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NECROLÓGICAS

La lucha por la biodiversidad queda en mengua con la muerte Thomas Lovejoy y Edward Wilson

Los biólogos estadounidenses se erigieron como dos referentes indelebles cuando se trata de la importancia de la naturaleza y su conservación

Eduardo CesarLovejoy, en 2012Eduardo Cesar

Las malas noticias comenzaron en Navidad: el 25 de diciembre falleció, a los 80 años, a causa de un cáncer pancreático, el biólogo estadounidense Thomas Lovejoy, quien dedicó su vida al estudio de la Amazonia y a la defensa de la preservación de la diversidad biológica. Este término lo acuñó él junto a su coterráneo Edward O. Wilson, también biólogo, cuyo deceso se produjo al día siguiente, a los 92 años, debido a una perforación en un pulmón.

“Recuerdo la primera vez que me encontré con Ed Wilson, debe haber sido allá por 1975 ó 1976”, relató Lovejoy, quien era de la Universidad George Mason, en Estados Unidos, en una entrevista concedida a Pesquisa FAPESP en 2015. “Almorzamos juntos y hablamos sobre diversidad biológica, pero no contábamos con esa noción. Discutimos acerca de dónde debía concentrarse el Fondo Mundial para la Naturaleza [WWF] y coincidimos que debía ser en los trópicos, pues hay más especies que en Alaska, por ejemplo. Era biodiversidad pura. Yo la utilicé por primera vez en 1980, Ed Wilson la usó más bien a fin de ese mismo año y después muchas otras personas empezaron a usarla.

Lovejoy conoció la Amazonia en 1965, durante su doctorado, y trabó con ella una relación que duraría por el resto de su vida. “Fue como si hubiese muerto y llegado al Paraíso”, dijo en la misma entrevista. En la segunda mitad de la década de 1970, le propuso al Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia (Inpa) un proyecto a largo plazo. El climatólogo Carlos Nobre, quien en aquella época trabajaba en el Inpa como ingeniero electrónico recién graduado, fue testigo de ello. “Tom tuvo la brillante idea de monitorear el efecto del desmonte que los hacendados se aprestaban a iniciar, vinculado a la construcción de la carretera BR-174”, recuerda, refiriéndose a la autopista que conecta las ciudades de Manaos y Boa Vista, capitales de los estados brasileños de Amazonas y Roraima, respectivamente. “Lo que él quería era averiguar cuánta superficie se necesitaba para conservar la biodiversidad”. La iniciativa, más tarde bautizada como Proyecto Dinámica Biológica de Fragmentos Forestales (PDBFF), demostró que un fragmento de 100 hectáreas no es suficiente para la preservación de un jaguar y pierde la mitad de sus especies de aves en menos de 15 años: los efectos de la degradación hacen que la selva se vuelva incapaz de mantener a estos animales. En este conocimiento se basaron los criterios para la creación de los parques nacionales de la región, cuya extensión debe muy grande.

Había pocos científicos en la Amazonia, era necesario traer gente de otros estados e incluso del exterior. Por entonces estudiante de la carrera de biología en la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG), Rita Mesquita se enteró de la existencia del PDBFF cuando asistió a un congreso de zoología en el cual trabajaba como voluntaria. El ornitólogo estadounidense Richard (Rob) Bierregaard, quien fue el primer coordinador del proyecto, procuraba atraer investigadores y le dejó una tarjeta personal a la joven. Cuando ella se decidió a escribirle, recibió como respuesta un pasaje aéreo a Manaos. “Tom [Lovejoy] tenía esa intuición de ofrecer oportunidades a personas como yo, una estudiante formada en el Cerrado de Minas Gerais”, pondera. “Eso es parte de su legado”.

El biólogo estadounidense Mario Cohn-Haft fue uno de los académicos reclutados en el extranjero y llegó al Inpa en 1987 –donde en la actualidad es investigador– también como pasante recién graduado. “Al principio, Lovejoy era el jefe que vivía en Estados Unidos y aparecía de vez en cuando”, relata. Con el paso de los años, el vínculo se transformó en amistad y motivación. “Él nos incitaba a centrarnos en tratar de entender cómo funcionan las cosas para poder hacer un mundo mejor”. En su opinión, la Amazonia es actualmente una cuna de científicos, en gran medida, gracias al PDBFF. Lovejoy se anticipó al momento en que él ya no estuviera fundando el Centro de Biodiversidad de la Amazonia, una organización no gubernamental (ONG) con sede en Estados Unidos, cuya misión es captar recursos y mantener el proyecto en marcha.

