones) y en muertes (60 mil) por Covid-19, tan solo detrás de Estados Unidos, Brasil se convirtió en un buen campo de pruebas de la viabilidad de los posibles inmunizantes contra la enfermedad. De dos vacunas, una de origen británico, desarrollada por la Universidad de Oxford en asociación con la empresa farmacéutica AstraZeneca, y otra de origen chino, de la compañía privada Sinovac Biotech, se han puesto en marcha los ensayos clínicos en Brasil. De ser capaces de aportar un nivel de protección satisfactorio contra el covid-19, primero serían importadas y posteriormente se producirían en el país mediante acuerdos de transferencia de tecnología firmados con los dos centros principales de producción de vacunas en el país. El Instituto de Tecnología en Inmunobiológicos (Bio-Manguinhos), de Río de Janeiro, se asoció al proyecto británico, en tanto que el Instituto Butantan, de São Paulo, hizo lo propio con la iniciativa china (lea el reportaje).
La elaboración de una vacuna contra un patógeno desconocido, como es el caso del Sars-CoV-2, en un año y medio, el objetivo que persiguen las iniciativas más avanzadas, constituiría un logro sin precedentes. “El virus no parece sufrir muchas mutaciones, a diferencia del que provoca la influenza [gripe]”, dice el veterinario Marcos da Silva Freire, asesor científico del consejo directivo de Bio-Manguinhos. “Pero no será sencillo disponer de una vacuna testeada y aprobada para mediados de 2021”. Hasta ahora, la vacuna desarrollada en menos tiempo fue la de las paperas, que se desarrolló a partir del virus vivo, pero debilitado. Demandó solamente cuatro años y fue lanzada en 1967. El tiempo de desarrollo de un agente inmunizante raramente es menor a una década. La vacuna contra la varicela requirió de alrededor de 30 años de esfuerzos, aproximadamente el mismo tiempo que insumió la vacuna contra las diversas variedades del virus de la gripe. En el caso del VIH, el virus causante del sida, descubierto en 1983, no existe hasta la fecha ninguna vacuna aprobada para su uso comercial, aunque las formas de tratamiento contra la enfermedad han evolucionado bastante en el transcurso de casi cuatro décadas.
¿Pero de qué está hecha una vacuna? Grosso modo, se trata de una fórmula que puede contener tres o más componentes principales. El más importante, que le confiere especificidad contra un patógeno, es su antígeno. Esta es la parte del agente infeccioso reconocida por el organismo infectado, que desencadena la respuesta inmunológica y sirve como guía para la producción de anticuerpos y células de defensa específicas contra una enfermedad. La mayoría de las posibles vacunas contra el covid-19 llevan como antígeno a la proteína spike del Sars-CoV-2, que es la responsable de ayudar al virus a ingresar en las células humanas, o parte de ella, o bien, su material genético. Otro de los componentes fundamentales de las vacunas son los adyuvantes, sustancias que aumentan la intensidad o la duración de la respuesta inmunológica al antígeno. En las fórmulas con virus vivos atenuados, que naturalmente desencadenan una buena reacción del sistema inmunológico del organismo, normalmente no son necesarios. En el caso de otros tipos de fórmulas, suelen ser necesarios. También pueden agregárseles a las vacunas pequeñas dosis de estabilizantes o conservantes para evitar su contaminación y extender su vida útil.
En los abordajes adoptados para el desarrollo de posibles inmunizantes contra el nuevo coronavirus se están utilizando más de dos siglos de conocimiento acumulado sobre vacunas. Estas son fórmulas que “adiestran” al sistema inmunológico para defenderse ante el ataque de futuros agentes agresores (fundamentalmente virus y bacterias), sin que ello implique, sin embargo, provocar la enfermedad que deben prevenir. Hay fórmulas que se basan en el virus Sars-CoV-2 desactivado (muerto) o solamente atenuado (vivo), estrategias antiguas y laboriosas, pero que han dado lugar a la mayoría de las vacunas humanas de uso comercial. Otras recurren a distintos abordajes (vectores virales, partículas similares a virus y subunidades proteicas) para introducir el antígeno del nuevo coronavirus o su gen, que controla la producción de esa proteína. Con estas técnicas se han producido algunos agentes inmunizantes disponibles en el mercado, tales como la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH) y otras como la de la hepatitis B, la de la meningitis bacteriana y la de la neumonía bacteriana.
Por último, las plataformas más avanzadas están constituidas por las que se denominan vacunas genéticas, que serían más fáciles de producir a gran escala, pero que aún no se han materializado en productos. Estas no contienen ningún material de origen viral, sino solamente la fórmula química para la producción del antígeno deseado, en este caso, la de la proteína spike del Sars-CoV-2. Las instrucciones para la elaboración de esa proteína se introducen en el receptor de la vacuna por medio de una fórmula que contiene su secuencia genómica, ya sea bajo la forma de ADN o de ARN. “Sería fantástico si lográsemos producir una vacuna genética contra el covid-19”, explica Da Silva Freire. “Este tipo de inmunizante no requiere de instalaciones con nivel 3 de seguridad, en comparación con las vacunas tradicionales que operan con el virus”.
La inmensa mayoría de los proyectos de vacuna contra el covid-19 adoptan un abordaje específico. Pero hay excepciones. El equipo de trabajo de De Cerqueira Leite, en el Instituto Butantan, está abocado a la elaboración de una fórmula que aún debe testearse en laboratorio (la fase preclínica), que combina dos enfoques distintos: las subunidades proteicas se acoplan a nanopartículas con alto poder adyuvante. “Es una estrategia similar a la que estamos desarrollando desde hace años para nuestra vacuna contra la esquistosomiasis”, comenta la investigadora.