Jim Harrison / Wikimedia CommonsWilson, en 2003Jim Harrison / Wikimedia Commons

Hubo otros grandes proyectos que colaboraron con el PDBFF, como por ejemplo, el Experimento Anglobrasileño de Observaciones Climáticas de la Amazonia, que en 1990 instaló en la misma zona  dos torres de observación –una en el interior de la selva y otra en una zona de pastizales– que superan la altura del dosel para realizar observaciones y recabar datos ambientales, meteorológicos y de interacción entre la biósfera y la atmósfera. Esas mediciones dieron origen al Experimento a Gran Escala de la Biósfera-Atmósfera en la Amazonia (LBA) a partir de 1999. “Aglutinamos el conocimiento obtenido por el PDBFF con las proyecciones de cambios climáticos y meditamos sobre lo que debía hacerse para resguardar la selva”, relata Carlos Nobre, quien fue el coordinador inicial de ambos proyectos, en aquel entonces, en el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe).

Él y Lovejoy escribieron dos editoriales para la revista Science Advances, en 2018 y 2019, advirtiendo que la Amazonia podría alcanzar un punto sin retorno cuando se haya deforestado entre el 20 % y el 25 %, y en busca de soluciones.

En vista de que el conocimiento científico y los recursos humanos no eran suficientes para preservar la Amazonia, Lovejoy se involucró activamente en la política ambiental. Fue miembro del comité estratégico del Panel Científico por la Amazonia, copresidido por Nobre, que presentó un informe detallado en la última conferencia sobre el clima, la COP26, celebrada en Escocia el año pasado. “El trabajo que hizo Tom fue magnífico, contábamos con él para darle continuidad”, se lamenta el climatólogo.

El botánico Carlos Alfredo Joly, de la Universidad de Campinas (Unicamp), mantuvo una extensa colaboración con Lovejoy, como por ejemplo, en los debates para la elaboración de la Convención sobre la Diversidad Biológica (CDB), en el marco de la Conferencia Río-92. “Cuando en 1999 creamos en la FAPESP el programa Biota, Lovejoy brindó un discurso por video augurándonos éxito y continuidad a mediano y largo plazo”, recuerda. En aquel tiempo, las participaciones a distancia no eran un hecho trivial.

También trabajaron juntos en la construcción de la Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services (IPBES), una iniciativa internacional sobre biodiversidad, y en la redacción del Post 2020 Biodiversity Framework, un documento para ser aprobado en la 15ª Conferencia de las Partes (COP) de la CDB, reunión que, postergada a causa de la pandemia, se realizó parcialmente en 2021 y tendrá una segunda parte en el mes de marzo. “Tom ya estaba alicaído, pero aportó mucho”, comenta Joly. “Se le echará de menos a la hora de negociar la nueva estrategia para la biodiversidad”.

Edward Wilson, jubilado de la Universidad Harvard (EE. UU.), tuvo un impacto político en el tema de la conversación, principalmente a través de su obra teórica y de divulgación, en la cual abogó por la conservación de la naturaleza y elaboró un pensamiento que hacía un llamado a confluencia de las ciencias naturales y humanas (consiliencia), e incluso la religión, en defensa de la biodiversidad.

Desde niño, había quedado fascinado con el mundo de las hormigas y se convirtió en un experto en las sociedades que ellas conforman. A partir de ahí, dotado de un talento enorme para la síntesis, erigió el campo que se hizo conocido como sociobiología y suscitó una polémica al incluir al ser humano entre los animales cuyo comportamiento está sujeto a las presiones evolutivas. Este concepto se transformó en la base de la rama de la ciencia que más tarde, ganó el nombre de ecología del comportamiento. “La primera vez que dicté el curso sobre animales sociales fue en el año en que se publicó el libro Sociobiologia, en 1975”, relata la zoóloga Vera Imperatriz Fonseca, de la USP. “Estudiamos los mecanismos ecosociales, fue algo muy difícil y generó un gran impacto”.

El biólogo Marcos Buckeridge, de la USP, también destaca la influencia de Wilson y hace hincapié en un paralelismo entre los dos pioneros de la biodiversidad. “En esta época de especialistas, es fundamental que los científicos puedan trasladar la ciencia a la esfera política”, dice. “Eso es lo que hicieron Lovejoy y Wilson, cada uno a su manera”.

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