En teoría, una vacuna ideal debería conferir un 100% de protección contra una enfermedad, con lo que toda persona inmunizada estaría exenta de desarrollar la patología al entrar en contacto con el agente que la causa. En la práctica, ninguna fórmula comercial logra tal desempeño. “Las vacunas que aportan una inmunidad segura al 85% ó 90% de los individuos inmunizados se consideran excelentes”, explica el infectólogo Júlio Croda, de la Universidad Federal de Mato Grosso do Sul (UFMS) e integrante del Comité de Emergencia del Coronavirus del Estado de São Paulo.
No obstante, si algunas de las primeras vacunas contra el covid-19 ofrecieran resultados más modestos, como un nivel de protección de al menos un 65%, serán muy bienvenidas. “Ese primer lote de vacunas se utilizaría para esta situación de emergencia. La coyuntura actual podría compararse con tener que cambiar los neumáticos de un auto de la Fórmula 1 en movimiento”, dice Da Silva Freire. “En este momento, lo importante es que las vacunas sean seguras. Su eficacia podrá irse perfeccionando con el tiempo”. La gravedad de la pandemia impulsó a los científicos a probar incluso con vacunas contra otras enfermedades, tal como las de la poliomielitis y la tuberculosis (BCG), para verificar si podrían generar alguna protección contra la infección provocada por el Sars-CoV-2. Croda participa en un experimento internacional en el cual se está testeando la BCG en 2.000 trabajadores del área de la salud. “Si dotase de protección contra el covid-19 a la mitad de las personas tratadas, podría considerarse que la BCG resulta útil contra esta pandemia”, sostiene el investigador.
En la actualidad hay vacunas contra alrededor de 30 patógenos que causan enfermedades en los seres humanos. La OMS estima que entre 2 y 3 millones de personas se salvan de la muerte anualmente en todo el mundo gracias a haber sido inmunizadas contra patologías que pueden prevenirse. Según la última edición del Global vaccine market report, un documento periódico que emite la OMS, en 2018 se administraron 3.500 millones de dosis de distintas vacunas (esa cifra no tiene en cuenta la vacuna estacional contra la gripe, el inmunizante oral contra la poliomielitis ni las que se destinan al mercado militar y de viajes).
La rapidez con que han progresado los proyectos de vacunas tiene que ver con la situación de emergencia global causada por la pandemia de covid-19. Por lo general, las tres fases de los ensayos clínicos se realizan de manera sucesiva. Solo pasan a la fase II los proyectos de vacunas que fueron aprobados en la etapa previa. El mismo razonamiento vale para llegar a la fase III. Pero la gravedad de la enfermedad hizo que las primeras fases de los test clínicos se realizasen, en el caso de algunos proyectos, en forma paralela, casi en simultáneo. “Pero una vez que se llega a la fase III no hay manera de acelerar el proceso”, afirma Croda. “Hay que realizar ensayos durante seis meses o un año para comprobar si los resultados son consistentes”.
En cuanto a la producción, también representará un reto la fabricación de vacunas contra el covid-19 para más de 7.000 millones de personas, en teoría, que constituyen la clientela potencial. Existe el temor de que falten vacunas para todos y las regiones más pobres queden al final de la lista de espera para los envíos del producto. “Eso es lo que ocurrió durante la última pandemia de influenza causada por el virus H1N1, en 2009, cuando los países menos desarrollados recibieron la vacuna seis meses después que las naciones desarrolladas”, comenta la infectóloga Cristiana Toscano, de la Universidad Federal de Goiás (UFG), la única brasileña en el Grupo de Trabajo de Vacunas para el Covid-19 del Grupo de Expertos en Asesoramiento Estratégico sobre Inmunización (Sage, por sus siglas en inglés) de la OMS (lea la entrevista). Aunque todavía no saben si sus productos en desarrollo se convertirán efectivamente en vacunas, algunas empresas, como en el caso de la farmacéutica china Sinovac, ya están construyendo fábricas para la producción de posibles agentes inmunizantes a gran escala.
Hay mucha incertidumbre al respecto de las posibles vacunas contra el covid-19. Algunas de las preguntas referentes a su eficacia real solo podrán responderse con el paso del tiempo. ¿Por cuánto tiempo protege una dosis de la vacuna? ¿Será necesario un refuerzo? ¿La fórmula está contraindicada para determinados individuos?
Para Arne Akbar, presidente de la Sociedad Británica de Inmunología, quizá la vacuna no sea capaz de prevenir que los ancianos, que son quienes presentan mayor mortalidad como consecuencia de la enfermedad, contraigan covid-19. Incluso estando sanas, las personas de mayor edad tendrían un sistema inmunológico menos eficiente para combatir agentes patógenos y su organismo presentaría más procesos inflamatorios. La infección causada por el covid-19 exacerbaría ese cuadro clínico que se asocia con las inflamaciones. “En este caso, podríamos suministrarles a los ancianos una droga antiinflamatoria, acaso la dexametasona, en simultáneo con la vacuna, para lograr una protección mayor”, dijo Akbar en una entrevista que le concedió recientemente al periódico británico The Guardian. En los próximos meses, las vacunas comenzarán a proporcionar respuestas para algunos de estos interrogantes.
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